Arturo Villavicencio

Neoliberalizando la naturaleza


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focalizadas en la intensificación de otras actividades extractivas como la bioprospección, el ecoturismo o la ecoforestería. El estudio sostiene, y quizá esta es una de las contribuciones relevantes del análisis, que estas actividades, a las que se suman otros usos no transformativos de la naturaleza, configuran una nueva fase de explotación intensiva de la naturaleza, una suerte de neoextractivismo, igualmente depredador y socialmente destructivo como las modalidades del extractivismo convencional.

      El capítulo VI trata sobre el ecoturismo, un tema que ha acaparado la atención de las esferas del gobierno, círculos empresariales, organismos de desarrollo, grupos ambientalistas y la academia. El ecoturismo adquiere una relevancia especial simplemente porque es presentado como una alternativa para un nuevo modelo de desarrollo llamado a sustituir el modelo de acumulación basado en la renta proveniente de la explotación de recursos no renovables como los minerales y el petróleo. La discusión sobre el tema está centrada en desvelar los mitos que se han creado alrededor del ecoturismo: el mito del desarrollo, el mito de la conservación y el mito de la inmaterialidad. La primera parte del capítulo pone de relieve la tendencia a magnificar los impactos del turismo como un factor dinamizador de la economía. La discusión admite que los efectos son parcialmente ciertos, pero requieren una dosis de realismo. La exposición muestra que una parte importante de los ingresos son acaparados por agentes económicos externos y no ingresan en los circuitos de las economías locales; el empleo generado es un empleo precario, requiere bajas cualificaciones, es de carácter estacional y el nivel de salarios es mínimo. Estas constataciones conducen a afirmar, y este es el mensaje del análisis, que para que el turismo tenga un impacto significativo a nivel macroeconómico necesariamente tiene que ser un turismo de masas. En este caso, como se insiste en la discusión, los efectos negativos a nivel social, ambiental y cultural exceden ampliamente cualquier potencial ganancia económica.

      El segundo tema abordado en el capítulo se refiere al ecoturismo como una estrategia de conservación de áreas naturales. Se cuestiona en esta parte aquel discurso, ampliamente difundido, que presenta el turismo, y el ecoturismo, en particular, como una ««industria sin chimenea» que no ocasiona o produce leves efectos sobre el ambiente. A partir de una amplia evidencia de análisis y referencias, la discusión muestra que el ecoturismo degrada la naturaleza y en muchos casos sus efectos pueden ser más nocivos que aquellos causados por el turismo convencional. Particular atención es dedicada a los efectos del turismo sobre el fenómeno de calentamiento global. El análisis pone en evidencia que, debido a la demanda de transporte aéreo, el turismo contribuye de manera significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero y, por consiguiente, es un factor importante en la desestabilización del clima.

      Por último, la exposición se enfoca a los efectos sociales y culturales del ecoturismo, en particular sobre las poblaciones locales directamente involucradas en esta actividad. Esta sección discute los supuestos que conducen a crear una imagen del ecoturismo como una mercancía fetiche, es decir, una actividad descontextualizada de sus circunstancias sociales y ambientales; presentándolo como una actividad sin ningún costo social para las poblaciones y ambiental para los destinos turísticos. El argumento del ecoturismo como el mecanismo más idóneo para la protección y conservación de las culturas locales y un supuesto empoderamiento de las comunidades a través de su incorporación en emprendimientos capitalistas es ampliamente cuestionado.

