J. I. Packer

En pos de los puritanos y su piedad


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le dieron lugar a olvidarse de esa verdad. Además, debido a que eran conscientes de la deshonestidad y el engaño de los corazones caídos, ellos cultivaban la humildad y la desconfianza en sí mismos, y se auto examinaban constantemente en busca de puntos ciegos en su vida espiritual y con la finalidad de detectar su maldad interna oculta. Sin embargo, esa no es razón para llamarlos mórbidos o introspectivos; ya que, ellos encontraron la disciplina de la auto examinación en la Escritura (es importante resaltar que, auto examinación no es lo mismo que introspección), junto con la disciplina de la confesión y el abandono del pecado, seguidas de la disciplina de renovar la gratitud personal hacia Cristo por Su misericordia al perdonar los pecados, y todo eso, para ellos era una gran fuente de paz interior y gozo. Hoy en día, nosotros, para nuestra propia vergüenza, sabemos que no tenemos mentes limpias, que tenemos afectos desmedidos, y voluntades inestables cuando nos acercamos a servir a Dios, y también sabemos que una y otra vez nos encontramos a nosotros mismos siendo engañados por un romanticismo irracional y emocional que se disfraza de hiper espiritualidad, pero en ese sentido, también podemos beneficiarnos del ejemplo de los puritanos, en todo lo que respecta a esa área.

      (3) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su pasión por la acción eficaz. A pesar de que los puritanos, como el resto de los seres humanos, tenían sus propios sueños de lo que podría y debería ser, podemos decir de manera determinante que ellos no eran el tipo de personas a las que nosotros llamaríamos «soñadores». Ellos no tenían tiempo para ser el tipo de personas ociosas y despreocupadas que esperan a que los demás cambien al mundo. Ellos eran hombres de acción con una influencia puramente reformada —eran activistas guerreros sin una pizca de confianza en sí mismos; obreros de Dios que dependían totalmente de que Dios obrara en y a través de ellos, y que siempre le daban a Dios la alabanza que Se merece por cualquier cosa que, en retrospectiva, aparentemente podía considerarse como hecha de la manera correcta; eran hombres que oraban fervorosamente para que Dios los capacitara para usar sus propias capacidades, no para su propio alarde, sino para la alabanza de Dios. Ninguno de ellos quería ser revolucionario en la Iglesia o el estado, aunque algunos de ellos terminaron siendo eso en contra de su voluntad; sin embargo, todos ellos tenían el anhelo de ser agentes de cambio eficaces para Dios, en cualquier lugar en el que fuera necesario hacer una transición del pecado a la santidad. Entonces, Cromwell y su ejército levantaban oraciones sólidas y extensas antes de cada batalla; los predicadores en privado levantaban oraciones sólidas y extensas antes de aventurarse a subir al púlpito; y los hombres laicos levantaban oraciones sólidas y extensas antes de atender cualquier asunto cotidiano (matrimonio, negocios, compras importantes, etc.). Sin embargo, hoy en día los cristianos occidentales se caracterizan por ser completamente pasivos, faltos de pasión, y me temo que, también faltos de oración; y debido a que ellos cultivan un ethos que encierra a la piedad personal en un capullo pietista, abandonan los asuntos públicos para seguir sus propios caminos, y la mayor parte de ellos no tiene ninguna expectativa de influenciar a otras personas más allá de su propio círculo cristiano. Por su parte, los puritanos oraban y se esforzaban por ver una Inglaterra y una Nueva Inglaterra santas, ya que sentían que cuando uno es negligente con sus privilegios y cuando la infidelidad reina, es cuando existe una amenaza de juicio nacional; en contraste, los cristianos modernos están dispuestos a conformarse alegremente a la respetabilidad social convencional, y una vez que lo hacen, ya no tienen necesidad de buscar algo más. Ciertamente es muy obvio que también en este punto los puritanos tienen grandes cosas que enseñarnos.

