Brian McClellan

Promesa de sangre (versión latinoamericana)


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e instantáneamente se arrepintió de haberlo dañado. No tenía dinero para comprar otro. Había vendido todos sus objetos de valor para comprar un anillo de diamantes en Fatrasta. El condenado anillo de diamantes que había dejado clavado a un petimetre en Jileman. Aún recordaba la sangre brotando del hombro del sujeto, las gotas color carmesí cayendo del anillo que le había deslizado por la espada antes de clavárselo. Tendría que haberse quedado con él. Podría haberlo empeñado. Se obligó a tragarse el nudo que tenía en la garganta. Se arrepentía de no haberle dicho algo a Vlora allí mismo, lo que fuera, mientras ella se sostenía las sábanas contra el pecho en la puerta de aquella habitación.

      Miró la hora en el reloj de una torre cercana. Faltaban cuatro horas para que los soldados de su padre comenzaran a restablecer el orden. Cualquier persona que se encontrara en las calles pasada la medianoche tendría que lidiar con los hombres del mariscal de campo. No sería algo sencillo para los soldados. En ese momento, había mucha gente desesperada en Adopest.

      —¿Qué piensas de estos mercenarios? —preguntó Taniel. Se inclinó y levantó el boceto arrugado de Vlora, lo alisó contra su pierna y lo guardó dentro del cuaderno.

      Ka-poel se encogió de hombros. Miró la turba que se acercaba. Los lideraba un hombre corpulento, un granjero con un overol viejo y gastado y armado con una porra improvisada. Probablemente se había mudado a la ciudad para trabajar en una fábrica pero no había podido unirse al sindicato. Vio a Taniel y a Ka-poel de pie en la puerta de un comercio cerrado y se volvió hacia ellos levantando la porra. Más víctimas a su disposición.

      Taniel pasó el dedo por el ribete de su chaqueta de cuero y tocó la culata de la pistola que llevaba en la cadera.

      —No te conviene tener problemas aquí, amigo —dijo. Ka-poel apretó sus pequeños puños con fuerza.

      Los ojos del granjero se posaron sobre el broche de plata con forma de barril de pólvora que Taniel llevaba en el pecho. Se detuvo a mitad de camino y le dijo algo al hombre que venía detrás de él. De pronto se volvieron y se alejaron. Los demás los siguieron, echándole miradas siniestras a Taniel, pero poco dispuestos a vérselas con un mago de la pólvora.

      Taniel lanzó un suspiro de alivio.

      —Esos dos matones a sueldo ya deberían haber vuelto.

      Julene, la mercenaria Privilegiada, y Gothen, el quiebramagos, habían ido tras el rastro de la otra Privilegiada hacía casi una hora. Estaba cerca, dijeron, y salieron en su búsqueda; luego regresarían por ellos dos. Taniel empezaba a creer que los habían abandonado.

      Ka-poel se señaló el pecho con el pulgar y luego se puso la mano por encima de los ojos y movió la cabeza como si buscara algo.

      Él asintió con la cabeza.

      —Sí, Pole, ya sé que puedes encontrarla, pero dejaré que esos mercenarios hagan el trabajo preliminar. Es para lo único que servirán, de todos m… —La cabeza de Taniel golpeó contra la pared del comercio que tenía detrás, y los oídos le retumbaron a causa de la repentina explosión. Ka-poel chocó contra él, y Taniel la atrapó antes de que llegara a caerse. La ayudó a ponerse de pie y meneó la cabeza para que los oídos dejaran de zumbarle.

      En cierta ocasión se encontraba a un kilómetro de un depósito de municiones cuando de pronto la pólvora se prendió fuego. La explosión de ahora fue igual que aquella pero Taniel, con sus sentidos de Marcado, percibió que no se trataba de pólvora, sino de hechicería.

      Una columna de fuego se elevó en el aire a menos de dos calles de donde estaban ellos. Desapareció tan pronto como había aparecido, y Taniel oyó gritos. Miró a Ka-poel; tenía los ojos muy abiertos, pero parecía estar ilesa.

      —Vamos —le dijo, y salió a la carrera.

