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Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. vol.1


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y político de los objetos y del poder que tenían desde una perspectiva cultural (ver Kraus, Halbmayer & Kummels, 2018). Al respecto, es importante anotar que los objetos etnográficos fueron extraídos de su contexto social y recontextualizados dentro del espacio y régimen archivístico, donde fueron preservados, clasificados, catalogados y exhibidos (Guzmán & Villegas, 2018; Reyes, 2017). La forma de recolectar objetos por encargo en cantidades significativas condujo además a que importantes colecciones y archivos se encuentren en las capitales americanas o los países del Norte y no en —o cerca— de las comunidades de origen. Tal proceso estableció una distancia geográfica, social y epistemológica entre el objeto de archivo y la sociedad de la que este proviene, y le corresponden derechos de autor. Distancia geográfica, porque los objetos fueron desplazados físicamente, ya sea del campo a la ciudad o de los países del Sur a los países del Norte, dificultando su acceso. Distancia social porque, como documentos de archivo, estos adquirieron una vida social nueva, siendo sometidos a los usos y autoridad de nuevos actores. Pasaron a un régimen de propiedad distinto y adquirieron una nueva significación en función de su valor museístico y como patrimonio cultural que servía al proyecto colonial, evidenciando dominación sobre objetos del saber y liderzgo respecto a valores universales. Y, finalmente, distancia epistemológica porque los objetos fueron transformados por la intervención de expertos del régimen científico del Norte en documentos de valor científico y patrimonial. En su conjunto, se trata de una serie de distancias que han generado brechas en la gestión e interpretación de objetos etnográficos, y que han creado hegemonías, así como jerarquías en las estructuras de producción de conocimiento a nivel global (Göbel & Chicote, 2017; Kummels, 2018a, p. 42 respecto a la brecha mediática). Estas brechas, que refieren a relaciones de poder, han sido objeto de estudios importantes que han dado cuenta de cómo estas se han conformado a lo largo de las distintas instancias que comprometen la creación de estos archivos. Sin embargo, hay estudios que también han referido a las múltiples maneras en que estos han sido objeto de interpretaciones contrahegemónicas, y apropiaciones y usos alternativos (Scholz, 2017), que revelan instancias de negociación y resistencia, así como de contradicciones y paradojas, más que de procesos o formas de dominación homogéneos y unidireccionales.

      Entender las declaraciones y el sentimiento de aflicción de Urutau requiere ir más allá de la crítica colonialista acerca de la formación de archivos etnográficos, y atender a las propuestas que emergen en el marco de lo que se define como el «giro archivístico» (Basu & De Jong, 2016). Este viene desarrollándose en los últimos años, brindando un enfoque renovado que invita a hacer nuevas preguntas al archivo, así como a imaginar formas alternativas a la práctica antropológica en relación con él. Desde una perspectiva teórico-metodológica, el giro archivístico implica un esfuerzo por abordar el archivo más allá de su condición de dispositivo de representación. Se trata más bien de problematizarlo como lugar de práctica, prestando atención a la emergencia de nuevos usos e interpretaciones, así como al surgimiento de nuevas constelaciones que apuntan a redefinir la propia institución del archivo o a reconocer en otras prácticas no hegemónicas un quehacer archivístico.

      Al respecto, se debe señalar, por ejemplo, que el material fotográfico pasó relativamente tarde a ser consideraddo material documental relevante para ser archivado y puesto en valor en los archivos y museos etnográficos (Kraus, 2015). Debido a las características materiales de la fotografía, pero también a su reproductibilidad —primero analógica y ahora digital— plantea un reto en el sentido de que pone en cuestión el asunto de la originalidad y autenticidad del objeto de archivo, así como sus formas de accesibilidad, afectando las maneras de gestionar un archivo y, por lo tanto, redefiniéndolo como tal. Por otro lado, las tecnologías digitales y los medios sociales facilitan la práctica de documentación de la vida cotidiana, al mismo tiempo que la convierten a ella misma en una actividad cotidiana. Esto lleva a la necesidad de reconocer que la autoridad y la experticia del archivero se encuentran hoy descentralizadas y pueden ser ejercidas por todo aquel que cuente con una computadora o un teléfono celular. Pero, además, está la invitación a reconocer como materiales de archivos aquellos registros que trascienden el documento escrito o la imagen impresa, y que por lo tanto son difíciles de reunir y resguardar en un edificio. Por ejemplo, la tradición oral de un grupo, o los saberes relativos al trabajo/arte textil. Estos existen más bien como repertorios —inscritos en los cuerpos— y solo pueden ser invocados como repertorios a través de su puesta en escena. Al respecto, Taylor (2003) distingue entre archivo y repertorio. Aquí más bien proponemos esquivar una aproximación dicotómica y reconocer tales repertorios como archivos efímeros, cuyos (in)materiales y contextos de interpretación toman la forma de eventos performativos. En esta lógica, la grabación de un relato, aquella inscripción del evento oral en un documento sonoro, implicaría fijar un acto performativo en la materialidad de un documento impreso y reproducible —propio de las tecnologías letradas del capitalismo—, susceptible de ser fijado, sino apropiado, dentro del archivo como edificio y de un orden clasificatorio como régimen epistemológico. Queda claro que los esfuerzos por identificar prácticas de archivo marginales o alternativas al archivo como institución moderna sirven a la tarea de ampliar el horizonte de lo que «puede ser dicho», atendiendo al compromiso de la antropología por atender la diversidad de la condición humana.

      El giro archivístico se da a la par de otros debates y procesos relevantes que retan a la antropología a repensar el archivo y su relación con él. Estos son las políticas de identidad y de memoria, y el reclamo por derechos culturales y de género, que ocurren en el marco del capitalismo cultural y de politicas de patrimonialización, que revindican la diversidad cultural y promueven la participación y modelado de los sujetos como consumidores y, a la vez, productores de contenidos. A esto se suma el desarrollo de la tecnología digital y las redes sociales, que facilitan e impulsan las prácticas de documentar, reunir, organizar y hacer circular, dando lugar a prácticas archivísticas emergentes. Los procesos sociales y políticos, así como los desarrollos tecnológicos que traen consigo promesas de inclusión y democratización, también han impactado en la propia gestión de los archivos institucionales y en el vínculo de estos con los usuarios.

      Para los antropólogos, esto ha significado volver a mirar los archivos, sean estos institucionales o personales, y explorar nuevas formas de interactuar con los objetos y con las poblaciones de donde estos provienen, a través de la mediación de nuevas metodologías y prácticas curatoriales. También ha implicado varios tránsitos que comprenden abandonar principios clasificatorios y enfoques comparativos a favor de la creación de relatos acerca de los encuentros interculturales, priorizar la trayectoria y usos de los objetos de archivo por sobre la pretensión de totalidad de las colecciones, y relativizar la tarea de rescatar para la historia universal los vestigios de sociedades en extinción, a favor de la tarea de mediar relaciones y mundos sociales. Si bien la práctica antropológica ha sido modelada por la institución del archivo, los antropólogos, como se desprende de las contribuciones a este volumen, también han influido en su naturaleza a través de su quehacer etnográfico y su reflexión de este como objeto de indagación y espacio de intervención antropológicos. Así, las formas de hacer archivos (las prácticas de adquisición, documentación, catalogación y diseminación), al igual que sus usos (para fines científicos, pedagógicos, sociales y políticos) han variado en el tiempo, ajustándose a los desarrollos