Brian McClellan

Promesa de sangre (versión latinoamericana)


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cómo lo hace una verdadera rastreadora. —Hizo un gesto hacia Ka-poel—. Adelante.

      Taniel se cubrió los ojos de la lluvia y miró a Julene. La mercenaria estaba de pie por encima de él, con los brazos cruzados y con una sonrisa beligerante que le torcía la cicatriz del rostro.

      —Pasaron dos días —dijo—. Admite que tu salvaje no puede rastrear a esta perra, así podemos salir de esta lluvia y decirle a Tamas que hay un problema.

      —¿Te rindes con tanta facilidad? —Taniel mantuvo la mano en la alcantarilla y trató de no pensar en la sustancia lodosa que le deslizaba por entre los dedos. Las bocas de tormenta acumulaban de todo: desde desechos humanos hasta animales muertos y cualquier clase de basura y de fango que se amontonara en las calles. Durante una tormenta como esa, todo iba a dar a las grandes alcantarillas que había debajo de la ciudad. Esa rejilla estaba obstruida, por lo que Taniel tenía el brazo metido hasta el hombro en el agua de lluvia y la porquería, y lo estaba disfrutando casi tanto como disfrutaba el fastidio constante de Julene—. Sabes que Tamas no te pagará hasta que el trabajo esté hecho, ¿verdad? —le recordó.

      —La encontraremos —dijo Julene—. Solo que hoy no. No con esta lluvia. Ella causó esta tormenta. Lo percibo. Las auras se arremolinan, conjuradas desde el Otro Lado. Enturbian demasiado su rastro, pero una vez que la lluvia haya amainado, yo volveré a encontrarlo.

      —Ka-poel ya tiene su rastro—. Taniel se estiró un poco más, su mejilla rozó el asqueroso charco sobre el que estaba echado. Sintió algo duro, lo apretó con la mano y lo extrajo.

      —Ha estado raspando con las uñas entre los adoquines y te ha hecho escarbar en cada zanja de aquí a… ¿Qué abismos es eso?

      Taniel se puso de pie. El pegote de lodo gris que tenía en la mano parecía las raspaduras de cien botas. Lo sujetó con el brazo extendido, con el estómago revuelto a causa del hedor. Toda la masa estaba adherida a un trozo largo de madera. Succionando y chapoteando, el charco que tenía a los pies lentamente comenzó a drenarse.

      —Un bastón roto, creo —dijo.

      Ka-poel se acercó para examinar el lodo. Lo tocó con un dedo, escrutando toda la masa con la cabeza echada hacia atrás. De pronto sumergió los dedos en el lodo y los sacó apretando algo.

      Julene se inclinó hacia delante.

      —¿Qué es eso? —Meneó la cabeza—. Nada. Niña estúpida.

      Taniel se lavó el brazo en el charco más limpio que pudo encontrar, luego tomó su camisa y su chaqueta de cuero, que sostenía Gothen.

      —Necesitas mejores ojos —le dijo a Julene—. Es un cabello. Un cabello de la Privilegiada.

      —Eso es imposible; encontrarlo entre toda esta mugre. Incluso si fuera un cabello de ella, ¿para qué le puede servir a tu salvaje?

      Taniel se encogió de hombros.

      —Para encontrarla.

      Ka-poel se alejó y abrió su morral. Trabajó por unos momentos dándoles la espalda. Cuando se volvió, se acomodó el morral en el hombro y asintió con la cabeza enérgicamente. Se tocó el centro del pecho y luego hizo un gesto como si aferrara algo.

      Taniel se abotonó la camisa sonriendo.

      —La tenemos.

      Pararon a un carruaje de alquiler. Ka-poel se sentó con el cochero para guiarlo, y Taniel, Julene y Gothen subieron al interior. Un momento después de que la puerta se cerrase, Julene hizo una mueca de asco.

      —Hueles fatal —dijo—. Preferiría estar bajo la lluvia antes que aquí dentro contigo. Iré de pie en el estribo. —Volvió a salir. Enseguida el carruaje comenzó a avanzar.

      —¿Ka-poel es capaz de rastrear a la Privilegiada con un cabello? —preguntó Gothen después de varios minutos de marcha, con las rodillas demasiado cerca de las de Taniel para su gusto.