      (4) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su programa de estabilidad para la familia. No sería exagerado decir que los puritanos crearon la familia cristiana en el mundo de habla inglesa. La ética puritana del matrimonio no consistía en buscar una pareja a la que verdaderamente amaras con mucha pasión en ese momento, sino más bien una pareja a la que pudieras amar constantemente como a tu mejor amigo de por vida, y después proceder con la ayuda de Dios para llevar a cabo eso. La ética puritana de la crianza consistía en entrenar a los hijos en el camino en el que debían andar, cuidar de sus cuerpos y sus almas por igual, y educarlos para ser adultos sobrios, piadosos, y socialmente útiles. La ética puritana del hogar tenía como fundamento el objetivo de mantener el orden, la amabilidad, y la adoración familiar. La buena voluntad, la paciencia, la consistencia y una actitud alentadora eran vistas como las virtudes domésticas esenciales. En una época llena de incomodidades rutinarias, medicamentos rudimentarios, sin analgésicos, y con aflicciones constantes (la mayoría de las familias perdían al menos el mismo número de hijos que criaban), la esperanza de vida promedio era de menos de 30 años, y casi todos los estratos sociales sufrían dificultades económicas (con excepción de los príncipes mercantes y la nobleza terrateniente), la vida familiar era una escuela de carácter en todos los sentidos, y la fortaleza con la que los puritanos resistieron la recurrente tentación de liberar la presión a través de la violencia intrafamiliar, junto con la manera en la que honraron a Dios en sus familias a pesar de todo eso, son cosas dignas de suprema admiración. En el hogar, los puritanos demostraron ser maduros (para reiterar el término que he estado usando), ya que aceptaron las adversidades y las decepciones de manera realista, como de parte de Dios, rehusándose a sentirse intimidados por ellas. Y además en el hogar era el primer lugar en el que el puritano laico practicaba el evangelismo y el ministerio. Geree escribió: «Él se esforzó por hacer de su familia una iglesia (…) trabajando para que aquellos que nacieron en su casa, pudieran nacer de nuevo para Dios».5 En una época en la que la vida familiar se ha vuelto quebradiza, incluso entre los cristianos, una época en la que los cónyuges tienen corazones medrosos y prefieren tomar el camino de la separación antes que esforzarse por mejorar su relación, y en donde los padres narcisistas consienten a sus hijos materialmente al mismo tiempo que los descuidan espiritualmente, por esas razones, una vez más, tenemos mucho que aprender de las formas tan diferentes de los puritanos.

      (5) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su sentido de la dignidad humana. Gracias a que creían en un Dios grande (el Dios de las Escrituras, irreductible e indomable), ellos obtuvieron un entendimiento vívido de la grandeza de las cuestiones morales, de la eternidad, y del alma humana. La frase de Hamlet: «¡Qué obra maestra es el hombre!» refleja exactamente el sentir puritano; ya que el asombro por la individualidad humana era algo que ellos sentían profundamente. Aunque, bajo la influencia de su herencia medieval, la cual les enseñó que el error no tenía derechos, ellos no lograron tratar respetuosamente a todos y cada uno de los que diferían públicamente con respecto a sus puntos de vista; no obstante, tenían una fuerte apreciación de la dignidad del hombre como criatura hecha para ser amigo de Dios, y particularmente, tenían un fuerte sentido de apreciación de la belleza y la nobleza de la santidad humana. En el hormiguero urbano colectivo donde la mayoría de nosotros vivimos hoy en día, el sentido de la importancia eterna de cada individuo está muy erosionado, y el espíritu puritano es en este punto un remedio del cual podemos obtener grandes ganancias.

      (6) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su ideal de la renovación de la iglesia. Aunque debemos aclarar que, la palabra «renovación» no era la que ellos utilizaban; ellos solamente hablaban en términos de «reformación» y «reforma», sin embargo, para nuestras mentes del siglo XX estas palabras sólo se limitan a cuestiones relacionadas con elementos externos de la ortodoxia, el orden, las formas de adoración, y los códigos de disciplina de la iglesia. Pero cuando los puritanos predicaban, publicaban escritos, y oraban por una «reforma», lo que tenían en mente de hecho no era algo menor a estos elementos externos, sino que su aspiración era mucho mayor. En la edición original de la obra de Richard Baxter, El pastor renovado, en el título, la palabra «renovado» fue impresa con un tipo de letra mucho más grande que cualquier otro, y además, uno no tiene que adentrarse tanto en la lectura del libro para descubrir que, para Baxter, un pastor «reformado» no era uno que luchaba a favor del Calvinismo, sino uno cuyo ministerio hacia su gente, como predicador, maestro, catequista, y ejemplo a seguir, demostraba que él era, como diríamos nosotros, un pastor «avivado» o «renovado». La esencia de este tipo de «reforma» consistía en enriquecer el entendimiento de la verdad de Dios, despertar los afectos hacia Dios, incrementar el fervor de la devoción personal, y acrecentar el amor, el gozo, y la firmeza del propósito cristiano en el llamado y la vida personal del creyente. Y alineado con esa esencia, el ideal para la iglesia era que, a través