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Historia empresarial en América Latina: temas, debates y problemas


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la base de un corpus de leyes redactadas en las décadas de 1860 y 1870 para reglamentar las formas legales de organización empresarial como las sociedades por acciones, lo que incluía las responsabilidades fiscales de los socios e inversionistas en caso de quiebra, así como los medios legales con los cuales invertir en acciones de estas compañías y negociarlas (Hanley, 2005).

      De igual importancia fue que el código comercial estableció normas claras para que rigieran el sector financiero. Antes de este código, el sector financiero de Brasil no estaba reglamentado y se hallaba seriamente subdesarrollado, pues contaba con apenas media docena de bancos dispersos por todo un país de dimensiones continentales (Hanley, 2005). Brasil era estable financieramente, en comparación con las antiguas colonias españolas que tenían turbulentas historias de incumplimiento en los pagos, y se había ganado la confianza de los mercados de capital internacionales y domésticos al tomar prestado y pagar su deuda con regularidad (Summerhill, 2015). Gracias a esto libró guerras y las ganó, fortaleció el Estado central, invirtió en infraestructura y extendió su autoridad sobre el país más extenso de América Latina. Pero por dentro, el Gobierno tenía dudas con respecto al desarrollo financiero. El código de 1850 estableció algunas normas indirectas con las cuales promover la banca (las bases legales de las sociedades por acciones, la definición de “comerciante” y “banco”, y la estandarización de los instrumentos de crédito), pero posteriormente impuso un estrecho control sobre el desarrollo financiero que sofocó el desarrollo empresarial (Hanley, 2005; Summerhill, 2015).

      La legislación empresarial de 1850 estuvo relacionada con un cambio fundamental en la historia brasileña que tuvo lugar ese mismo año: la abolición del tráfico trasatlántico de esclavos. Si bien es cierto que la esclavitud perduró hasta 1888, el tráfico en cambio llegó a su fin en 1850 debido a la inmensa presión ejercida por Inglaterra, que era el socio comercial más importante de Brasil. Bastante capital estaba involucrado en el tráfico de esclavos, de modo tal que cuando este llegó a su fin, los propietarios de dicho capital buscaron inversiones alternativas. Los historiadores brasileños sostienen que, gran parte del mismo terminó, en negocios como la banca y en aplicaciones tales como la modernización urbana. Brasil era un país rural, que hasta mediados del siglo XX generó la mayor parte de su riqueza a partir de exportaciones agrícolas, pero el final del tráfico de esclavos en 1850 marcó el inicio de la modernización económica, lo que incluía la urbanización y la industrialización temprana.

      Durante 1849 y 1850, el poder legislativo brasileño dio pasos para establecer normas formales para la formación de empresas, entre ellas la creación del formato de sociedades por acciones y la estandarización de las prácticas bancarias para mejorar el acceso a las finanzas, sus líderes mostraron ambivalencia con respecto a la modernización misma que estaban facilitando. No sorprende, entonces, que en 1860 el Congreso brasileño aprobase una ley conocida como la Lei dos Entraves o Ley de impedimentos, puesto que requería que cada compañía por acciones obtuviera una escritura de constitución del poder legislativo nacional y que se sometiera a su supervisión (Hanley, 2005). Al limitar el número de escrituras de constitución de empresas, el parlamento limitó las opciones del público inversionista. Esto efectivamente desviaba los ahorros a los bonos nacionales cada vez que el Gobierno necesitaba dinero (Summerhill, 2015). El efecto fue promover al Estado-nación por encima del desarrollo del sector privado, lo que significó que la mayoría de las instituciones crediticias fueran pequeñas, estuvieran en manos privadas y fueran adversas al riesgo. Los financistas privados, las casas bancarias pequeñas y los ahorros de los grupos de parentesco fueron las opciones crediticias predominantes a disposición de los dueños de empresas, lo que reforzó la importancia de la empresa familiar y mantuvo pequeño su tamaño. Las dificultades del transporte por tierra y los mercados domésticos mal integrados reforzaron dicho patrón (Birchal, 1999).

