George Knight

Introducción a los escritos de Elena G. de White


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pero prefería el título de “la mensajera del Señor” para su papel, en lugar de ser llamada profetisa; aunque no tenía problema alguno con quienes así la consideraban (ibíd., pp. 36, 37).

      Lamentablemente, sus argumentos no hicieron impacto en el rígido Jones que hacía un uso legalista y literario del idioma. Vez tras vez, durante su ministerio, Elena de White había advertido a sus lectores que, al usar sus escritos, tomaran en cuenta el contexto y la intención del pasaje, pero repetidamente ese consejo caía en saco roto entre quienes querían que ella usara su autoridad para probar las ideas de ellos, aun cuando sus interpretaciones fueran diametralmente opuestas a lo que ella quiso decir.

      Los intentos de Elena de White para explicar la naturaleza de su obra en la confusión de la controversia con Kellogg, tuvo resultados variados. Algunos, como el doctor Paulson, re­conocieron sus deficiencias en su comprensión de la inspiración, reafirmaron su fe en el don profético y permanecieron fieles al adventismo; pero otros, como Jones, permitieron que su interpretación equivocada y su rigidez los llevaran al rechazo. Este curso de acción se ha repetido muchas veces con aquellos que han leído inflexiblemente a Elena de White me­diante el uso literal de sus palabras, en vez de mostrar un genuino interés en entender su espíritu e intención.

      Es de suma importancia comprender correctamente el papel del profeta y la naturaleza de la inspiración. El lado positivo del conflicto con Kellogg es que le brindó a Elena de White la oportunidad de presentar de modo más completo para la iglesia la naturaleza de la inspiración y de su obra. En el tomo 1 de Mensajes selectos (caps. 2-4, pp. 27-66) se encuentran algunas de esas explicaciones.

      Otra excelente exposición hecha por Elena de White sobre la naturaleza de su obra aparece en el tomo 5 de Testi­mo­nios para la iglesia (pp. 615-647). Aunque esta selección surgió de preguntas asociadas con su papel en ocasión del Con­greso de la Asociación General de 1888, celebrado en Minneá­polis, y no con la crisis provocada por Kellogg, nos proporciona percepciones invaluables. Todo el que trate de entender la obra de Elena de White debería leer las páginas mencionadas en ambas obras.

      ¿Qué podemos aprender de todo esto? Una lección muy importante; es decir, Dios puede hacer surgir cosas buenas de acontecimientos malos. Concretando, aunque Elena de White no tenía la costumbre de defenderse a sí misma, lo hizo de vez en cuando. Como resultado, algunos de sus mensajes más incisivos en relación con la inspiración y la naturaleza de su obra surgieron de sus dificultades con “los hermanos” en el pe­ríodo de 1888 y durante la crisis provocada por Kellogg.

      Otro asunto que surgió en torno a la situación de Kellogg fue la relación de Guillermo C. White con su madre. Algunos se preguntaban qué papel desempeñaba él en la actividad literaria de ella.

       Los ayudantes literarios de Elena de White y el papel de Guillermo C. White

      A principios de 1900, no eran nuevas las preguntas que se hacían en relación con el uso de ayudantes literarios por parte de Elena de White, pero fue entonces cuando comenzó a cuestionarse con insistencia el papel que desempeñaba su hijo. La realidad es que Elena de White había utilizado ayu­da editorial casi desde el mismo principio de su ministerio li­terario. Debido a su falta de educación formal, las presiones de su tiempo y sus problemas de salud durante la primera mitad de su vida, ella necesitó ayuda en la preparación de sus grandes producciones literarias.

      Su esposo fue su primer ayudante literario. “Mientras vivió mi esposo –explicó ella–, actuó como ayudante y consejero en el envío de los mensajes que me eran dados. [...] La instrucción que recibía en visión era fielmente redactada por mí cuando tenía tiempo y vigor para esa obra. Después examinábamos juntos el asunto. Mi esposo corregía los errores gramaticales y eliminaba repeticiones inútiles. Eso era cuidadosamente copiado para las personas a quienes iba dirigido, o para el impresor” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 4, p. 57).

