Donna Habenicht

Enséñales a amar


Скачать книгу

apoyo y bajo control), 3) autoritaria (bajo apoyo y alto control) y 4) negligente (bajo apoyo y bajo control).

      Carlos, de 17 años, llega media hora tarde de una cita un sábado de noche. En el viaje de regreso, se le pinchó una llanta al automóvil. Desafortunadamente, la llanta de repuesto no estaba buena y tuvo que inflarla dos veces antes de llegar finalmente a casa. Cuando trató de explicar lo sucedido, su padre lo cortó gritando:

      –¡No me vengas con esas! ¡No hay excusa de ninguna clase esta vez! ¡No podrás usar el automóvil por las próximas tres semanas! ¡Te lo mereces! ¡Eres totalmente irresponsable!

      Carlos deja caer los hombros. Sabe que es mejor no tratar de explicar las cosas; con ello solo conseguiría un castigo más severo. Pero no parece justo. Se ha esforzado tanto por llegar a tiempo a casa... La semana siguiente será el banquete de los graduandos, y tendrá que buscar otro medio de llegar al lugar con su acompañante. El resentimiento crece en su interior y amenaza abrumarlo. “¡No puedo soportar esta situación por tres semanas más! Tengo que salir de aquí... Eh, la próxima semana es mi cumpleaños... quizá...”, piensa Carlos.

      Cuando Elena de White habla del estilo autoritario lo llama “vara de hierro”, una frase sumamente descriptiva. Los padres que usan la “vara de hierro” son grandes en autoridad –la de ellos– y pequeños en respeto por las necesidades de sus hijos. Muchas veces son arbitrarios e indebidamente severos. La más pequeña indiscreción resulta magnificada en una montaña de “pecado”. Los adultos tienden a ser ásperos, dictatoriales, egoístas, antipáticos y fríos con sus hijos. Usan mucho de la fuerza y el castigo físico. Los padres autoritarios rara vez explican las razones de sus órdenes o permiten que sus niños desarrollen la habilidad de hacer decisiones personales. Su propia necesidad de poder y control caracteriza sus relaciones con su familia. Desafortunadamente, el estilo de paternidad autoritaria es muy común entre las familias religiosas conservadoras, que a menudo se esconden detrás de una concepción errada de la autoridad divina para justificar sus propias acciones.

      Los niños criados bajo un estilo autoritario de paternidad reaccionan generalmente en una de dos formas. O bien se rebelan contra los valores de sus padres y se van de la casa tan pronto como sea posible –así como Carlos considera hacer–, o llegan a ser de voluntad débil, indecisos, individuos sin columna vertebral, incapaces de realizar decisiones morales difíciles.

      Los hogares autoritarios generalmente producen niños con autoconcepto pobre. No tienen una conciencia fuerte y se adhieren a los valores negativos que los rodean. Generalmente, rechazan la religión. Si son religiosos, pueden tratar de ser “perfectos” en cada detalle de la vida cristiana, esperando ganar el favor de Dios y evitar su castigo, mediante el mérito de sus buenas obras. Su personalidad muchas veces carece de calor, compasión y empatía por los sufrimientos de otros. El Dios que ellos adoran es un juez iracundo, vengativo, listo para destruir a cualquiera que no dé la medida.

      Carolina es una belleza de ojos oscuros, bonitos y vivaces. A los 14 años, es popular tanto entre los jóvenes como entre las muchachas. Viste siempre de última moda y tiene abundancia de dinero para gastar. Ambos padres son abogados y la han provisto de todo lo necesario, excepto de su amor, tiempo y atención. No le han puesto restricciones respecto de la hora en que debe regresar a casa después de una cita. A veces llega después de la medianoche y en cierta ocasión llegó a las 3:00 de la madrugada. Nadie dijo una palabra. En efecto, nadie parecía siquiera haberlo notado. Cualquier persona con quien ella tenga una cita está bien, en lo que a sus padres se refiere. Sencillamente, no tienen tiempo para que se los moleste. A menudo, Carolina llora hasta dormirse porque se siente muy sola. Necesita desesperadamente de sus amigos en la escuela; ellos son realmente su familia. La primera vez que sus amigos le sugirieron permanecer fuera hasta tarde, ella pensó que sus padres dirían algo, que harían algo; cualquier cosa que diera a entender que les interesaba saber qué le había sucedido. Pero no lo hicieron. Carolina lloró por horas como si su corazón fuera a romperse. A nadie le importó, realmente.

