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Historia crítica de la literatura chilena


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«Introducción al volumen I. Los intelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo XX». En Myers, Jorge y Carlos Altamirano (editores). Historia de los intelectuales en América Latina I. Argentina: Katz, 2008.

      Pinto, Jorge. «Integración y desintegración de un espacio fronterizo. La Araucanía y las Pampas, 1550-1900». En Pinto, Jorge (editor). Araucanía y Pampa. Un mundo fronterizo en América del Sur. Temuco: Universidad de la Frontera, 1996.

      Quijano, Aníbal. «Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina». Cuestiones y horizontes: de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires: CLACSO, 2014.

      Ramón, Armando de. Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana. Santiago: Sudamericana, 2000.

      Retamal Ávila, Julio. Testamentos de «indios» en Chile colonial: 1564-1801. Santiago: RIL, 2000.

      Rose, Sonia V. «Hacia un estudio de las élites letradas en el Perú virreinal: el caso de la Academia Antártica». En Meyrs (editor), 2008.

      Schwartz, Stuart B. «Colonial Identities and the Sociedad de Castas». Colonial Latin American Review. Vol. 4, n°1. 1995, 185-201.

      Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile (Alma y cuerpo). Santiago: Andrés Bello, 1993.

      Triviños, Gilberto. La polilla de la guerra en el reino de Chile. Santiago: La Noria, 1994.

      Villalobos, Sergio. «Guerra y paz en la Araucanía: periodificación». En Villalobos, Sergio y Jorge Pinto (editores). Araucanía. temas de historia fronteriza. Temuco: Universidad de la Frontera, 1985.

      Zapater, Horacio. La búsqueda de la paz en la Guerra de Arauco: el padre Luis de Valdivia. Santiago: Andrés Bello, 1992.

      Zúñiga, Jean Paul. «Huellas de una ausencia. Auge y evolución de la población africana en Chile: apuntes para una encuesta». En Cussen, Celia (editora). Huellas de África en América: Perspectivas para Chile. Santiago: Universitaria, 2009.

      1 Jean Paul Zúñiga define a Chile como una sociedad con esclavitud (más que una sociedad esclavista, que supondría una economía basada en la mano de obra esclava), lo que finalmente determinó que su visibilidad se atenuara con el pasar del tiempo (82-83). En Chile, la mano de obra esclava no estaba asociada al complejo productivo de la plantación, sino que se utilizaba en una gran variedad de trabajos (84), muchos de ellos domésticos, y estaba muy dispersa. La situación más frecuente en la primera mitad del siglo XVII era la de un amo que tenía dos esclavos (90). «Para mediados de los años 1620, el recurso de la mano de obra africana se había generalizado, lo que concuerda con el testimonio coetáneo del Padre Alonso de Ovalle» (89).

      2 En el análisis que realiza Jean Paul Zúñiga de las 720 partidas de bautismo entre 1633 y 1644, provenientes de las parroquias del Sagrario y Santa Ana de Santiago, se encuentra un 33% de bautizos negros y/o esclavos. Si compartimos con Zúñiga que la mayor parte de los que son solo nombrados como esclavos y no explícitamente como negros también lo eran, la población de origen africano durante la primera mitad del siglo XVII era sin duda numerosa. Ver también Ramón, 39, 80.

      3 Armando de Ramón también entrega datos interesantes sobre la población de la ciudad de Santiago que permiten apreciar el patrón de conformación de la ciudades latinoamericanas. A comienzos del siglo XVII, según libros de bautizos de la parroquia de El Sagrario en Santiago, se contaba un 67,7% de población indígena. La mayor parte de esta no vivía en la ciudad misma, sino que en rancherías a su alrededor, y no provenía de la zona central sino que era desterrada, la mayor parte, desde los territorios en guerra en el sur, o bien desde Cuyo y Tucumán (Ramón, 39).

      4 Los testamentos indígenas publicados hace no tanto constituyen valiosos documentos en este sentido. Dictados por indígenas a escribanos como manifestación de última voluntad, permiten conocer no solo los bienes, el origen, condición, estado civil o descendencia del testador, sino que muchas veces hacen relatos en forma de autobiografía (Retamal Ávila, 16). Ver también Kordić, Raïssa. Testamentos coloniales chilenos. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/Vervuert, 2005. Jorge Cáceres me ha apuntado que otros textos de interés en este ámbito son los documentos que resultan de los Parlamentos. Una publicación relativamente reciente es Los Parlamentos hispano-mapuches, 1593-1803: textos fundamentales editado por José Manuel Zavala Cepeda (Temuco: Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2015).