      Con el paso del tiempo, el aumento de la producción literaria de Elena de White y la necesidad de hacerla circular o prepararla para su publicación llegaron a ser más grandes de lo que Jaime y ella podían lograr con sus fuerzas combinadas. Por tal motivo, emplearon ayudantes adicionales para la obra editorial y la tarea de copiar los diferentes manuscritos. Ese procedimiento no era nuevo entre los profetas. Después de todo, Jeremías tuvo como asistente a Baruc (Jer. 45:1, 2) y Pedro a Silvano (1 Ped. 5:12).

      Con la muerte de Jaime, en 1881, la carrera de Elena de White llegó a un punto crucial. Además de sus funciones como esposo y a veces como redactor, Jaime era también su vínculo con los publicadores. Por eso, su muerte la afectó profundamente en distintos aspectos.

      Con el tiempo, su hijo Guillermo C. White desempeñaría el papel de Jaime como su principal consejero. Acerca de esta transición, ella escribió: “Después de la muerte de mi esposo, fui instruida que el Señor había señalado a Willie para realizar una obra especial en relación con mis escritos. El Señor prometió darle de su Espíritu y su gracia, y un espíritu de sabiduría y sano discernimiento. Esto lo capacitaría para ser un asesor inteligente. El Señor previó que mi hijo no se apresuraría, sino que consideraría sabiamente sus movimientos; él no cambiaría la verdad de Dios en mentira para lograr alguna ganancia. Por estas razones el Señor lo designó como mi ayudante” (Carta 328, 1906).

      En 1882, Guillermo C. White tomó a su cargo, en forma significativa, muchas de las tareas que su padre había realizado previamente en el ministerio literario de Elena de White. Pero hacia fines del siglo ya había superado el papel de Jaime. Por ese tiempo, Willie se convirtió en asesor de su madre de tiempo completo, administrador de su oficina y su enlace prin­cipal con la iglesia en general.

      El cambio en las funciones de Willie había surgido a causa de la avanzada edad de Elena de White, que cumplió 73 años en 1900, y su sentido de urgencia para lograr que se imprimiera tanto de su obra como fuera posible antes de su muerte. Sus últimos quince años de vida (de 1900 a 1915) se caracterizaron por un énfasis sin precedente en la producción de libros. Además, durante ese período, su oficina continuó aportando gran cantidad de artículos para las distintas publicaciones adventistas. Los editores adventistas habían llegado a esperar este servicio. Casi en cada número de la Review and Herald y de la Signs of the Times se publicó un artículo de Elena de White desde principios de la década de 1890 hasta su muerte. Y esas eran únicamente dos de las muchas publicaciones adventistas. Además de realizar una inmensa cantidad de actividades editoriales, Elena de White debía atender una correspondencia igualmente voluminosa con dirigentes y miembros de iglesia.

      ¿Cómo pudo ella lograr todo eso? Aquí es donde aparecen en escena sus ayudantes literarios. Algunos eran mecanógrafos que ponían sus escritos en forma legible, mientras que otros com­pilaban sus escritos anteriores para publicar artículos y libros. Du­rante esos años su oficina estuvo llena de constante actividad.

      Quizá la ayudante literaria más destacada de la Sra. de White fue Marian Davis, quien trabajó con ella de 1879 a 1904. Marian Davis tomó parte activa en la compilación y arreglo de materiales para libros como El conflicto de los siglos, Patriarcas y profetas, El camino a Cristo, El Deseado de todas las gentes, Palabras de vida del gran Maestro, La educación, El ministerio de curación y otros.

      Marian Davis y otros ayudantes de Elena de White te­nían acceso a sus grandes archivos de materiales publicados e inéditos. De esos archivos ellos seleccionaban el material, bajo la dirección de la Sra. de White, para la publicación futura de artículos y libros. Como lo hace notar Willie, los ayudantes tenían permiso para elegir, redactar y reorganizar los materiales, “pero –se apresura a añadir– ninguno de los que trabajan para mi madre están autorizados para añadir pensamientos propios a los manuscritos” (Guillermo C. White a G. A. Irwin, 7 de mayo de 1900).

      Así que los pensamientos eran de Elena de White, aunque el orden puede haber sido la obra de sus ayudantes. ¿Cómo lo sabemos? Porque la Sra. de White fue muy cuidadosa. Como le dijera a su hermana, en 1902: “Volví a leer todo lo que fue copiado, para ver si está como debe ser. Leí todo el manuscrito del libro antes de mandarlo al impresor”