Tessa Radley

Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo


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he notado nada hasta ahora. Ni siquiera he tenido esos antojos de los que habla la gente.

      –Me alegro de que no sientas mareos matinales ni tengas… antojos molestos.

      –Soy una estúpida –dijo ella–. ¿Cómo no me habré dado cuenta antes?

      Heath apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante.

      –Has tenido demasiadas cosas de las que ocuparte últimamente.

      Heath se reclinó hacia atrás en la silla y observó como Amy jugueteaba nerviosamente con el sobre de azúcar en las manos. Siempre la había visto como una chica frágil y menuda. Había asistido de niña a clases de ballet, y se le notaba en la forma de moverse. Parecía que andaba sin apenas tocar el suelo. Sus dedos eran delicados Tenía las uñas pintadas de un color rosa suave. Llevaba el pelo corto muy bien peinado, dejando ver unos pendientes de oro.

      Era la mujer más delicada y femenina que había conocido. Y si Roland no hubiera muerto, sería ahora la señora de Roland Saxon.

      Ella alzó la vista pero fue incapaz de leer sus sentimientos. Heath tenía mucha práctica ocultándolos.

      –Se me olvidaba decirte que tu madre me llamó ayer por la mañana antes de que me desmayara.

      La madre de Heath había descubierto que, al poco de casarse, su esposo, el padre de Heath, había tenido una aventura de la que había resultado un niño, Rafaelo, el hermanastro de Heath. Resentida por la traición de su marido, se había ido de casa para pasar una semana en Australia con su hermano y nadie sabía cuándo volvería.

      –¿Dónde estaba yo cuando llamó?

      –No me preguntó por ninguno de vosotros. Quería hablar con Phillip, pero no pude localizarlo. Dijo que volvería a llamar y me pidió que no se lo dijera.

      –¿Y se lo dijiste?

      –No. Le prometí no hacerlo y siempre cumplo mis promesas.

      –No te preocupes, yo tampoco se lo diré. Ha sido un golpe muy duro para mi madre.

      Los últimos dos meses habían sido horribles para todos. La muerte de Roland en un accidente de tráfico, la llegada de Rafaelo y el anuncio sorprendente de que él era el hijo ilegítimo de Phillip. Heath había perdido a un hermano, pero había ganado a otro. Lo peor había sido para Amy. Ella había perdido al amor de su vida.

      –No sé cómo puede soportar que tu padre le haya engañado con otra mujer. Debió ser terrible para ella descubrirlo.

      Heath se quedó mirándola fijamente tratando de desentrañar sus pensamientos. ¿Sabría ella que a Roland le gustaba flirtear con otras mujeres?

      –¿Ocurre algo? –preguntó ella, al ver su mirada expectante.

      «No, no sabía nada», se dijo él. Con mucha delicadeza, colocó una mano sobre la suya.

      –Quiero que sepas que yo tampoco rompo nunca una promesa. No le contaré a nadie lo de tu bebé.

      –No lo llames así.

      –¿Cómo? –replicó él, inclinándose hacia adelante.

      –«Tu bebé» –dijo ella con voz temblorosa–. No quiero que lo llames así.

      –¿Por qué no? Es tu bebé.

      –Pero no quiero pensar en él de esa manera –replicó ella con lágrimas en los ojos–. Aún no. No quiero ligarme a su vida hasta que decida lo que voy a hacer.

      Heath le apretó la mano afectuosamente.

      –La asistenta social me aconsejó que considerara seriamente la opción del aborto –dijo ella con la voz quebrada.

      –¿Y qué le dijiste?

      –Lo mismo que a ti. Que no podía hacerlo. Llegó a proponerme la posibilidad de… darlo en adopción.

      –¿Y?

      –No lo sé. Estoy confundida.

      Heath vio su mirada desolada.

      Le acarició el dorso de la mano con los dedos.

      –No tienes por qué hacer nada que no quieras. Habrá un montón de gente dispuesta a ayudarte con el bebé. No estarás sola.

      –¿Qué voy a hacer, Heath? –dijo ella, apartando la mano–. En circunstancias normales, nunca consideraría la posibilidad de renunciar a mi bebé, pero no estoy casada.

      –Eso no importa…

      –A mí, sí. No puedo olvidar que Roland era adoptado, y fíjate la alegría que llevó a tus padres. Si no hubieran tenido hijos, Roland habría sido su único motivo de felicidad. Este bebé podría colmar las ilusiones de otra pareja.

      Heath sintió una intensa desazón. Si las cosas hubieran sido diferentes, el bebé podría haber sido suyo. Sabía que su madre estaría encantada de tener un hijo de Roland. Sería como una continuación de él. Le ayudaría a soportar su pérdida.

      Pero no deseaba usar ese argumento para chantajear a Amy. Tenía que contentarse con lo que ella decidiera, con independencia de lo que su familia pudiera desear. Tendría que apoyar su decisión, cualquiera que fuera. Para él, Amy siempre sería lo primero.

      –Amy, debes hacer lo que consideres más correcto.

      –Ya he cometido bastante errores. Nunca tuve la intención de traer un hijo al mundo sin un marido… sin un padre. No podría soportar las miradas capciosas, los rumores –dijo ella tapándose la cara con las manos–. Supongo que debo parecerte algo convencional.

      –Te equivocas.

      Todos los que conocían a Amy sabían que se había pasado la vida tratando de hacer lo correcto. Siempre se había portado muy bien en el escuela y en el instituto. Tanto con los profesores como con sus compañeras. A los dieciséis años, llevaba ya la casa de su padre.

      Y ahora encontraba incluso tiempo para colaborar en organizaciones benéficas.

      –Tienes que hacer lo que te haga más feliz. Tú eres la que tendrás que vivir el resto de tu vida con la decisión que tomes ahora.

      –Eso, lejos de ayudarme, no hace sino crearme más dudas.

      –Ven –dijo él, apartando la silla hacia atrás–. Con este griterío no hay forma de hablar. Vamos a dar un paseo.

      Para su sorpresa, ella no le discutió su decisión ni le dijo que la llevara a Saxon´s Folly.

      Heath dejó unos billetes en la mesa y salieron de la cafetería.

      Caminaron en silencio. Cruzaron Marine Parade con un grupo de turistas. Heath sintió la tentación de agarrarle la mano y pasear con ella como una pareja más. En lugar de ello, se dirigió a un pequeño parque desde el que se dominaba una playa de piedras negras y, una vez que estuvieron solos, se volvió hacia ella.

      –No debes precipitarte en tomar esa decisión, ni dejarte llevar por razones ajenas a tu voluntad. Si decides dar al bebé en adopción, no lo hagas solo porque Roland fuera adoptado. Tú no puedes saber lo que él habría querido para vuestro hijo.

      Amy cruzó la pradera y dirigió la mirada hacia las aguas azules del océano. Sentía una terrible sensación de soledad.

      Tras unos instantes, se volvió hacia él con un suspiro.

      –Sigo tratando de convencerme de que si lo diera en adopción contribuiría a ver realizados los sueños de otra mujer.

      –No debes pensar en lo que podría hacer feliz a otra mujer sino en lo que es mejor para ti. Si yo fuera el padre del bebé, desearía que mi mujer criara a mi hijo y lo compartiera con mi familia después de mi muerte, para que todos disfrutasen de él.

      –Yo no estoy casada, Heath. No tengo nada que ofrecer a un hijo.

      –Nos tienes a