      5 El relato más conocido es el de Antonio Pigafetta, pero hay documentos complementarios: las relaciones de Francisco Albo y de Ginés de Mafra, las cartas de Maximiliano de Transilvania, Antonio Brito y Juan Sebastián Elcano (Cabrero, 31-32).

      6 Los desplazamientos de los criollos y la pregunta por el lugar de enunciación de sus discursos no solo se relaciona con la idea de un imperio interconectado, sino que también con la de una relación asimétrica entre la metrópoli y las colonias. Este aspecto ha sido puesto en discusión por Jaime Concha a propósito de Pedro de Oña, al notar en su escritura –desde Arauco domado (1596) y El temblor de Lima (1609) hasta sus obras de asuntos españoles: El Vasauro (r. hacia 1635) y San Ignacio de Cantabria (1639)– una «progresiva reorientación temática que lo lleva a alejar la mirada de su contorno inmediato para hundirla en el pasado metropolitano (prestigioso por pasado y por metropolitano) o en los cielos hagiográficos de la dominación espiritual» (112).

      7 Esta característica ya había sido notada por Irving A. Leonard, cuando comenta a propósito del contenido de un embarque de libros hecho en 1583 en Lima que «la ausencia de estudios científicos e históricos sobre las Indias indica una desconcertante falta de interés de los limeños por su propio mundo» (187). Dadas así las cosas, no debiera sorprender que durante el Siglo de Oro la presencia de libros sobre temas americanos sea también escasa en las bibliotecas españolas. Es lo que indica el estudio de Trevor J. Dadson, quien estudió las bibliotecas particulares de 90 individuos cuyos inventarios datan desde 1504 hasta 1709. El estudio comprueba la escasez de libros de temas americanos tanto en el siglo XVI como en el XVII, aunque a medida que pasa el tiempo se percibe un aumento de interés por este tipo de obras. Los libros que más veces se encontraron en estas bibliotecas fueron la Historia de las Indias de López de Gómara y la Historia general de las Indias de Fernández de Oviedo, lo que hace pensar que «lo que un español culto del Siglo de Oro podría saber del Nuevo Mundo es probable que lo aprendiera de uno o de ambos de estos dos libros» (Dadson 10).

      8 Cruz concluye para el primer período, que ella establece entre 1650 y 1750, que los libros «se mantienen aún dentro de lo que podría llamarse ‘la cultura escrita tradicional’, estrechamente ligada a la primacía de las interpretaciones de la doctrina y de la moral cristianas postridentinas y al ascendiente de la jurisprudencia del período Barroco. Solo a partir de 1750 esta cultura tradicionalista y conservadora comienza a ser penetrada por las nuevas ideas ilustradas provenientes de Europa y de la misma Metrópoli» (Cruz, 108). En el segundo período, entre 1750 y 1820, aumenta la importancia del libro, antes restringida, pues aumentan las bibliotecas privadas y conventuales. También se fundan las primeras bibliotecas públicas, como lo fue la biblioteca del Obispo de Santiago, Miguel de Alday y Aspeé, que contaba con 2.058 volúmenes al momento de su fallecimiento, los que fueron donados a la Catedral de Santiago para su uso público (Cruz 144).

      9 Antes del establecimiento de esta Universidad se dictaban cursos en universidades conventuales o menores al alero de las órdenes religiosas, como ocurrió con dominicos y jesuitas. Estas universidades tenían, sin embargo, un estatuto limitado pues solo podían otorgar grados básicos de filosofía o artes y de teología (Ávila Martel, 176).

      10 Puede ser muy interesante considerar cuál fue la función de estas imprentas. Teodoro Hampe Martínez explica que las imprentas en México y Lima tuvieron en un comienzo una importante labor en términos de la cristianización de las poblaciones autóctonas, lo que más adelante cambió hacia la función de educar y entretener a los colonos, y cubrir necesidades de la administración. Ello se ve reflejado en el número de impresos en idiomas nativos en Nueva España: desde 1539 a 1600