de la vida, y su propósito era que el sello de «santidad a Jehová» pudiera ser impreso absolutamente en todas las áreas de la vida.
Pero eso no era todo. Ya que, al conocer a Dios, los puritanos también conocieron al hombre. Ellos veían al hombre, en su origen, como un ser noble hecho a la imagen de Dios para gobernar la tierra de Dios, pero en la actualidad, como un ser trágicamente embrutecido y destruido por el pecado. Por otra parte, veían al pecado a través de la triple luz de la ley, el señorío, y la santidad de Dios, y, por lo tanto, lo veían como transgresión y culpa; como rebelión y usurpación; y como impureza, corrupción e incapacidad para hacer el bien. Gracias a que veían todo eso, y al mismo tiempo conocían las formas en que el Espíritu lleva a los pecadores a la fe y a una nueva vida en Cristo, y lleva a los santos, por una parte, a crecer a la imagen de su Salvador y, por otra parte, a aprender su total dependencia de la gracia, los grandes puritanos se convirtieron en excelentes pastores. La profundidad y la unción de sus exposiciones «prácticas y experimentales» en el púlpito no era más sobresaliente que sus habilidades para estudiar y aplicar la medicina espiritual a las almas enfermas. A partir de las Escrituras, cartografiaron el terreno de la vida de fe y comunión con Dios, el cual a menudo nos parece desconcertante, pero ellos lo hicieron con gran minuciosidad (y como ejemplo podemos consultar El progreso del peregrino, para observar un diccionario geográfico ilustrado), y, además, su agudeza y sabiduría para diagnosticar el malestar espiritual y para establecer los remedios bíblicos más apropiados era algo sobresaliente. Por esa razón, ellos permanecen como los pastores clásicos del protestantismo, de la misma manera en la que hombres como Whitefield y Spurgeon tienen su lugar como los evangelistas clásicos por excelencia.
Y, en este sentido, en lo referente al frente pastoral, es donde los cristianos evangélicos de hoy necesitamos tanta ayuda. Ya que, aparentemente, en los últimos años nuestros números se han incrementado, y parece que también ha crecido un nuevo interés por las sendas antiguas de la teología evangélica. Y debemos estar agradecidos con Dios por eso. Sin embargo, no todo celo evangélico es congruente con el conocimiento, y tampoco todas las virtudes y valores de la vida cristiana bíblica aparecen siempre juntos de la manera en la que tendrían que aparecer, de manera que, parece que hay tres grupos en particular que obviamente necesitan la ayuda que los puritanos están capacitados para brindar de manera única (como lo muestran sus escritos). A estos grupos yo los llamo: los experiencialistas incansables, los intelectualistas atrincherados, y los desviacionistas inconformes. Por supuesto, estos grupos no son cuerpos de opinión organizados, sino más bien son individuos con mentalidades características, con los cuales uno se encuentra una y otra vez. Permítanme hablar de ellos en el orden mencionado.
Aquellos a los que les llamo experiencialistas incansables son de una especie muy conocida, tan conocida que a veces los observadores son tentados a definir el evangelicalismo en términos de ellos. Su actitud está caracterizada por ser azarosa y despreocupada, pero al mismo tiempo tienen una impaciencia vehemente, la cual está en busca de las novedades, el entretenimiento, y las «alturas»; además, les dan mucha mayor importancia a los sentimientos fuertes que a los pensamientos profundos. Son personas que tienen poca atracción por el estudio sólido, la auto examinación humilde, la meditación disciplinada, y el trabajo duro ordinario en sus vocaciones y en sus oraciones. Para ellos la vida cristiana es una vida de experiencias extraordinarias y emocionantes, en lugar de ser una vida de justicia racional y firme. Ellos hacen un énfasis constante en los temas del gozo, la paz, la felicidad, la satisfacción, y el descanso del alma; pero no hacen referencias balanceadas del descontento divino de Romanos 7, de la batalla de fe del Salmo 73, o de las «profundidades» de los Salmos 42, 88 y 102. Por causa de la influencia de personas como esas, la gente llega a pensar que un simple hombre extrovertido, espontáneo y alegre es un reflejo de la vida cristiana saludable, de manera que, los santos que tienen una personalidad menos optimista o un temperamento más complejo pueden llegar a sentirse confundidos porque nos son capaces de estallar en alegría en conformidad al estándar prescrito. En medio de su agitación, estos hombres exuberantes se vuelven personas crédulas que no cuestionan nada, y de acuerdo con su razonamiento, mientras más extraña y sorprendente sea su experiencia vivida, más divina, sobrenatural y espiritual será considerada, y casi nunca toman en serio la firmeza de la virtud bíblica.
