Natalie Anderson

Toda la noche con el jefe


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la voz más de lo esperado. Miró hacia los demás y vio que Gina los estaba observando con los ojos fuera de las órbitas–. Será mejor que te reúnas con los demás.

      Su cuerpo eligió ese preciso momento para recordar cómo sus cuerpos se habían fundido en uno solo. Sintió el fuego en sus mejillas y tragó saliva. Comenzaba a darse cuenta de lo que significaba aquello. La situación había dado un giro de ciento ochenta grados. Él trabajaba allí. No podría evitarlo, y realmente necesitaba hacerlo. No podía sentirse atraída por él si trabajaba allí; bajo ningún concepto.

      –Sólo he estado fuera seis meses –contestó él–. Creo que aún sé cómo desenvolverme solo por la biblioteca.

      –Bueno, pues yo tengo trabajo que hacer –contestó ella, demasiado avergonzada como para verle el lado divertido al asunto.

      –Por favor, no quiero entretenerte.

      Milagrosamente, Lissa consiguió mover las piernas y llegar hasta su escritorio para sentarse, odiando el hecho de que él estuviera allí y pudiera comprobar que aún no había encendido el ordenador.

      Se inclinó hacia ella, y Lissa sintió su cercanía con cada célula de su cuerpo. Era casi como un dolor. Su cuerpo deseaba que estirase el brazo y la tocase.

      –Adiós, guapa –susurró Rory.

      Roja por la rabia, la vergüenza y el deseo, Lissa puso en marcha el ordenador y sintió cómo él se incorporaba y se alejaba. Aunque pudo imaginar su sonrisa.

      Rory contuvo el deseo de deslizar los dedos por su pelo metiéndose las manos en los bolsillos y regresando hacia donde se encontraba Gina con los nuevos consultores. Aunque no pudo evitar sonreír, y supo que era debido a los pensamientos perversos, no al entusiasmo por los nuevos sistemas informáticos.

      Su primer día como socio y lo único en lo que había podido pensar era en llegar al centro de información lo antes posible para ver si realmente ella estaba allí; si era real.

      Ahora ya lo sabía. Era muy real. Era atractiva y estaba fuera de sus posibilidades. Su mente tomó una dirección muy peligrosa y dio gracias a Dios porque hubiese llevado pantalones. Se pasó la pluma entre los dedos, tratando de no recordar las sensaciones que había tenido al acariciar sus muslos.

      Había trabajado duro para conseguir ser socio. Lo último que necesitaba era la distracción de una empleada temporal de piernas escandalosas.

      Aunque el hecho de tener ambiciones profesionales no significaba que tuviera que vivir como un monje. No era como si estuviese pensando tener algo serio. El matrimonio y los hijos formaban parte de un futuro a largo plazo, ¿pero a corto? Al fin y al cabo, era un hombre.

      Sin embargo, los asuntos de oficina acababan complicándose. Lo había visto millones de veces. Por eso mismo, él nunca se había implicado con una compañera de trabajo; era parte de su código no escrito. El trabajo era para trabajar; la diversión era para más tarde.

      Pero ella era una tentación; y neocelandesa. Conseguiría otro trabajo o se iría a otro país en nada de tiempo. Era la candidata perfecta para tener una aventura sin complicaciones.

      Aunque un socio con una empleada temporal… eso eran terrenos pantanosos.

      Le dio las gracias a Gina con una sonrisa, que evidentemente no era la más experta en las nuevas bases de datos que acababa de mostrarle.

      –Cuéntamelo todo, ahora.

      Nada más mirar a Gina, Lissa supo que no podría escabullirse.

      –Pensaba que era Karl.

      –¿Qué?

      –Rory. Pensaba que era Karl. En la fiesta.

      –¿En la fiesta? –repitió Gina–. ¿Rory estuvo allí?

      –En el balcón.

      –¿No entraste?

      –Me fui a casa pronto. Él me llevó.