      Una aclaración necesaria

      Señala D. Harvey que ha sido parte de la genialidad de la ideología neoliberal presentarse con una máscara benevolente, llena de palabras con sonidos cautivantes como libertad, elección, derechos, iniciativa privada, para esconder la sombría realidad de la restauración o reconstitución del crudo poder de una clase en las esferas locales, transnacionales, pero de manera particular, en los principales centros financieros del capitalismo global (2005: 119). Frente a esta dura constatación, al mismo tiempo podríamos preguntarnos, quienes criticamos y nos oponemos a esta ideología, si nosotros mismos no estaremos cayendo en la seducción de un mundo binario, simplista y hasta moralista, que contrapone justicia social, solidaridad y Estado de bienestar (todas con una connotación positiva) contra individualismo, mercados y propiedad privada (todas con una connotación negativa). En otras palabras, como lo advierte Bar­nett (2010), no estaremos acaso, mezclando ficción con realidad y bajo el riesgo de caer en lo que el filósofo Roy Bashkar (2010: 10) llama la «falacia epistemológica», es decir, la confusión de las propias ideas sobre la realidad con la realidad misma. Reconocemos que este riesgo es perfectamente plausible. Sin embargo, debemos aceptar que «el neoliberalismo ya no es el sueño de los economistas de Chicago o la pesadilla en la imaginación de los académicos de izquierda; este se ha transformado en el sentido común de nuestro tiempo» (Peck y Tickell, 2002: 381); «en un virus mental» (Beck 2008: 103). Es este virus el responsable de una dolorosa realidad que, en contraste con aquellos escenarios, tipo ganador-ganador, profusamente publicitados por los abogados del proyecto neoliberal, nos llevan a constatar una realidad diferente: una sociedad que ha acoplado su «progreso» a una continua e insostenible producción y acumulación de capital a través de la mano invisible del mercado, la mano visible del Estado y el vicio privado de la codicia material en nombre del beneficio público (Streeck, 2016: 1).

      [1] G. Monbiot, «The Great Impostors», The Guardian, 7 de agosto de 2012.

      [2] Todas las traducciones de los textos citados son del autor.

      [3] Discurso de Stanley Fink en una reunión de la comunidad financiera de Londres. Citado en Brockington y Duffy (2011: 1).

      I. EL PROYECTO NEOLIBERAL

      La ecología es subversiva porque cuestiona el imaginario capitalista que domina el planeta (Castoriadis, 2005: 237).

      El término neoliberalismo corre el riesgo en convertirse nada más que en un vehículo para que los académicos puedan criticar cosas que no son de su agrado en el mundo (Igoe y Brockington, 2007).

      «A lo largo del mundo los ecosistemas están en venta. La mercantilización de la naturaleza y su apropiación por un amplio grupo de actores, para una gama de usos –actuales, futuros y especulativos– y en nombre de la “sostenibilidad”, “conservación” o valores “verdes”, está acelerándose.» Con esta constatación empieza una influyente publicación (Fairhead, Leach y Scoones, 2013), coordinada por un grupo de influyentes sociólogos, antropólogos y ecologistas, sobre un fenómeno que se expande peligrosamente, como aquel de la monetización, capitalización y comercialización de los procesos ecológicos y bienes naturales. Señalan estos autores que una extraordinaria variedad de actores –fondos de pensiones y capitales de riesgo, corredores de bolsa y consultores, intermediarios financieros y especuladores, proveedores de servicios geoinformáticos y facilitadores, inversionistas y vendedores, activistas ambientales, ONG y agencias estatales– están de una u otra manera involucrados en un nuevo negocio, que en nombre de la conservación de la naturaleza, gira alrededor de la apropiación, despojo y mercantilización de bienes y servicios ambientales hasta hace poco considerados como un bien público o propiedad común. A esta variedad de actores se suma una diversidad de instrumentos y estrategias que van desde el ecoturismo hasta el pago por los servicios ambientales, pasando por los mecanismos de mitigación compensatoria, la declaración de áreas protegidas, el consumo responsable y la res­pon­sabilidad social corporativa. En este embrollo de intereses y estrategias emergen nuevas coaliciones y alianzas hasta hace poco difícilmente imaginables: negocios y ONG, conservacionistas e industria minera o empresas de ecoturismo y grandes corporaciones. Bajo el justificativo de un mecanismo respetuoso con la conservación de la naturaleza, este nuevo «capitalismo verde» va más allá de un simple maquillaje para una explotación sostenible de los recursos.

      La mercantilización de los recursos naturales no es, de ninguna manera, un fenómeno nuevo. La transformación de la naturaleza en mercancías ficticias (Polanyi, 2001 [1944]) ha tenido lugar a lo largo de la colonización de nuevos espacios, pueblos y procesos de acumulación capitalista (Harvey, 2005). Lo que es un fenómeno relativamente reciente es el amplio esfuerzo de la industria capitalista de internalizar