siguientes.
Las empresas metalmecánicas y siderúrgicas, como la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA), Acindar, Dálmine-Siderca (del grupo Techint), Cametal y Montenegro, se instalaron en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. A diferencia de las químicas y petroquímicas, esta actividad estuvo principalmente en manos de empresas de capital y gestión local (Katz, 1996). Por otra parte, las políticas de promoción industrial y de electrificación a escala nacional llevadas adelante por el gobierno peronista generaron nuevos distritos industriales en las provincias de Córdoba y Mendoza. A partir de la década de 1950 la instalación de plantas automotrices de multinacionales como ika-Renault, Citröen, Fiat, Peugeot, Ford, Chrysler y Mercedes Benz reforzó el crecimiento de dichos distritos. En términos de producto y de empleo, la industria automotriz se transformó en la más dinámica de la economía argentina.
El gobierno promovió además la inversión en la producción de maquinaria agrícola. Desde la década de 1920, las empresas locales habían experimentado fuertes trabas por la escasez de insumos (hierro, principalmente) y por las políticas arancelarias que favorecían la importación de maquinaria. De este modo, el mercado interno estaba controlado por las multinacionales norteamericanas J.L. Case e International Harvester. Durante la crisis de divisas, el primer gobierno peronista restringió la importación de maquinaria agrícola en favor de la producción local de empresas argentinas y extranjeras. La industria de maquinaria agrícola fue declarada de “interés nacional” y el gobierno fijó cuotas de importación bajas de aranceles para insumos no fabricados en el país y créditos flexibles. En este contexto empresas nacionales como Roque Vassalli y Grandes Establecimientos Metalúrgicos Argentinos -GEMA- aumentaron su capacidad instalada, la producción y las ventas. Además, el gobierno firmó contratos de exclusividad con las empresas productoras de tractores nacionales y extranjeras. Como consecuencia, multinacionales como John Deere y Massey Ferguson aumentaron la inversión directa y construyeron nuevas plantas en el país. En los años 1960 la competencia en un mercado protegido pero limitado impulsó la exportación de maquinaria a los países limítrofes; una estrategia que pronto llegaría a su fin jaqueada por los altos costos de la producción local y la ampliación de la brecha tecnológica entre las empresas locales y las multinacionales extranjeras (Belini, 2009).
Las empresas alimenticias crecieron junto a la demanda interna impulsada por el aumento del empleo y de los salarios de los trabajadores. Un ejemplo claro es el de las empresas lácteas, que aumentaron su inversión en plantas, maquinarias y redes de distribución, diversificaron su producción para el mercado interno y disminuyeron sus cuotas exportables. La cuenca central cordobesa-santafesina se convirtió en la principal área industrial lechera del país a cargo de pequeños establecimientos asociados en cooperativas de primero y segundo grado.
El caso emblemático es la cooperativa Sancor (1938), la cual desplazó a las empresas privadas en la producción y comercialización de productos lácteos. El crecimiento de Sancor comenzó con la incorporación de productores a quienes pagaba precios más elevados que sus competidores, a la par que los estimulaba a incorporar tecnología en los tambos. El siguiente paso fue la construcción de fábricas de manteca, que implicó el traslado del procesamiento de la caseína y la crema desde las cooperativas primarias hacia las plantas en Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. La integración de los procesos en planta y la incorporación de maquinaria permitió a Sancor controlar la calidad y aumentar la producción, además de centralizar la comercialización de los productos (Olivera, 2011).
Otro ejemplo es el de Arcor -una pequeña empresa que fabricaba golosinas- que se expandió hasta controlar todas las actividades de la cadena de valor de su producto. Arcor producía su insumo principal -glucosa-, maquinaria para su planta, cartón y envases. Además del proceso de integración hacia atrás y hacia adelante, la firma diversificó su producción de alimentos y bebidas para el mercado interno y luego, en los años 1970, para el mercado externo (Barbero, 2011).
