escrupulosos, preocupados por cosas sin importancia, e indispuestos o incapaces de relajarse. Y en ese sentido, muchos se preguntan: ¿Qué cosa que nosotros necesitamos podría ser obtenida de unos fanáticos como esos?
La respuesta se encuentra en una sola palabra: madurez. La madurez es un compuesto de sabiduría, buena voluntad, resiliencia, y creatividad. Los puritanos son un claro ejemplo de madurez; nosotros no lo somos. Nosotros somos enanos espirituales. Un líder que ha viajado por todo el mundo, y que es originario de los Estados Unidos (es importante resaltarlo), una vez declaró que él considera que el protestantismo de los Estados Unidos es abiertamente antropocéntrico, manipulador, permisivo, sentimental y orientado por la búsqueda del éxito, y que su extensión abarca 5 000 kilómetros de ancho y medio centímetro de profundidad. En contraste, los puritanos como un cuerpo eran gigantes. Eran almas grandes que servían a un Dios grande. En ellos se combinaba una pasión serena y una compasión fervorosa. Eran visionarios y prácticos, idealistas y realistas también, tenían objetivos claros y eran metódicos, tenían una gran capacidad para creer, una gran capacidad para esperar, una gran capacidad para hacer, y una gran capacidad para sufrir. Pero sus sufrimientos, en ambos lados del océano (en la vieja Inglaterra a causa de las autoridades, y en la Nueva Inglaterra a causa de las condiciones climáticas), los sazonaron y los maduraron hasta que alcanzaron una estatura heroica. Las comodidades y los lujos de nuestra época llena de abundancia no estimulan la madurez; sin embargo, la adversidad y las dificultades sí lo hacen, y las batallas de los puritanos en contra de los desiertos climáticos y espirituales en los cuales Dios los puso, fueron batallas que produjeron en ellos un carácter viril, impávido e incansable, que les permitía levantarse por encima del desánimo y los temores, lo cual los hacía verdaderos sucesores e imitadores de modelos tales como Moisés, Nehemías, Pedro después de Pentecostés, y el apóstol Pablo.
La guerra espiritual hizo que los puritanos fueran lo que eran. Ellos aceptaron el conflicto como su llamado, mirándose a sí mismos como soldados–peregrinos del Señor, igual que en la alegoría de Bunyan, y sin ninguna expectativa de ser capaces de dar un solo paso sin tener que enfrentar algún tipo de oposición. John Geree, escribió en su tratado The Character of an Old English puritane or Nonconformist [El carácter de un viejo puritano inglés, o inconformista] (1646): «Él consideró su vida entera como una guerra, en la que Cristo era su capitán, sus brazos, sus oraciones, y sus lágrimas. Su estandarte era la Cruz, y su palabra [lema] era Vincit qui patitur [aquel que sufre vencerá]».3
Los puritanos perdieron casi toda batalla pública que pelearon. Aquellos que se quedaron en Inglaterra no lograron cambiar a la Iglesia de Inglaterra como ellos lo deseaban, y no lograron avivar a la mayoría de sus seguidores, sino solo a unos cuantos, y como resultado, fueron expulsados del Anglicanismo a través de la presión deliberada que se ejerció sobre sus conciencias. Por su parte, aquellos que cruzaron el Atlántico no lograron establecer una Nueva Jerusalén en la Nueva Inglaterra; debido a que durante los primeros 50 años sus pequeñas colonias alcanzaron a sobrevivir con gran dificultad. Su permanencia estuvo pendiendo de un hilo. Pero las victorias morales y espirituales que los puritanos ganaron manteniéndose con dulzura, paz, paciencia, obediencia, y esperanza bajo frustraciones y presiones constantes que aparentemente eran imposibles de soportar, son victorias que les dan un lugar de gran honor en el salón de la fama de los creyentes, en el que Hebreos 11 es la primera galería de creyentes. Fue a partir de esta experiencia constante de ser metidos al horno que se forjó su madurez y que su sabiduría concerniente al discipulado fue refinada. George Whitefield, el evangelista, escribió lo siguiente con respecto a ellos:
Los pastores nunca escriben o predican tan bien como cuando están bajo una cruz; pues en ese momento el Espíritu de Cristo y de gloria descansa sobre ellos. Sin duda, eso fue lo que hizo que los puritanos fueran (…) antorchas tan ardientes y luminosas. Cuando fueron expulsados por la ley negra de Bartolomé [El Acta de uniformidad de 1662] y removidos de sus respectivos cargos para predicar en graneros y campos, en los caminos y en los vallados, entonces, de una manera especial, ellos escribieron y predicaron como hombres con autoridad. Y aunque muertos, todavía hablan a través de sus escritos; los cuales siguen conservando una unción especial en nuestros días.4
Esas palabras vienen del prefacio de una reimpresión de las obras de Bunyan, la cual se publicó en 1767; pero esa unción especial sigue vigente, todavía es posible sentir esa autoridad, y esa sabiduría madura sigue siendo capaz de robar el aliento, tal como lo han descubierto por sí mismos todos los que recientemente se han convertido en lectores de la literatura puritana. A través del legado de esta literatura, los puritanos pueden ayudarnos hoy en día a encaminarnos hacia la madurez que ellos conocían, y que nosotros necesitamos.
