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Historia crítica de la literatura chilena


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relación al vincular la aparición de academias en el Virreinato del Perú con el desarrollo de la burocracia, pues esta se nutre de redes clientelares de los nobles que residían en la corte. El puesto burocrático exige un grado de erudición y de cortesanía cuya posesión parece garantizar la pertenencia a una academia (84-85).

      12 Siguen siendo muy válidas las características de la situación de enunciación que Lucía Invernizzi («Antecedentes del discurso…») reconoció para el discurso testimonial chileno de los siglos XVI y XVII: la existencia del mandato de informar a la Corona acerca de la realidad del Nuevo Mundo y de los hechos de los que se es testigo o participante (son textos testimoniales); la calidad de súbdito del emisor, que convierte la relación de hechos en «defensa, acusación, reclamo, alegato, protesta, demanda» (58) dirigida al soberano con el fin de obtener premios o de influir en la aplicación de políticas impuestas a América desde España; la conciencia de la distancia geográfica con respecto a España, que los deja en una situación de marginalidad con respecto al centro del poder.

      13 Su relato de viajes tuvo varias publicaciones, todas del siglo XX. Las primeras ediciones del texto redactado en 1605 fueron Descripción de Indias (Edición de Carlos A. Romero. Revista del Instituto Histórico del Perú. Lima, 1907) y Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (Edición de Manuel Serrano y Sanz. Historiadores de Indias. Tomo II. Madrid, 1909).

      14 El relato de Ocaña se encuentra en forma de manuscrito con el título de Relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1599-1605) en el Fondo Antiguo de La Universidad de Oviedo. Ha sido publicado fragmentariamente como Relación de un viaje maravilloso por América del sur (Madrid, Studium, 1969), como A través de la América del sur (Madrid, Historia 16, 1987) y Viaje a Chile (Santiago: Universitaria, 1995).

      15 De Jerónimo de Quiroga se han publicado Compendio histórico de los sucesos de la conquista del reino de Chile hasta el año 1656, sacado fielmente del manuscrito del maestre de campo Jerónimo de Quiroga (Madrid, Semanario erudito, 1789); y Memorias de los sucesos de la guerra de Chile, redactado h. 1692 (Santiago: Andrés Bello, 1979).

      16 Francis Goicovich propone una periodización de los primeros siglos de la colonia chilena que distingue una primera etapa de conquista, entre 1536 y 1598 –teniendo como hitos la entrada de Diego de Almagro a Chile y el desastre de Curalaba–, y una segunda etapa de transición, que comienza en 1598 y termina en 1683, con la prohibición de la esclavitud de indígenas tomados en guerra, lo que significa la revitalización de una política misionera.

      17 José Juan Arrom (1959) establece que el uso de la palabra «criollo» para referirse a los españoles nacidos en las Indias se remonta a la segunda mitad del siglo XVI (específicamente, entre 1571 y 1574). Bernard Lavallé (1993) adelanta esta fecha a 1563. En cualquiera de los dos casos, puede observarse el temprano uso del término para diferenciar a los recién llegados de España y a los nacidos en América.

      18 Elisabeth Anne Kuznesof (1995) indica que la raza no era el criterio único para ser considerado criollo, pues otros factores influían en ello, como por ejemplo el género, el ser hijo(a) legítimo, el nombre y el origen del cónyuge. De esta manera, existía cierto margen que permitía negociar la categoría social del individuo, de modo que un gran número de mestizos pudo integrarse al mundo hispano. En efecto, según la autora, se calcula que desde un 20 a un 40% de los llamados criollos tenían sangre indígena o africana. Para Stuart B. Schwartz (1995) esta flexibilidad –que se mantuvo durante la primera mitad del siglo XVI– permitió no solo considerar como criollos a mestizos e incluso a mulatos, sino que también empañó la consideración que se profesaba a los españoles nacidos en América. Es decir, si bien la raza no fue en un principio determinante para ser considerado criollo, a principios del siglo XVI tanto los orígenes raciales como la supuesta influencia del ambiente americano y de la lactancia de nodrizas indias o negras sirvieron de argumento a los españoles peninsulares para afirmar la inferioridad y degradación de los criollos.

