Laura Chamorro

Qué carajo es emprender


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país, agendada para todo el año, vendida y con hoteles y vuelos reservados. ¡De marzo a julio! Tenía pocas horas para pensar qué hacer. Tenía que ordenar cuatro meses y más de mil clientes que esperaban respuestas sobre lo que sucedería, en pocas horas.

      Hice lo que cualquier persona en mi situación haría. A las 21:00 hs me largué a llorar en mi balcón. Recuerdo la hora porque esa noche y a esa hora, los vecinos hacían su primer aplauso al personal de salud.

      Después me abrazó mi marido, luego mi hija y hasta creo que el perro vino a consolarme. Respiré, me duché y cuando estaba por vestirme tuve un dejavú, recordé una gran enseñanza de un capítulo de la serie Grey´s Anatomy (¡nunca Borges!) en el que estaban en plena cirugía con un paciente que se les moría. Todos desesperados, metiendo sus manos en la mesa de operaciones, hasta que uno de los protagonistas, da un grito “¡Aléjense del paciente!”. Todos sacaron sus manos de la mesa de operaciones, fueron unos instantes de silencio y de tomar distancia para poder pensar, para analizar con claridad cuál era el mejor procedimiento que podían realizar para salvarle la vida al paciente. Luego continuaron. El paciente sobrevivió.

      Fue importante para muchos emprendedores poder tomar distancia de sus negocios unas horas, unos días e incluso algunos necesitaron meses. Se alejaron, lloraron, pidieron ayuda, se reinventaron. Volvieron. Noté que quienes tardaron más en reinventarse y volver al ruedo fueron, sobre todo, quienes no tenían las herramientas adecuadas para enfrentar esta etapa sirviéndose de la tecnología.

      También tardaron en adaptarse a esta crisis quienes no habían vivido ninguna anterior. No me refiero solo a crisis económicas mundiales o a otras pandemias, sino a las batallas personales, esas crisis tan profundas que dejan secuelas y te convierten en una persona resiliente.

      La resiliencia es la capacidad que tiene el ser humano para sobreponerse a circunstancias de adversidad en su existencia.

      Yo pasé tantas adversidades anteriores que, en 2020, me sirvieron de soporte para no flaquear. Si bien la pandemia y sus consecuencias desataron una crisis profunda, para mí no fue mi peor crisis. Pasé un montón de cosas tremendas y las viví sin las herramientas, el conocimiento y las personas correctas alrededor. Por eso tomo esta etapa como una crisis más. Durísima, por supuesto, pero no más dura que varias de mis crisis anteriores. En honor a todos los emprendedores resilientes, aún en medio del caos, este libro salió a la luz, pues…

      ¡A los emprendedores no nos frena ni una pandemia!

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      8 de cada 10 emprendimientos fracasan

      ¿Cómo se hace para emprender SIN MIEDO? Cómo se hace para ANIMARSE a intentar vivir de lo que amás cuando las cifras nos indican que ocho de cada diez emprendimientos MUEREN antes de cumplir su segundo año. ¿Por qué yo debería ser esa persona que logre permanecer?

      ¿Será que los emprendimientos que funcionan, esos dos que logran sobrevivir leyeron muchas frases de motivación? ¿Asistieron a eventos que te gritan a cada paso “vos podés”?, ¿se rodearon de gente positiva y por eso lograron crecer? ¿Vibraron ALTO? ¿Acaso, son realmente mejores que yo y que los otros siete que se quedaron en el camino? ¿Será que no lo deseé lo suficiente? ¿Tendría que haberle hablado más fuerte al universo? Yo creo que NO.

      Emprender es más dificil que la mierda.

      El camino que me trajo a este libro fue eterno, llegué bastante agotada. Sin embargo no quiero quejarme, porque no todos llegan, no todos lo logran. Es mentira que si lo deseas mucho sucede, o al menos no es suficiente. Tenés que romperte el alma, el cuerpo, la cabeza, parte del corazón y, aún así, quizás, jamás llegues a conocer la satisfacción de haberlo logrado. Pero si la vida y otros mil componentes colaboraron para que puedas renunciar a ese trabajo que odiabas y vivir de lo que amás, te aseguro que siempre vas a estar sintiendo miedo. Pero es miedo, NO es PÁNICO, porque el pánico te paraliza, te impide avanzar y disfrutar, el miedo en cambio te ayuda a reaccionar. El miedo es una reacción de nuestro cerebro, primitiva, es instinto de supervivencia. Te da información de que algo no está del todo bien y te permite tomar recaudos.

