intensificó sus esfuerzos por internacionalizarse. Para 2017 tenía el 58% del mercado regional de aviación (Dalla Costa y Prates, 2018). Este no es sino un ejemplo de las innovaciones creadas en un mercado emergente que Brasil exporta al mundo desarrollado. La ventaja que este país tiene en los combustibles de origen vegetal —un derivado del programa Pró-Álcool de los años setenta, que buscaba reducir su dependencia del petróleo extranjero— le ha convertido en líder tanto en tecnologías de producción de combustible como en motores “flex”, que pueden consumir gasolina tradicional o etanol, o bien una mezcla de ambos (Casanova, 2016). Además de irles bien, algunas empresas también están haciendo el bien. El fundador de InBev, el conglomerado internacional brasileño de bebidas, creó una organización sin fines de lucro que invierte en la educación pública gratuita (el acceso a la educación superior del Brasil se encuentra notoriamente sesgado a favor de quienes recibieron una costosa educación privada) para así mejorar los resultados socioeconómicos de todos los brasileños (sitio web del Lehmann Foundation).
Si la integración vertical, la estructura piramidal y la diversificación sectorial permiten a los grupos compensar los efectos de las condiciones económicas adversas en un sector con sus ganancias en otro, la internacionalización por su parte les brinda los beneficios de la estabilidad de los mercados y el crecimiento potencial de los países desarrollados de Occidente (Casanova, 2016). Sin embargo, la internacionalización también les dejó expuestos a los efectos de crisis globales como la crisis financiera de 2008, la desaceleración china y la pandemia de Covid-19. La concentración de “Campeones Nacionales” en los exportadores de materias primas, que encumbró a compañías como Petrobras y JBS, hizo que las compañías productoras de minerales, granos y carne fueran los principales exportadores de Brasil. Concentrar los “huevos” económicos de Brasil en la canasta de la exportación de materias primas hizo que a muchos observadores les preocupara la vulnerabilidad a los cambios en la demanda internacional, pero los planificadores brasileños apostaron por las ventas a Asia mientras proseguían con esta política, puesto que China era una voraz consumidora del hierro y los granos brasileños, la soya en particular. Los grupos que lograron salir librados de los escándalos fueron cogidos desprevenidos por la desaceleración económica china.24 Vale, la cuarta compañía minera más grande del mundo, sufrió cuando China redujo sus compras de hierro. Recientes tragedias, como el devastador colapso de dos diques en los últimos veinticinco años, hicieron que se escrutara la supervisión, la regulación y el impacto que el gigante minero tiene sobre el medio ambiente, y la devastadora contracción económica y desempleo producidos por la pandemia de 2020 intensificaron la persistencia de las grandes desigualdades socioeconómicas en Brasil, lo que hizo que se formulara la pregunta: “desarrollo, ¿para quién?”.25
La globalización afectó a las empresas en todos los mercados, desarrollados y emergentes por igual. Si bien estos últimos alguna vez fueron mucho más vulnerables que los ya establecidos, la naturaleza interconectada de las empresas globales ya no aísla de los choques a los así llamados mercados desarrollados. Es posible que el modelo de negocios brasileño de grupos empresariales diversificados, poder limitado de los accionistas y una larga experiencia con la inseguridad macroeconómica les permita enfrentar estos desafíos e identificar nuevas oportunidades.
Conclusiones
Según los estudios de las reformas posneoliberales, la estructura de propiedad de las compañías brasileñas más grandes, después de la ola privatizadora de los años noventa, se encuentra principalmente bajo el control de entidades estatales y de familias. El estudio de la estructura de propiedad de los veintinueve grupos empresariales brasileños más grandes en 2007 halló que catorce de ellos tuvieron su origen entre las décadas de 1940 y 1980 como empresas estatales, y que hoy la mayoría de ellos está bajo el control de familias (Sheng y Carreira, 2016). El examen de las firmas más grandes negociadas en la bolsa muestra que ellas se encuentran bajo el control ya sea del gobierno brasileño, ya de una familia, o bien que son propiedad de un consorcio de accionistas de las principales familias o sus empresas (Aldrighi y Postali, 2010). Muchos de los grupos empresariales más grandes del Brasil son propiedad de una familia o están bajo el control de una de ellas. Algunos remontan sus raíces hasta el temprano siglo XX, como Votorantim, Itaú Unibanco y Globo, pero otros nacieron de la campaña de privatización de las empresas del Estado en los años noventa. Las empresas insignia del desarrollismo de la posguerra —Vale y CSN, junto con los sectores de telecomunicaciones y distribución eléctrica— terminaron en manos privadas, en tanto que el Estado retuvo una participación a través de los préstamos de BNDES, las compras que este último hacía de acciones, o de inversiones por parte de los principales fondos de pensiones (Aldrighi y Postali, 2010; Musacchio y Lazzarini, 2014).
La historia empresarial del Brasil en el siglo XXI es la historia de la empresa familiar, tal como lo ha sido desde el principio. Estas, en sus inicios, fueron pequeñas y estuvieron controladas estrechamente debido a la ley de herencia y quiebras, reforzada por las dificultades que había para reunir capital de inversión. A lo largo del siglo XX, la empresa familiar aprovechó los cambios que se fueron produciendo en las regulaciones empresariales, en las políticas estatales de desarrollo, en la ley de sociedades y en la disponibilidad de generosas condiciones financieras para crecer y diversificarse en complejas pirámides. Estos grupos empresariales han dado a un pequeño grupo de personas emparentadas entre sí el control casi total de las empresas más grandes del país, y de algunas de las más grandes del mundo.
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