      El estilo de paternidad negligente difícilmente necesita explicación; el nombre lo dice todo. Los padres tienden a ignorar a los hijos, demuestran poca preocupación por sus necesidades y terminan por quedar ausentes de la vida de ellos. Mantienen a sus hijos a distancia y no quieren sacrificarse ellos mismos ni sacrificar sus propias conveniencias. Generalmente, solo hacen esfuerzos débiles por guiar a sus hijos.

      Los padres negligentes pueden ser los clásicos padres abusivos que maltratan físicamente a sus hijos o no les proveen para sus necesidades diarias de alimento, vivienda y vestido. Por otra parte, a veces pueden ser hombres y mujeres bien educados, orientados hacia una carrera, como los padres de Carolina, que están tan sumidos en sus propias vidas que, sencillamente, no tienen tiempo ni energías para atender a sus hijos. En lugar de educarlos, le dejan la tarea a la niñera. Tales padres generalmente suplen bien las necesidades materiales de sus hijos, pero no se involucran emocionalmente con ellos ni les dan apoyo. Desafortunadamente, sus hijos reconocen que no están arriba en la lista de prioridades de sus padres. Consecuentemente, no se sienten apoyados por ellos.

      Los hijos que provienen de hogares negligentes reaccionan a menudo de la misma manera en que lo hacen los que provienen de hogares autoritarios: se rebelan y adoptan valores negativos. Generalmente, no son muy religiosos, ni tienen valores fuertes porque sus padres no se los enseñaron en forma consistente, ni los disciplinaron. Tales hijos tienen, a menudo, profundos problemas emocionales relacionados con el abandono de que fueron objeto. Su Dios es percibido como un gobernante distante del universo, que no se involucra en la vida de sus súbditos; alguien a quien verdaderamente no le importa lo que suceda sobre la tierra.

      Los aspectos más dañinos de los estilos autoritario y negligente de paternidad son la frialdad y la falta de apoyo emocional. Estos a menudo conducen a actitudes de “qué me importa”, de abierta rebelión sin respeto por la autoridad de Dios ni la del hombre. Los padres autoritarios generalmente imponen la religión a sus hijos, mientras que los negligentes la ignoran por completo. La hostilidad que se desarrolla entre padres e hijos, generalmente, conduce al rechazo de lo que los padres más valoran: su religión.

      Susanita, de tres años, gimotea y ruega que le compren un caramelo en la tienda. Su madre le dice que no, pero finalmente se cansa de sus gemidos y le da su caramelo. La misma escena se repite cada vez que van de compras. Según los amigos de su familia, Miguelito, de cinco años, es un terror. Anda por toda la casa, corre por todas las habitaciones, toma cualquier cosa que se le ocurre para jugar, y sus padres nunca dicen una palabra de reprensión ni intentan sujetarlo. En cambio, dicen generalmente: “Bueno, tú sabes cómo son los niños...” Miguelito va a la cama cuando le dan ganas. También come cuando quiere y no se le exigen buenas maneras en la mesa. “Es solo un niño, después de todo...”, suspiran sus padres.

      Los padres permisivos e indulgentes, como los de Miguelito y Susanita, son tolerantes y aceptadores de los impulsos de sus hijos. Si bien son generalmente cálidos y cuidan de sus hijos, no les hacen muchas exigencias con el fin de promover en ellos una conducta más madura. Los hijos tienden a hacer lo que les place, sin mayor intervención de sus padres. La casa tiene pocas reglas y generalmente no se rige conforme a un programa. Las horas de dormir y comer se tienen cuando los niños quieren. Empleando poca disciplina, tales padres evitan la autoridad, el control y las restricciones.

      Como resultado de la actitud de “dejar hacer” de los padres en la crianza de los hijos, los niños no se desarrollan teniendo un conjunto fuerte de valores. Tienden a ser impulsivos y quieren hacer lo que quieren en el momento. Esperar por la recompensa de mañana no es algo que les llame la atención. Como nunca han aprendido a controlar sus impulsos, pueden ser agresivos e irresponsables y tener una estructura moral débil. Su Dios es un Dios aceptador y amante que sonríe indulgentemente y mira para otra parte cuando los seres humanos se portan mal. Para ellos, el pecado no es un gran problema en el universo.

      Jaimito, de ocho años, de cabellos rojizos y rostro pecoso, entra corriendo por la puerta al regreso de la escuela, llamando sin aliento:

      –¡Mamá!, los chicos están yendo a jugar a la pelota. ¿Puedo ir al parque con ellos?

      –Veamos –responde