Khalili que dejaba suficientemente aclarada la situación a mediados de 1985.
Lejos fueron quedándose las intenciones iniciales de los dirigentes del Kremlin. Lo que desde un principio habían considerado como un paseo de los tanques rusos para dispersar y exterminar a la resistencia fue transformándose en una guerra abierta, con el fortalecimiento de esa misma resistencia a la que, restándole importancia desde la cúpula del régimen soviético, se había empeñado en catalogar como «simples bandidos», y que se convertía día tras día en un verdadero quebradero de cabezas para las fuerzas rusas.
«Recuerde embajador que Napoleón también denominaba bandidos a aquellos españoles que se resistieron a sus intenciones de sometimiento y usted recordará también el final». Así, discretamente, en una conversación informal, un diplomático español intentaba sacar de su error a su colega soviético cuando éste se refería a la guerrilla como «unos cuantos bandidos que asesinaban e intentaban desestabilizar a un régimen amigo».
Si bien es cierto que la invasión soviética de Afganistán sirvió para desempolvar y actualizar viejos rencores que se acumulaban desde el siglo xix, durante el reinado de Alejandro II, y acrecentados durante la sovietización del Uzbekistán, también es cierto que ello sirvió para que de una forma tímida comenzaran algunas aproximaciones de unidad entre los diferentes grupos, algunos de los cuales tradicionalmente constituían focos de enfrentamiento mutuo. Ya los datos históricos contribuían a la confusión y al poco esclarecimiento de los hechos. Aún quedan en el aire y se crean polémicas en torno al nacimiento del Estado afgano que, según sean los interesados, se dan como acertadas las fechas de 1747, durante la designación de Ahmed Sha Durrani, o la de 1880 con Abdul Arman.
En un Estado pluriétnico de abierta denominación pastún, el fundamento de las instituciones y las bases de los sistemas de organización política se rigen por las normas y conductas tradicionales de la etnia mayoritaria y dominante.
Sólo por citar datos y para facilitar la comprensión de las complejas luchas tribales y las dificultades para llegar a entendimientos entre ellas, presentaré a continuación una estadística que dadas las circunstancias no estará exenta de errores.
Pastunes, musulmanes sunitas, seis millones; en esta cifra no se tienen en cuenta a los pastunes originarios de Pakistán y de las áreas tribales. Tayikos, sunitas, cuatro millones. Hazaras, chiitas, un millón y medio. Aimak, sunitas, ochocientos mil. Uzbekos, sunitas, un millón y medio, siempre refiriéndose a los originarios de Afganistán y no a los que habitaban en el Uzbekistán exsoviético. Turcomanos, sunitas, cuatrocientos cincuenta mil. Nuristanis, sunitas, ciento veinte mil, baluchis, sunitas, ciento veinte mil, sin tener en cuenta a los baluchis del lado pakistaní. Existen además otras tantas tribus minoritarias que por su escaso peso específico en la sociedad afgana no se tienen en cuenta a la hora de las enumeraciones demográficas.
El sistema organizativo, rígido y tomando como guía las leyes pastunes, se basa en las asambleas de ancianos llamadas jirga, de ámbito y funciones reducidas; la loya jirga, es decir, la gran asamblea, reúne a la representación de todas las tribus pastunes y sólo por determinados y muy particulares eventos, como puede ser la designación de un monarca o para tomar decisiones muy destacadas, pero principalmente para resolver los conflictos internos. La loya jirga se considera de tal importancia que durante el transcurso del siglo xx no se reunió más de media docena de veces.
Las fórmulas adoptadas y practicadas en el seno de la etnia pastún han originado no pocos enfrentamientos entre ésta y los integrantes de otras etnias que no siempre estuvieron de acuerdo con las decisiones adoptadas. Incluso hubo enfrentamientos entre miembros de la misma etnia pastún; incluso se dio el caso de dos familias rivales pastunes enfrentadas a lo largo de más de cincuenta años; algún jefe de la zona asegura que nadie recuerda con exactitud en qué momento y por qué comenzó la disputa, que ha continuado por generaciones.
