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Historia crítica de la literatura chilena


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así, un desarrollo cultural en cierto sentido modesto, pero que también puede pensarse como más lejano de la influencia de la vida cortesana y con una escritura más contingente, urgente, precaria. Ello no significa, por supuesto, considerar estas escrituras necesariamente resistentes al orden colonial, sino simplemente atender a las posibilidades que abre la posición marginal o semimarginal de su lugar de enunciación, que resulta, entre otras cosas, en que la producción textual del Reino de Chile se transmita mayoritariamente en manuscritos, producidos por escritores con un nivel de educación formalizada baja (Kordić 198).

      Podemos reconocer en la producción letrada del Reino de Chile una primera etapa que va desde mediados del siglo XVI hasta principios del siglo XVII, en el que escriben soldados españoles que narran las conquistas a modo de testimonio12. Es el caso de todo el grupo de primeros cronistas, Jerónimo de Vivar, Alonso de Góngora Marmolejo, Pedro de Valdivia y Pedro Mariño de Lobera; el relato épico de Ercilla y sus continuadores, como Pedro de Oña, el primer escritor criollo de Chile que publica en 1596 su Arauco Domado; Diego Arias de Saavedra, autor de Purén indómito; y el poema anónimo La Guerra de Chile. Por esta época tuvieron estadía en Chile el dominico fray Reinaldo de Lizárraga13 y fray Diego de Ocaña14, quienes dedican una parte de sus obras a la descripción de estas regiones australes. En general, la conquista está relatada por sus propios actores, y si bien estos narran, como apuntó Lucía Invernizzi, los «trabajos de la guerra» («La conquista de Chile…» 9), estos implican generalmente un horizonte exitoso de conquista. Las características de este primer período –la idea de la propagación de la fe como fundamento salvacionista, el servicio al rey en forma de lealtad del vasallo y los anhelos señoriales de los conquistadores (Goicovich, «La Etapa de la Conquista (1536-1598)» 55)– son también reconocibles en los textos que utilizan, en el caso de la prosa, una retórica notarial (Invernizzi, «La conquista de Chile…» 7-8).

      El desastre de Curalaba en 1599, la pérdida de las ciudades del sur y el establecimiento de la frontera en el Biobío producen un cambio relevante en los temas y en la perspectiva de las crónicas, aunque la guerra de Arauco siga siendo central. Ya adentrados en el siglo XVII, además de los soldados españoles Alonso González de Nájera, Santiago de Tesillo y Jerónimo de Quiroga15, escriben soldados criollos, como Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, miembros de órdenes religiosas como Diego de Rosales y el criollo Alonso de Ovalle, jesuitas, o el mercedario Juan de Barrenechea y Albis, también criollo. Salvo el breve texto de Santiago de Tesillo, Guerra de Chile (Madrid 1647) y la Histórica relación del Reino de Chile (Roma 1646) de Alonso de Ovalle, la mayor parte de estos textos siguen inéditos y circulan en manuscritos. En todos ellos predomina el relato histórico ya sea de conquista o de la guerra de Arauco, así como temas relacionados con la legitimidad de los medios para asegurar y completar la conquista o los modos de terminar con la guerra de Arauco, discutidos desde una perspectiva jurídica o teológica, lo que muchas veces se hace utilizando una retórica notarial y del sermón. La preeminencia de soldados y de miembros del clero es notoria, quedando fuera otro tipo de escritores, como funcionarios públicos o abogados, así como escritores indígenas o mestizos.

      Las críticas a las políticas con respecto a la guerra, a la administración, pero también al comportamiento de soldados y encomenderos, otorga un carácter más amargo y pesimista a los debates. Surgen polémicas en torno a la esclavitud indígena y a la estrategia de la guerra defensiva respaldada por Luis de Valdivia, y durante todo el siglo XVII «la balanza de la política española se debatirá entre los extremos de la conciliación y la violencia excesiva» (Goicovich, «Entre la conquista y la consolidación fronteriza» 318)16. Estos temas siguen presentes en las crónicas coloniales durante todo el siglo (331), si bien son especialmente relevantes en su primera mitad, durante la cual se reconoce una mayor actividad bélica en comparación al período que sigue al levantamiento de 1655 (Villalobos 1985). Durante este siglo se ha descrito también un cambio en la orientación del discurso sobre el indígena, en relación con el fracaso de un sistema de conquista que se pensó posible hasta el desastre de Curalaba. Así, hacia finales de siglo XVI se reconoce el afianzamiento de un discurso que reaccionaba al hecho de que los españoles fracasaron en el intento por convertir al mapuche en un productor de excedentes, como se hiciera en México o en el área andina: «la convicción de los españoles del siglo XVI que en la Araucanía había abundante oro y que los mapuche debían recogerlo, los obligó a insistir en el control del territorio y de su población», lo que fue un factor que determinó que la conquista «en Chile se revistió de tanta violencia» (Pinto 15). Este fracaso llevó a articular la idea de un indígena bárbaro e incorregible que estorbaba al europeo, «al punto de ponerse en duda la conveniencia de su conservación»; se le califica de demoníaco y bárbaro, lo que justifica su exterminio (16-17).