      –Muy bien –dijo Gina poniéndose en pie–. ¿Y qué ocurrió?

      Lissa sintió el calor en sus mejillas de nuevo.

      –Yo… eh… –dijo mientras jugueteaba con el ratón–. Le dije que no estaba interesada.

      –¿Qué?

      –Pensaba que era Karl y que tú le habías dicho que fuera a flirtear conmigo, así que le dije que no estaba interesada.

      Gina comenzó a reírse.

      –¡Y ya veo el caso que te hizo! Sabía que ocurriría eso. Dios, por eso quería que Karl te mantuviese alejada y así poder tener una oportunidad con Rory antes de que te viera.

      –¿Qué? –preguntó Lissa asombrada.

      –Mira, cariño –le dijo su amiga–, conozco a Rory desde hace mucho y nunca mostrará interés en mí ni en ninguna otra chica de aquí. Todas babeamos por él, y es un encanto con todo el mundo. Esperaba que tal vez, cuando volviese, me viera de otra manera. Quería que Karl te eliminase de la escena.

      –¿Eliminarme?

      –Mírate –dijo Gina–. Alta, piernas infinitas, curvas en los lugares apropiados. Pelo largo y precioso. Eres sincera y divertida. Eres un imán para los hombres. Mira la cantidad de hombres que han intentado hablar contigo, pero tú no sales con ninguno de ellos. Eres el equivalente femenino a Rory. Atractiva e inalcanzable. Era evidente que los dos conectaríais.

      –¿Inalcanzable?

      –Sí y, aunque no lo seas, ésa es la impresión que das. Pero he visto cómo te miraba, y deja que te diga que jamás lo había visto mirar así a alguien. Y nunca te había visto sonrojada a ti. Y desde luego lo pareces.

      Lissa apoyó los codos sobre la mesa y se frotó las sienes.

      ¿Inalcanzable? No había sido precisamente inalcanzable la noche anterior. Había sido fácil, casi. Hasta ese momento, su deseo de no estar disponible en la oficina había funcionado. Pero Rory había demostrado que esa barrera no servía para nada. Había destrozado esa ilusión sólo con mirarla. Aquello no podía estar ocurriendo.

      Él no era Karl. Tenía que olvidarse del tema, y rápido. Era un socio; uno de los jefes. Ya lo había hecho una vez. Había conseguido un buen trabajo y lo había arruinado todo por tener una aventura con su jefe que no había acabado nada bien.

      Se obligó a concentrarse y, al igual que el resto, trabajó durante la comida. A las dos de la tarde, todos empezaban a flaquear.

      –¿Café? –preguntó Lissa–. Yo iré –estaba ansiosa por estirar las piernas.

      Tanto Hugo como Gina levantaron la cabeza; Lissa sonrió al ver la desesperación en sus caras.

      –Volveré en diez minutos.

      Se preparó para el viento frío de la calle y llegó allí en tiempo récord. Miró a su alrededor cuando entró y se quedó de piedra al ver a Rory sentado al otro extremo del local con otros dos consultores charlando y tomando café. Al mirar hacia allí, Rory levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron. Se sintió atravesada hasta la médula por sus ojos verdes, y se dijo a sí misma que el calor de sus mejillas se debía al aire frío, no a aquella mirada.

      Hizo el pedido rápidamente y se quedó observando con decisión cómo el empleado realizaba su trabajo, tratando de no escuchar los sonidos que le llegaban de la zona de las mesas. Cuando tuvo los cafés, no pudo evitar dirigir una mirada rápida hacia la zona donde Rory estaba sentado con los otros. Para su sorpresa, y su tranquilidad, las sillas estaban vacías. Respirando profundamente por primera vez desde que había llegado al café, abandonó el establecimiento.

      Él estaba esperando junto a la puerta. Lissa no lo había visto, y estuvo a punto de tirar el café cuando le susurró al oído:

      –Deja que te ayude –le quitó la bandeja antes de que Lissa pudiera registrar sus palabras. No le quedó