Las diferencias lingüísticas también ejercen una gran presión a la hora de los entendimientos, pues existen tantas lenguas y dialectos como etnias y tribus. Predominan el pastún y el farsi o dari, esta última con escasas diferencias y gran influencia del persa iraní. Por ser estas dos lenguas y sus respectivos hablantes mayoritarios en el espectro demográfico del país, hallan en ello argumento suficiente para alimentar la gran rivalidad que las caracteriza. Pastunes y tayikos mantienen una férrea rivalidad desde la capa social más humilde hasta las esferas más altas.
Llegado el momento de los primeros levantamientos de oposición al régimen comunista y también comenzado los tímidos ataques contra los invasores recién instalados (acciones llevadas a cabo más bien de forma anárquica y desorganizada sin apenas seguir unas directrices), la propia represión y los ataques indiscriminados sobre la población civil fueron marcando los caminos a seguir.
Los combatientes fueron reagrupándose en torno a sus jefes tribales y éstos en torno a los influyentes líderes políticos con afinidades étnicas, tribales y naturalmente, religiosas. A partir de tan complejas premisas, fueron perfilándose los diversos partidos que formarían el amplio abanico político y constituirían de manera formal la resistencia afgana.
La población civil, al verse obligada a abandonar sus lugares de origen, procuró encontrar y construir en los países vecinos la misma estructura étnica con afinidad religiosa abandonada en Afganistán. Así, gran parte de los pastunes huyeron buscando refugio entre sus hermanos patunes originarios de la vecina Pakistán, en tanto que los hazaras, por proximidad geográfica a sus lugares de origen y por afinidad religiosa (en su mayoría profesan la rama chiita del islam), se retiraron hacia Irán. Los tayikos no pueden clasificarse realmente como una etnia sino como un colectivo que agrupa a todos los habitantes de Afganistán que utilizan el persa como lengua. Los hazaras sí conforman una etnia por sí misma; sin embargo, una gran parte de los tayikos, con excepción de los hazaras, buscó igualmente la protección de Pakistán, sobre todo los originarios de la región de Kabul, donde los persas hablantes son mayoría.
Una vez instalados y convenientemente distribuidos en campos de refugiados, prevaleció la misma infraestructura utilizada en Afganistán y de la que se nutrieron los diversos partidos que, según la propia influencia ejercida por sus líderes sobre las diferentes etnias, fueron reuniendo mayores o menores números de adeptos. En Pakistán se llegaron a contabilizar siete partidos políticos con verdadera representatividad y otro tanto con menor entidad y aun menor representatividad; mientras tanto los chiitas, instalados en Irán y en número muy inferior, se agruparon en ocho partidos.
Estos partidos, contando con jefes tribales, comenzaron a negociar las fórmulas para incrementar sus propios arsenales; logrado ese objetivo la guerrilla abandonó poco a poco las viejas tácticas y empezó a usar un armamento más moderno. En la primera época del conflicto era común ver a algunos guerrilleros portando armas utilizadas durante la Primera Guerra Mundial.
Algunos líderes políticos con una cierta visión de futuro comenzaban a tratar de salvar lo que a todas luces parecía insalvable: limar las diferencias entre los diversos grupos e intentar plasmar la unidad.
El gobierno chino utilizó la invasión soviética de Afganistán para presionar a la URSS, pidiendo su retirada del territorio afgano, pero en realidad, su posición estaba muy alejada de la mera solidaridad. La pequeña franja del territorio afgano que entre montañas se extendía para conformar la frontera chino-afgana encendía la luz roja de las autoridades de Pekín, las cuales no podían permitir que la URSS ampliara su posición estratégica en la zona y mucho menos en su propia frontera. Como prueba de su temor e indignación comenzó a llenar de armas y municiones los arsenales de la guerrilla. Los primeros cañones antiaéreos DShK, Dashakas y Ziguyak hicieron su aparición en los picos de las montañas de Afganistán.
El entonces presidente de Pakistán, general Zia-ul-Haq, abiertamente a favor de la guerrilla afgana, como anfitrión, amo y señor de los acontecimientos, trataba de equilibrar las balanzas de los partidos y de poner orden en ellos, aunque sus predilecciones se encaminaban de forma clara hacia una de las fracciones, el Hezb-e-islami, liderado por el radical Gulbudin Hekmatyar, quien comenzó a fortalecerse de manera desmesurada, porque en la idiosincrasia del pueblo afgano, el poder es medido por la fortaleza que dan las armas y