      Para mí la sensación de emprender y que te vaya bien es la misma que cuando estás soñando algo súperlindo, te despertás en la madrugada para ir al baño y volvés a la cama odiando a tu vejiga mata sueños, deseando que al dormirte ese hermoso sueño vuelva a aparecer. Que no desaparezca, que no lo pierdas, que dure un poquito más.

      Yo siempre me pregunto. ¿Por qué todo siempre fue tan difícil? ¿Por qué, incluso hoy, cuando siento que ya puedo relajarme, que las cosas están como siempre quise, sigo sintiendo ese temor incontrolable de que todo se derrumbe nuevamente?

      Casi siempre me respondo: ¡PORQUE SOS POBRE LAURA!, por eso. Y un poco creo que tengo razón, para qué te voy a mentir. Hay cosas que la gente millonaria jamás va a sentir, por suerte, y una de ellas es ese miedo de perderlo todo y no tener quien te saque de ahí. Porque mi entorno es emprendedor, muy marginal style, remándola siempre, no puedo darme el lujo de fracasar y golpear puertas pidiendo algunos miles de dólares para volver a intentarlo. En cambio, el millonario tiene amigos millonarios, que quizás a cambio de quedarse con su alma o alguna porción de su empresa, puedan aportarle el dinero que necesita para volver al ruedo y ver si esta vez sí lo logra. Pero a los que no tenemos ese entorno, cuando nos va mal, lo perdemos todo ¡por completo!

      Les voy a contar algo que me pasó hace algunos años. Yo estaba viviendo mi peor época, sin un peso. Bastante triste, eran días muy largos. Un día, una amiga que tenía una pyme, con la que hablábamos mucho de negocios, impuestos y atención al cliente, me dijo que me pasaba a buscar y me acompañaba a mi oficina. Yo feliz porque, harta de viajar muchas horas en colectivo, ir en auto y tomando mate con una amiga, me parecía un buen plan.

      Llegó a buscarme en una camioneta que valía, por ese entonces, varios millones de pesos.

      La había sacado de la concesionaria el día anterior. Era hermosa. Yo la felicité mil veces.

      En un momento me preguntó cómo estaba y le conté que bastante preocupada, que no encontraba cómo salir de la crisis que estaba atravesando, que ya casi no me quedaba un peso y que todo, cada día, era menos prometedor.

      Ella, después de darme algunos consejos copados porque es muy inteligente y a mí me encantaba escucharla, me dijo “Yo también estoy preocupada, no tengo un peso… debo un montón al banco, así que TE ENTIENDO”. Yo quería gritarle que NO, que no me entendía, que para ella no tener UN PESO era vender un AUDI y comprarse una camioneta que valía el doble, y para mí era NO TENER PARA PAGARME EL BOLETO DEL COLECTIVO. Pero me callé porque siempre intento razonar que aquel que nunca sufrió por no llegar a fin de mes, muy difícilmente pueda sentir realmente la desesperación que eso genera.

      La charla siguió y mientras me contaba que estaba pensando en irse de viaje, mudarse a un country y alguna cosa más que mi cerebro por suerte no retuvo, el sonido de una llamada entrante de su celular interrumpió el relato.

      Era su contadora diciéndole que habían llamado del banco porque ella no había pagado la tarjeta de crédito y que como toda la familia y sus empresas eran clientes del banco, le habían cubierto el pago, que en la semana verían como resolverlo. ¿Entendés? Yo si no pago mi tarjeta, ESTOY AL HORNO. Nadie va a llamarme para decirme que pone la plata por mí hasta que me ordene, ¡mucho menos un banco! A eso me refiero, los que emprendemos desde la nada no tenemos de quien sostenernos cuando todo se derrumba.

      Los bancos te otorgan créditos cuando te va bien, cuando podés cumplir con el requisito de demostrar que sos solvente y que realmente no necesitás