      Otro aspecto relevante de este segundo período es el afianzamiento de un discurso criollo. El primer autor criollo de Chile es Pedro de Oña, a quien le siguen insignes escritores del siglo XVII, como Alonso de Ovalle o Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, quienes problematizan desde diversas perspectivas su identificación con la patria y la lejanía respecto de la metrópoli. La identidad criolla comenzó a surgir tan pronto apareció la primera generación de nacidos en el Nuevo Mundo17, pero durante el siglo XVII tomó la forma de un «criollismo militante», pues este grupo social comenzó a tomar conciencia «de su originalidad, de su identidad y, por consiguiente, de sus derechos» (Lavallé 105). El ser criollo estaba más ligado «a una adhesión a intereses locales, que al nacimiento en tierra americana» (25), y por cierto, era una categoría que estaba lejos de responder a criterios puramente raciales18. Lo que determinaba al criollo era más que nada la adhesión a una ética colonial criolla (44) y la defensa de ciertos intereses locales que muchas veces chocaban con los peninsulares. David Brading destaca que la identidad criolla surgió de un fuerte ánimo de descontento y de un sentimiento de frustración y resentimiento. Para Brading, los primeros brotes de protesta –que surgieron alrededor de 1590– revelan:

      el surgimiento de una identidad criolla, de una conciencia colectiva que separó a los españoles nacidos en el Nuevo Mundo de sus antepasados y primos europeos. Sin embargo, tal fue una identidad que encontró expresión en la angustia, la nostalgia y el resentimiento. Desde el principio, los criollos parecen haberse considerado como herederos desposeídos, robados de su patrimonio por una Corona injusta y por la usurpación de inmigrantes recientes, llegados de la Península (323).

      Los autores criollos que hemos nombrado elaboran de diversa forma estas inquietudes, ya sea desde un desplazamiento geográfico, como es el caso de Pedro de Oña y Alonso de Ovalle, o bien configurando un espacio fronterizo en donde la figura del mapuche adquiere un nuevo cariz, como ocurre con Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán.

      Finalmente, en el siglo XVIII se incorporan las voces femeninas a través de la narrativa conventual, ya sea en relatos autobiográficos, cartas o poemas; las primeras obras científicas producto de las ideas ilustradas, como la reconocida de Juan Ignacio Molina; así como poesías y obras de teatro de circunstancia asociadas a fiestas y celebraciones, o bien a las formas de sociabilidad de las capas más altas de la sociedad. Durante la primera mitad del siglo se puede observar las consecuencias de una disminución en la intensidad de los enfrentamientos bélicos y el afianzamiento de las relaciones fronterizas (Villalobos 15 y ss.). La abolición de la esclavitud de los indios captados en la guerra, decretada en 1683 (17), es un hito relevante que cambia las relaciones entre indígenas y colonos. El agotamiento de las minas de oro y la disminución de la población indígena, junto al surgimiento de Potosí y su consiguiente demanda por diversos productos, por otra parte, cambiaron el foco del desarrollo de Chile desde el sur hacia la zona central, desde donde se articularon circuitos comerciales que satisfacían los requerimientos del nuevo polo minero (Pinto 21).

      Hacia mediados de siglo pueden distinguirse los efectos culturales de los cambios introducidos por las reformas borbónicas de Carlos III, principalmente en la elaboración de obras de carácter científico y en la literatura de viajes, las que muestran un cambio de actitud hacia el conocimiento, el que se seculariza paulatinamente. Sin embargo, hay que notar que este cambio es lento y está morigerado por la vigencia en Hispanoamérica de los dogmas de la Iglesia Católica, la filosofía escolástica y la fidelidad