      —Es difícil hacerlo solo con un cabello —respondió—. Ayuda si tienes más cosas. La sangre de mi bayoneta, un trozo de uña en la calle (esta Privilegiada se muerde las uñas), una pestaña. Cada pequeña cosa nos guía hasta la siguiente. Cuantas más consigamos, más fácil será encontrarla. Si queremos tomarla por sorpresa, necesitamos su ubicación precisa.

      Taniel abrió su cuaderno de bocetos y lo hojeó, hizo una breve pausa en el dibujo de Vlora metido entre dos páginas y luego siguió hasta encontrar un retrato a medio hacer de la Privilegiada. La estaba dibujando de memoria, pero él era el único de los cuatro que había podido verla de cerca. Gothen observó el dibujo durante unos instantes. Cuando terminó, Taniel cerró el cuaderno con firmeza y volvió a guardárselo en la chaqueta.

      —¿Cómo funciona el poder de Ka-poel? —preguntó Gothen.

      —No tengo ni idea. Nunca la he visto hacer magia. Lo que entendemos nosotros por magia, al menos. Nada de dedos crispados ni de conjurar auras elementales. —Hacía mucho tiempo que había abandonado todo intento de comprender los poderes de Ka-poel.

      Pasó un minuto, y Gothen carraspeó. No miraba directamente a Taniel, pero tenía una sonrisa pícara en el rostro.

      —Julene y yo hicimos una apuesta.

      Taniel se echó una línea de pólvora en la mano y la aspiró.

      —¿Sobre qué?

      —Julene opina que te acuestas con la salvaje. Yo digo que no.

      —No es exactamente la apuesta de un caballero —dijo Taniel.

      —Aquí somos todos soldados —dijo Gothen. La sonrisa se le ensanchó.

      —¿De cuánto es la apuesta?

      —Cien kranas.

      —Ahí va la intuición femenina. Dile que te debe cien.

      —Me lo imaginaba. Los hombres son mucho más fáciles de adivinar que las mujeres. De vez en cuando le echas una mirada de esas, pero incluso en esos casos es más de un gesto de anhelo que la mirada de un amante.

      Taniel le frunció el ceño al quiebramagos y se reacomodó en el asiento, no muy seguro de cómo responder. Si estuvieran entre oficiales, lo retaría a duelo por ese comentario. Allí, sin embargo… como había dicho Gothen, ambos eran soldados.

      —No es más que una niña —comentó Taniel—. Además, estuve comprometido con otra mujer desde antes de conocer a Ka-poel.

      —Ah. Felicidades.

      —El compromiso se canceló.

      —Mis disculpas —dijo Gothen desviando la mirada.

      Taniel se echó otra línea en el dorso de la mano. Hizo un gesto de desdén con la tabaquera.

      —No tiene importancia. —Aspiró la pólvora negra, luego inclinó la cabeza contra el lateral del carruaje. Oyó el golpeteo de la lluvia sobre el techo, el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines y los cascos del caballo. Había tantos ruidos para acallar sus pensamientos…

      ¿Dónde estaría Vlora en ese momento? se preguntó. Quizás estuviera llegando a Adopest. A lo mejor ya había estado allí y ya se había ido, enviada por Tamas a cumplir alguna misión. Se había obligado a borrar esa pregunta de su mente en cada momento de silencio que tuvo desde que clavó al sujeto a la pared. El muy petimetre quedó retorciéndose en su propia espada, como una mariposa. ¿Qué había salido mal? Había sido un error ir a Fatrasta de aquel modo. Enredarse en una guerra solo para impresionar a Tamas. La había dejado sola durante demasiado tiempo. El hombre que se había acostado con ella era un mujeriego profesional. No era su culpa.

      Cerró una mano con fuerza y contuvo su ira. ¿Estaba furioso porque amaba a Vlora? ¿O porque otro hombre había mancillado a su mujer? ¿Ella había sido realmente su mujer? No recordaba una época en la que no fuera a casarse con Vlora. Tamas los había mantenido juntos en toda situación posible. Ella era una maga de la pólvora muy dotada, y lo más probable era