Durante el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962) se flexibilizó el régimen de inversiones extranjeras para auspiciar la entrada de nuevas multinacionales en el marco de una política de desarrollo (conocida como desarrollismo) que promovía la inversión externa como motor del crecimiento económico de los países periféricos.12 La sanción del nuevo régimen produjo fuertes cambios en la estructura empresarial en el período siguiente. Entre 1960 y 1971 la participación de firmas extranjeras en la cúpula empresarial aumentó por la compra de empresas locales, debilitadas por las devaluaciones de la moneda local, la caída de la demanda interna y las dificultades para acceder a créditos de largo plazo (Azpiazu y Kosacoff, 1985; Barbero y Lluch, 2015). La adquisición de firmas -especialmente alimenticias- fue el primer paso hacia la globalización del consumo administrado por las multinacionales que desplazaron a las grandes empresas nacionales alimenticias, textiles y tabacaleras.
1.2.3 ¿Qué consecuencias tuvieron las políticas desarrollistas en la estructura empresarial argentina?
La mayor incidencia de las multinacionales en la producción local fue consecuencia de la entrada de firmas norteamericanas en las ramas más dinámicas de la economía (Khavisse y Piotrkowski, 1973). Las ventajas competitivas exclusivas de las firmas norteamericanas en las industrias de alta intensidad tecnológica explican su posición en el mercado. Las filiales podían incorporar tecnología a bajo costo desde sus matrices y, a la par, eludir los aranceles a la importación de manufacturas al producir en el país (Buckley y Casson, 2010; Lluch y Lanciotti, 2018). A diferencia de las empresas extranjeras radicadas en la fase previa, estas industrias producían para abastecer el mercado interno, estaban más integradas en las economías regionales por la demanda de insumos y bienes intermedios y contribuyeron a formar trabajadores especializados en nuevos procesos. También hubo cambios en la forma de organización de las firmas extranjeras: se instalaron nuevas filiales de multinacionales, con estructura monocéntrica de compañía matriz y subsidiaria y se incrementó la participación extranjera en firmas nacionales bajo la forma de joint-ventures sobre todo en las ramas de mayor competencia con la industria nacional -química, eléctrica y metalúrgica-.13
Hacia 1970, ya era evidente el desplazamiento de firmas nacionales por extranjeras y el retroceso de las actividades vegetativas -alimentos y bebidas; tabaco; textiles; confecciones y calzado; madera y corcho; muebles; imprenta y editoriales; cuero y pieles- en favor de las ramas dinámicas de la industria -papel y cartón; caucho; productos químicos; derivados del petróleo; minerales no metálicos; metales; maquinaria y vehículos; y maquinaria y aparatos eléctricos-. Las empresas productoras de bienes de consumo final para los sectores populares disminuyeron su participación en favor de la elaboración de insumos y bienes de consumo durable para el complejo metalmecánico con eje en la industria automotriz y también para la industria química-petroquímica (Schorr y Wainer, 2014).
La crisis mundial de 1973 afectó principalmente a las grandes multinacionales productoras de bienes de consumo durable. Esto paralizó el ingreso de capital externo a la región y aceleró la transferencia de utilidades desde la periferia hacia los países centrales, la cual venía incrementándose desde la década de 1960. El aumento del capital repatriado y la disminución de la reinversión en un contexto local recesivo motivaron la caída de la participación de las empresas extranjeras a partir de 1973 y el fin de las políticas desarrollistas dependientes de la inversión externa (Azpiazu y Kosacoff, 1985; Katz y Kosacoff, 1989).
1.3 La nueva economía global: auge de las empresas agroindustriales y de servicios, 1975-2010
La globalización financiera es una característica central del capitalismo de final del milenio. El desarrollo tecnológico en el ámbito de las comunicaciones transformó la estructura económica de los países desarrollados, así como la estructura y la organización de las empresas. Durante este período crecieron explosivamente las fusiones y adquisiciones encabezadas por multinacionales a nivel global y local; y las empresas dejaron de ser unidades productivas para convertirse en unidades financieras (Arceo, 2011).
La industrialización dirigida por el Estado argentino fue erradicada por las políticas neoliberales implementadas por la dictadura militar (1976-1982). La apertura comercial y financiera produjo una fuerte desindustrialización que afectó el tejido de pequeñas y medianas empresas orientadas al mercado