      La excepción a esta historia de un entorno empresarial sofocante fue Irineu Evangelista de Sousa, Barón de Mauá. El barón usó su extensa experiencia empresarial y sus conexiones políticas para conseguir los permisos necesarios del Gobierno; levantó así un conglomerado del cual se enorgullecerían los modernos grupos económicos (Barman, 1981; Caldeira y Almeida, 1995; Dalla Costa, 2017). A estos grupos se les define como empresas diversas administradas bajo una dirigencia centralizada, en donde las empresas miembros actúan como inversionistas en otras empresas del grupo (ver capítulo de Barbero en este volumen). Mauá tenía o fundó un banco, una fundición y astilleros, una empresa de alumbrado, una de transporte fluvial y urbano, cables internacionales y ferrocarriles, algunos de ellos con una participación financiera del Estado, el cual además era el principal cliente de muchas de ellas. Se le considera en general como el empresario más innovador, exitoso e importante de Brasil en el siglo XIX.

      2.2 La primera economía global, la construcción de instituciones y el crecimiento liderado por las exportaciones, c. 1870-1929

      Esta fue la era de los grandes auges exportadores brasileños de café y caucho. Ambos productos generaron una gran riqueza en sus regiones y estimularon cierto desarrollo doméstico a través del efecto de los eslabonamientos. El café ya era un buen negocio al comenzar el siglo XIX y sería el cultivo de exportación más importante hasta la década de 1830, pero la demanda internacional estimulada por la Revolución Industrial y la expansión de las poblaciones urbanas e industriales europeas hizo que su producción subiera como nunca. Los subsidios del Gobierno a la infraestructura para servir al sector exportador y a los ferrocarriles en particular, ayudaron a llevar el café del interior a los puertos. Las plantaciones se propagaron a lo largo de las líneas férreas, los pueblos del interior crecieron en respuesta y la formación de empresas se incrementó y diversificó al mismo ritmo (Dean, 1969). En respuesta a este nuevo dinamismo posterior a 1870, el Gobierno brasileño introdujo una serie de cambios que buscaban despegar la economía brasileña, algunos de los cuales constituyeron desarrollos positivos para la formación de empresas en las regiones prósperas del país. Brasil conservó la institución de la esclavitud por más tiempo que ningún otro país del hemisferio, precisamente por la riqueza que generaba su posición como el principal productor mundial del café. Sin embargo, la expansión de la producción cafetalera necesitaba una oferta de mano de obra creciente y el final del tráfico de esclavos en 1850 significó que su población estaba disminuyendo. La respuesta fue importar trabajadores inmigrantes para los cafetales, con cautela en la década de 1870 pero con mayor entusiasmo en la de 1880. La abolición formal de la esclavitud llegó en 1888, la fecha más tardía en todo el hemisferio occidental.

      A la abolición en 1888 le siguió un golpe de Estado al siguiente año, el cual reemplazó al imperio con una república federal (1889-1930). El giro político, de una autoridad centralizada al derecho de los estados, suavizó la estrecha supervisión empresarial que el gobierno central ejercía y otorgó a los estados una mayor libertad en lo que respecta a su fortuna económica. La nueva constitución, redactada por los emergentes líderes económicos y políticos de la región sudoriental de Brasil, donde la producción de café estaba concentrada, aseguraba cierto grado de autonomía financiera a todo nivel del gobierno, hasta los municipios (Hanley, 2018) Este era un repudio directo de los emperadores decimonónicos, quienes concentraron los recursos financieros de las provincias y los redistribuyeron según sus prioridades. Ahora era el turno de las provincias convertidas en estados y de los municipios para fijar sus propias prioridades fiscales. Este nuevo arreglo sirvió bien a los estados, en especial a aquellos que cultivaban café. Su poder más importante bajo el nuevo sistema federal era la capacidad de imponer impuestos a sus productos de exportación. Esto llenó las arcas de Río de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo y les permitió invertir en la moderna infraestructura esencial para su transformación económica a regiones industriales del siglo XX. Los restantes estados cuyas fortunas fueron decayendo, como los que producían azúcar en el noreste, o cuyos productos de exportación no tenían efectos de eslabonamiento con las modernas empresas urbanas e industriales, como los que criaban ganado en el centro-oeste y los que producían caucho en el norte amazónico, se vieron perjudicados tanto política como económicamente.

      2.2.1 La importancia del auge cafetalero

      La demanda de café creció a finales del siglo XIX y generó una vasta expansión de las plantaciones cafetaleras. Se necesitaba de una gran cantidad de mano de obra, la cual, como ya vimos, provino de los inmigrantes.