       Espacio, sociedad, escritos y escritura en el Chile colonial

       Espacio, sociedad, escritos y escritura en el Chile colonial

      Alejandra Araya y Alejandra Vega

       1. Introducción

      Han sido tópicos recurrentes de la historiografía el destacar la guerra de Arauco y la condición marginal y de frontera del espacio colonial de Chile como ejes constitutivos de una experiencia histórica particular19. Enfatizando, según los casos, las especificidades del desarrollo institucional, de las dinámicas y jerarquías sociales o de las modalidades de ocupación del territorio, estos escritos han vuelto una y otra vez sobre la impronta de lo bélico y de la pobreza. Estas marcas se fijaron tempranamente, durante las primeras décadas del dominio hispano en estos territorios, en la propia cultura colonial en formación. Al decir del capitán Alonso González de Nájera (¿?-1614), esta condición se asentaba incluso en la naturaleza misma del territorio. En su Desengaño y reparo de la Guerra del Reino de Chile, escrito hacia 1614, podemos leer:

      Si las provincias de Chile fueran llanas, por belicosos que fueran sus defensores, mil Chiles hubieran allanado a Su Magestad sus leales vasallos, a quien tanta sangre y vidas cuesta un solo Chile, por lo que su fortaleza favorece a sus naturales, los cuales son en aquella guerra, por causa de sus montes, como el mar de Flandes, que cuanta tierra le van ganando los industriosos flamencos muchos años a poder de diques, argines o reparos con increíble costa o trabajo, la torna a él a cobrar con mil daños en un día que sale de madre (32).

      El diagnóstico de Nájera ponía al centro la ineficacia del ingenio desplegado por los conquistadores ante las características del territorio de Chile. Naturaleza, cultura y devenir histórico quedaban así íntimamente imbricados.

      Visto desde este cariz, puede resultar comprensible la reiteración en la bibliografía crítica de otra idea: una que apunta al atraso intelectual y cultural de Chile. Máxima y elocuente expresión de este atraso sería la inexistencia de una imprenta en la gobernación colonial capaz de poner en contacto obras y lectores y de constituir, por esa vía, una opinión pública y una sociedad racional y letrada20.

      Tensionando estos planteamientos, hemos abordado el desafío de escribir una introducción histórica al volumen colonial de esta Historia crítica de la literatura chilena a partir de la asunción –ampliamente reconocida en la bibliografía contemporánea que trata sobre textos, lectores y escrituras– de que impreso, ideas y cultura no son sinónimos y que los procesos de producción simbólica que involucran a la letra desbordan y resignifican dichos términos.

      En esta introducción hemos propuesto una argumentación que articula espacios, actores y prácticas de escritura y lectura. Los tres ejes señalados permiten establecer un contexto que sitúa las coordenadas de la organización política, económica y social desde los sujetos que las encarnan, representan y ponen en práctica, y que las pone en diálogo con un marco espacial que no solo alude a las tradicionales cuestiones de fronteras político-geográficas o político-armadas, sino que pone el asunto del espacio construido como una clave fundamental de la comprensión de las acciones de los sujetos y como objeto que es sustancial a la conformación misma de eso que hoy llamamos Chile. Específicamente para el caso «chileno», este es un tema crucial en la definición de las relaciones con la metrópoli, los financiamientos y los apoyos por la inestabilidad que impone a la política imperial la llamada Guerra de Arauco. Dicho tópico cruza, como lo ha señalado Lucía Invernizzi, «los trabajos y los días» de los conquistadores y de sus descendientes, en sus experiencias y sus discursos (1990). De esta forma, podemos dar cuenta de la relación existente entre los temas que permiten organizar una lectura del periodo y del lugar, y las llamadas «fuentes», en su doble dimensión de «documentos» y de «textos» que pueden ser objetos de análisis e interpretaciones importantes sobre el periodo y sus actores.

      Clave resulta, en tal sentido, una