      Pasó corriendo delante de la gente de la turba, desparramada sobre el empedrado como los juguetes de un niño derribados a puñetazos, y dobló la esquina para dirigirse hacia la explosión. Chocó contra alguien y cayó al suelo. Se puso de pie de inmediato, echando apenas un vistazo a la persona con quien había golpeado.

      Había avanzado solo dos pasos cuando comprendió lo que había visto: una mujer mayor de cabello gris, con camisa y chaqueta lisa color café y guantes de Privilegiada.

      Taniel se volvió desenfundando la pistola.

      —¡Alto! —gritó.

      Ka-poel dobló la esquina a toda velocidad, justo hacia su línea de tiro. Él bajó la pistola y corrió hacia ella. Por encima del pequeño hombro de Ka-poel, vio que la mujer se volvía. Los dedos le bailaron, y Taniel sintió el calor de una llama cuando la Privilegiada tocó el Otro Lado.

      Taniel sujetó a Ka-poel y se arrojó con ella al suelo. Una bola de fuego del tamaño de un puño le pasó junto al rostro, lo suficientemente caliente para rizarle el cabello. Levantó la pistola y apuntó, sintiendo la calma del trance de pólvora mientras se concentraba en apuntar, en la pólvora y en su blanco. Apretó el gatillo.

      La bala habría acertado en el corazón de la Privilegiada si justo en ese instante esta no se hubiera tropezado. En cambio, le dio en el hombro. La mujer se crispó por el impacto y le gruñó.

      Taniel miró a su alrededor. Necesitaba un lugar donde ponerse a cubierto y recargar. A unos quince metros había un viejo depósito de ladrillos. Serviría.

      —Hora de irnos —le dijo a Ka-poel. La puso de pie de un tirón y corrieron hacia el depósito.

      Por el rabillo del ojo vio que los dedos de la mujer danzaban. Ver a un Privilegiado tocar el Otro Lado era algo maravilloso, si ese Privilegiado no estaba intentando matarte. Con su dominio de los elementos, un Privilegiado habilidoso podía lanzar una bola de fuego o invocar rayos.

      Taniel notó que el suelo temblaba. Se pusieron a cubierto detrás del depósito, pero el edificio retumbó. Sintió que un grito se le escapaba de la garganta previendo los poderes que atravesarían la estructura y los destruirían.

      El edificio crujió, se movió, pero no explotó. De pronto aparecieron grietas en las paredes, de las que comenzó a salir humo. En el aire se oyó un sonoro bump. Y luego reinó el silencio. Estaban vivos. Algo había interrumpido la hechicería que la Privilegiada había estado a punto de arrojarles.

      Taniel miró de reojo a Ka-poel. Exhaló, y sintió que el aire salía tembloroso.

      —¿Fuiste tú? —La mirada de Ka-poel le resultó indescifrable. Ella señaló—. Tras ella. Cierto. Vamos.

      Taniel corrió hacia la calle cambiando su pistola ya usada por una cargada. Se detuvo un momento cuando vio a Julene y a Gothen corriendo hacia ellos.

      Julene estaba como si le hubiera explotado un barril de pólvora en el rostro. Tenía el cabello quemado y la vestimenta ennegrecida. Incluso Gothen tenía una mirada salvaje en los ojos y marcas negras en la camisa, y se suponía que él era inmune a la hechicería. A la espada que tenía en la mano le faltaban unos treinta centímetros de hoja.

      —¿Qué abismos han hecho? —preguntó Taniel—. Quedamos en que volverían a buscarme antes de ir por ella.

      —No necesitamos que un maldito Marcado se nos meta en el medio —respondió Julene con un gesto grosero.

      —Esa Privilegiada no debería haber sabido que estábamos cerca —dijo Gothen, y miró a Taniel avergonzado—. Pero lo supo.

      —¿Y eso lo hizo ella? —Taniel señaló la espada rota de Gothen.

      El hombre hizo una mueca.

      —¡Ay, por el abismo! —Arrojó la media espada al suelo.

      —Si nos quedamos charlando aquí, la perderemos —dijo Taniel—. Bien, Julene, trata de flanquearla, yo…

      —Yo no obedezco tus órdenes —lo interrumpió Julene inclinándose hacia delante—. Iré derechito a su garganta. —Se ajustó los guantes y salió corriendo por la calle.

      —¡Maldición! —Taniel le dio