Las personas que tienen estos defectos no se oponen a la idea de apelar a las técnicas de consejería especializada que han sido desarrolladas con fines pastorales, por los evangélicos extrovertidos de los últimos años; pero la vida espiritual es algo que tiene que fomentarse y la madurez espiritual tiene que ser engendrada, no por técnicas humanas sino por la verdad; de manera que, si nuestras técnicas están fundamentadas en una noción defectuosa de la verdad que hemos de trasmitir y del propósito de la misma, estas técnicas no podrán hacernos mejores pastores o mejores creyentes de lo que éramos antes. La razón por la que los experiencialistas incansables tienen una vida cristiana desequilibrada es porque han sido afectados por una forma de mundanalidad, y por un individualismo antirracional antropocéntrico, que ha convertido a la vida cristiana en un viaje hacia el ego y hacia la búsqueda de emociones. Esos santos necesitan el tipo de ministerio de maduración en el que la tradición puritana se ha especializado.
¿Cuáles son los énfasis puritanos que pueden centrar y darle una dirección correcta a los experiencialistas incansables? Para empezar, los siguientes: Primero, el énfasis en la centralidad de Dios como el requisito divino que es esencial para la disciplina de la autonegación. Segundo, la insistencia de la primacía de la mente, y la imposibilidad de obedecer una verdad bíblica que todavía no ha sido comprendida. Tercero, la necesidad constante de tener humildad, paciencia, y firmeza, y la importancia de reconocer que el principal ministerio del Espíritu Santo no es producir emociones en nosotros, sino formar en nosotros un carácter semejante al de Cristo. Cuarto, el reconocimiento de que los sentimientos suben y bajan, y que Dios constantemente nos pone a prueba, llevándonos a desiertos de simpleza emocional. Quinto, la singularización de la adoración como actividad principal de la vida. Sexto, el énfasis en nuestra necesidad de auto examinarnos constantemente a través de las Escrituras, bajo los términos establecidos por el Salmo 139:23–24. Séptimo, la comprensión de que las grandes medidas de sufrimiento santificador son parte del plan que Dios tiene para que Sus hijos crezcan en la gracia. Ninguna tradición cristiana de enseñanza administra esta medicina que purga y fortalece, con una autoridad más solemne que la de los puritanos, ya que, de acuerdo con lo que hemos visto de su propia experiencia, cuando ellos administraron para sí mismos esta medicina, a lo largo de un siglo (y aún más) formaron un tipo de cristianos que eran maravillosamente fuertes y resilientes.
Pensemos ahora en los intelectualistas atrincherados que existen en el mundo evangélico: una segunda especie muy conocida, aunque no son tan comunes como la primera. Algunos de ellos parecen ser víctimas de un temperamento inseguro y sentimientos de inferioridad, otros reaccionan por orgullo o dolor contra la locura del experiencialismo tal como lo han percibido, pero sea cual sea la fuente de su síndrome, el patrón de comportamiento que ellos manifiestan es distintivo y característico. Constantemente se presentan como cristianos rígidos, argumentativos, críticos, defensores de la verdad de Dios, para quienes la ortodoxia lo es todo. Se esfuerzan por sostener y defender su propia visión de esa verdad, ya sea calvinista o arminiana, dispensacional o pentecostal, reformista de la iglesia nacional o separatista de la Iglesia Libre, o lo que sea; ese es su principal interés, e invierten recursos sin límites en esta tarea. Existe muy poca cordialidad en ellos; relacionalmente son distantes; las experiencias no significan mucho para ellos; ganar la batalla de la corrección mental es su gran propósito. Ellos pueden ver que realmente en nuestra cultura antirracional, gobernada por los sentimientos, y que está en busca de gratificaciones instantáneas, el conocimiento conceptual de las cosas divinas está infravalorado, y, por lo tanto, buscan con pasión restaurar el equilibrio en este punto. Ellos entienden correctamente la prioridad del intelecto; sin embargo, el problema es que, cuando realizan sus interminables campañas en las que promueven su propio tipo de pensamiento correcto, lo único que pueden ofrecer es intelectualismo, ya que eso es casi todo lo que tienen, si no es que lo único. Por eso, yo también los instaría a que se expongan a la herencia puritana para que puedan madurar.
Esa última afirmación puede sonar paradójica, ya que, algún lector pudo haber notado que el perfil