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¿De qué maneras pueden hacer eso? Permítanme sugerir algunas maneras específicas. (1) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a la integración de sus vidas diarias. Como su cristianismo abarcaba todas las áreas, por esa razón toda su vida era una sola pieza. En la actualidad nosotros diríamos que el estilo de vida que ellos tenían era holístico: todo lleno de conocimiento, actividad, y deleite, todo relacionado con «el uso de las criaturas» y el desarrollo de los poderes y la creatividad personales, integrando todo en el único propósito de honrar a Dios por medio de apreciar todos Sus dones, haciendo todo con el sello de «santidad a Jehová». Para ellos no existía una separación entre lo sagrado y lo secular; toda la Creación, en lo que a ellos respectaba, era sagrada, y todas las actividades de cualquier tipo, tenían que ser santificadas, es decir, tenían que ser hechas para la gloria de Dios. Así que, en el ardor de su mentalidad celestial, los puritanos se convirtieron en hombres y mujeres ordenados, realistas, centrados, decididos, prácticos, y entregados a la oración. Debido a que veían a la vida como un todo, ellos integraron la contemplación con la acción, la adoración con el trabajo, la labor con el descanso, el amor por Dios con el amor por el prójimo y por uno mismo, la identidad personal con la identidad social, y relacionaron unas con otras las diferentes áreas del amplio espectro de responsabilidades relacionales, y todo eso de una manera meticulosamente concienzuda y bien estructurada. En ese sentido, su meticulosidad era extrema, y con eso me refiero a que era, por mucho, superior a la nuestra, sin embargo, la manera en la que combinaban de manera completa el amplio rango de responsabilidades cristianas establecidas en la Escritura era algo asombrosamente balanceado. Ellos vivían en conformidad a un «método» (o como nosotros diríamos, una «regla de vida»), ya que planeaban y proporcionaban su tiempo con cuidado, no necesariamente tratando de mantener las cosas malas afuera, sino más bien tratando de mantener todas las cosas buenas e importantes adentro —esa sabiduría era necesaria en ese tiempo, y es necesaria ahora para las personas ocupadas. De manera que, nosotros, quienes en nuestro día a día tenemos una tendencia a vivir vidas aleatorias sin ninguna planeación, y que nos involucramos en una serie de actividades que no tienen conexión estrecha, y que, por lo tanto, nos sentimos abrumados y distraídos la mayor parte del tiempo, en este punto en particular, podemos aprender bastante de los puritanos.
(2) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a la calidad de su experiencia espiritual. En la comunión con Dios de los puritanos, debido a que Jesucristo tenía un papel central, las Sagradas Escrituras eran de suprema importancia. Ellos consideraban a la Escritura como la Palabra de Dios que era útil para instruirlos con respecto a sus relaciones divino– humanas; y por esa razón su intención era vivir en conformidad a ella, y en este punto, ellos también fueron concienzudamente metódicos. Debido a que se reconocían a sí mismos como criaturas de pensamiento, afecto y voluntad, y debido a que entendían que el camino de Dios hacia el corazón humano (la voluntad) era a través de la cabeza humana (la mente), los puritanos practicaban la meditación discursiva y la meditación sistemática, aplicando toda la gama de verdades bíblicas a sí mismos, tal como ellos lo veían en la Escritura. La meditación puritana de las Escrituras se veía reflejada en los sermones puritanos; en la meditación, el puritano buscaba examinar y poner a prueba su corazón, estimular sus afectos para ser capaz de odiar el pecado y amar la justicia, y, por último, animarse a sí mismo por medio de las promesas de Dios, y eso era justo lo que hacía un predicador puritano desde el púlpito. Esta piedad racional, apasionada, y resuelta era una piedad concienzuda sin convertirse en obsesiva, estaba orientada por la ley sin caer en el legalismo, y expresaba