cómo Calvino y en la tradición protestante reformada se hace ciencia teológica y social, aprendemos que en esta ha sido central el estudio y la interpretación de la Biblia con un interés pastoral por toda la sociedad, para dar respuesta a situaciones y problemas sociales y de la iglesia en su tiempo».21 Mejía añade:
A partir de esta tradición y experiencia hemos aprendido a hacer teología reformada desde nuestra realidad eclesial y social en Colombia y América Latina para dar respuesta a los problemas locales y globales que vivimos. Hoy que estamos celebrando los quinientos años de la Reforma tenemos el desafío de renovar nuestra tradición y seguir haciendo teología desde la perspectiva protestante. Para lograr esto necesitamos formar nuestros pastores y líderes de las iglesias que se involucren en experiencia de producción teológica y de compromiso de transformación social en nuestra comunidad educativa, eclesial y en las comunidades.22
Esto implica, como lo propone Mejía, recrear la tradición recibida en el contexto de hoy, para «dar respuesta a las situaciones nuevas y los problemas que se viven en la iglesia y en la sociedad».23 Lo que Mejía propone solamente se puede implementar en una iglesia dispuesta «a vivir en proceso de permanente reforma». Diríamos que esto es algo fácil de decir, pero difícil de implementar porque va contra los valores eclesiásticos de estabilidad.
Desde la tradición luterana también se ha mantenido la herencia social de la reforma. En el seminario-taller que se llevó a cabo en Lima en julio de 1985, Milton Schwantes, en la charla de cierre haciendo alusión al sermón de Lutero sobre las buenas obras (1518), animó a los participantes a recuperar «una tradición luterana un poco descuidada», refiriéndose a una obra social eficaz. Dijo, entre otras cosas:
La teología de la cruz no sólo dice algo respecto al acto salvador de Dios por nosotros. Siempre dice algo también sobre las personas, sobre la historia. La teología de la cruz implica, inevitablemente, una manera de entender la historia. Cuando se revela a través de la debilidad, nuestro Dios se ve allegado a los débiles, tomando la forma de esclavo, naciendo en un pesebre, muriendo en medio de la marginalidad. Su encarnación asume, pues, un colorido histórico y social muy definido. Privilegia continuamente a los pobres y entra en conflicto con los fuertes.24
Hablando también de Lutero, Sidney H. Rooy concluye que la obra de evangelización está constituida por «toda proclamación del evangelio y todo acto de servicio de parte de la iglesia… Lutero no se cansa de afirmar que la iglesia que no muestra con su vida y no testifica con su boca el amor de Dios en Jesucristo, es la puerta de los demonios y no la puerta de salvación».25
Un ejemplo más de que el aspecto social de la Reforma sigue activo, lo podemos tomar desde la tradición metodista wesleyana. El teólogo guatemalteco Federico R. Meléndez anima a sus lectores a que, siguiendo la tradición wesleyana, «es necesario recobrar la visión y el lugar central de la persona en la economía de Dios y la economía del hombre». Para Meléndez esto debe llevarnos a formular ciertas preguntas:
¿Cuál es el mensaje de santidad que debemos proclamar en nuestro mundo globalizado? ¿Cómo podemos seguir siendo santos en un mundo lleno de injusticias y contradicciones? ¿Cuál es nuestro papel como cristianos ante los desafíos de Mamón, el dios griego de las riquezas y de la sociedad de consumo que distorsiona nuestro valor como personas? ¿Qué hacemos ante la postración de nuestro mundo sumido en la pobreza, especialmente en nuestros países latinoamericanos? ¿Hay lugar para una economía con rostro humano?26
Meléndez termina animando a la iglesia en el continente a «desarrollar un plan de acción integral en el que nuestro mayor esfuerzo se concentre en responder a las grandes necesidades de nuestra población. El resultado tiene que ser una iglesia santificada, llena del Espíritu de Dios, que pone todos sus talentos, recursos y servicios a favor de quienes más lo necesitan».27
Otra propuesta
Aún así, a pesar de todo el reconocimiento que los evangélicos latinoamericanos han hecho de las enseñanzas de la Reforma del siglo dieciséis, hay voces que dicen que el evangelio reformado nunca ha llegado a nuestras tierras. Por ejemplo, el pastor bautista dominicano Miguel Núñez escribió que «el evangelio proclamado por los reformadores no es el mismo que han recibido los países latinoamericanos». Núñez añade que «la Reforma nunca afectó esta región del mundo» y, por lo tanto, América Latina necesita volver a ser evangelizada. La razón que Núñez aduce para apoyar esta declaración es que nuestro continente no ha experimentado los beneficios económicos y sociales de los países europeos y norteamericanos donde, según su lectura, la Reforma fue la causa principal de esa diferencia entre el sur y el norte.28
Núñez tiene razón en decir que las versiones del evangelio que nos llegaron no eran las mismas del siglo dieciséis. En ello concordamos con su análisis. Sin embargo, su argumento tiene varias falacias históricas y sociológicas. En primer lugar, la Reforma fue solamente uno de los factores sociales que se estaban viviendo en Europa en ese siglo. Hoy, los análisis económicos que atribuyeron a la ética protestante la prosperidad económica y social de los países que adoptaron el principio calvinista comparándolos con los que no lo hicieron son obsoletos. Europa estaba en estado de transformación y revolución incluso antes del siglo dieciséis y siguió en ese proceso por un par de siglos más. No se puede negar que la Reforma protestante ayudó, pero no se puede decir que fue el único factor, ni siquiera el factor más relevante.29
Comparar la situación social y económica de América Latina con Europa y concluir que las diferencias se deben a que los efectos de la Reforma protestante del siglo dieciséis no llegaron, es un análisis simplista. Las potencias coloniales hoy están disfrutando los resultados del pillaje que cometieron en los países que conquistaron. Como lo que le pasó a una amiga africana que visitaba Bélgica, que cuando preguntó qué sostiene la economía belga, le respondieron entre otras cosas los diamantes. Al preguntar en qué parte del territorio quedaban las minas le respondieron que todas quedan en África. Esta es la situación hoy con una colonización comercial capitalista que favorece a los del norte y deja arruinados a los países del sur. José Míguez lo expresó así:
«El subdesarrollo latinoamericano es la sombra del desarrollo noratlántico; el desarrollo de ese mundo se construye sobre el subdesarrollo del tercer mundo. Las categorías básicas para comprender nuestra historia no son desarrollo y subdesarrollo, sino dominación y dependencia. Este el centro del problema».30
Claro que también hay factores geográficos, históricos, sociológicos, entre otros que determinan la diferencia. Por ejemplo, Tim Marshall en su best-seller Prisoners of Geography: Ten Maps that Tell You Everything You Need to Know About Global Politics, muestra que los factores geográficos han ayudado para que los países del norte de Europa tengan economías más grandes y estables que los países del sur del continente.31 Es un análisis que se hace sin apelar para nada a los cambios que la Reforma provocó en el siglo dieciséis.
Otro punto problemático del análisis de Núñez lo encontramos también en otras propuestas que parten de la premisa de que América Latina debería estar al mismo nivel que Europa y los Estados Unidos. Estas personas menean la cabeza sin lograr entender por qué no somos los latinoamericanos más como los europeos o norteamericanos.32 Esta idea no reconoce las diferencias históricas y sociales