de White trató de permanecer neutral para poder comunicarse con ambas partes. Pero lo acontecido en 1903 y 1904 la obligó a tomar partido en contra de Kellogg, quien finalmente fue desfraternizado de la iglesia de Battle Creek, en noviembre de 1907. Pero el médico no salió solo de la iglesia. Otros destacados médicos también se fueron con él, así como dos de los más influyentes predicadores del adventismo: A. T. Jones y E. J. Waggoner, los mismos hombres que se habían unido a Elena de White para exaltar a Jesús ante la iglesia en el Congreso de la Asociación General de Minneápolis, en 1888.
Además de la pérdida de estas destacadas personalidades, estaba la pérdida de la institución médica más grande de la iglesia, el imponente y mundialmente reconocido Sanatorio de Battle Creek y nuestra única escuela de medicina, el Colegio Misionero Americano de Medicina. Por eso, a principios del nuevo siglo la iglesia enfrentaba la necesidad de restablecer su programa médico.
Elena de White desempeñó un importante papel en ese proceso. La primera etapa fue la adquisición de tres propiedades en el sur de California: el Sanatorio de Paradise Valley (1904), el Sanatorio de Glendale (1905) y el Sanatorio de Loma Linda (1905). La Sra. de White estuvo al frente en la adquisición de dichas propiedades y en la recaudación de fondos para su compra. Algunos de los líderes de la iglesia no aprobaban su entusiasmo, dado los riesgos implicados, pero ella afirmó que “se le había mostrado” que esa era la voluntad de Dios. Con tal seguridad, ella insistió en seguir adelante con fe para adquirir dichas propiedades en esa zona del sur de California en crisis económica, y donde la mayoría consideraba que no valía la pena invertir. El tiempo ha demostrado el valor de su visión y del riesgo tomado. Esas instituciones –que son ahora prósperos hospitales– formaron la base de la resurrección del sistema adventista de salud.
Entre las instituciones del sur de California, la propiedad de Loma Linda era de especial importancia. Ya en 1905, Elena de White había escrito que la iglesia debía preparar médicos en ese lugar. Pero la mayoría de los dirigentes de la iglesia creía que eso requeriría más recursos de los que podrían recaudar. Además, el momento no resultaba propicio para empezar una nueva escuela de medicina. En esa misma década, la Asociación Médica Americana estaba creando normas que forzarían a cerrar definitivamente a más de la mitad de las escuelas de medicina de los Estados Unidos. Quizá, sugirieron algunos, Elena de White se refería a una escuela bíblica donde los estudiantes aprendieran a dar tratamientos médicos sencillos. Otros sostenían que al hablar de una “escuela de medicina” ella tenía en mente una escuela de medicina completamente equipada donde también se enseñara Biblia.
Para aclarar el asunto de lo que Elena de White quiso decir por educación médica en Loma Linda, un grupo de dirigentes adventistas la requirieron por escrito.
Ella contestó que “la escuela de medicina de Loma Linda ha de pertenecer a la categoría más elevada”. Los jóvenes de la iglesia, dijo ella, deben tener acceso a “una educación médica que les permita pasar los exámenes que la ley exige a todos los que ejercen como médicos regulares”; “debemos proveer lo que sea necesario, a fin de que estos jóvenes no necesiten verse obligados a ir a las escuelas de medicina dirigidas por hombres que no son de nuestra fe” (Consejos para los maestros, cap. 67, p. 465).
Elena de White no dejó lugar a dudas de que la iglesia debía establecer una escuela de medicina totalmente desarrollada a pesar de las enormes dificultades, aparentemente insuperables, que había que afrontar. Actualmente, esa escuela (facultad) forma parte de la Universidad de Loma Linda.
Hay otro punto que debemos notar antes de abandonar esta sección. El consejo de Elena de White sobre la educación médica no solo apuntaba al desarrollo de una escuela de medicina completamente acreditada, sino que también estableció el curso a seguir para el establecimiento de escuelas adventistas de enseñanza secundaria y superior que llegaran a ser instituciones de saber de amplias bases, en lugar de escuelas o colegios bíblicos limitados. Cuando escribió que los jóvenes adventistas “deben poder obtener en los colegios de nuestras uniones todo lo que es esencial para entrar en una facultad de medicina” (ibíd., p. 464), ella preparó el escenario para el desarrollo de escuelas secundarias y colegios superiores de artes liberales acreditados que prepararan a los jóvenes para el mundo del siglo XX, que sería más complejo y exigente en el aspecto educativo.
Conceptos inadecuados de inspiración
La lucha en torno al Dr. Kellogg no solo propició el establecimiento de la renovada obra médica en California, sino también despertó un mundo de críticas en relación con Elena de White y su obra. El Dr. Kellogg concordaba con Elena de White y sus escritos siempre que estos favorecieran su posición. Pero cuando ella se le opuso en la lucha del poder eclesiástico, él empezó a pronunciarse contra la validez de su obra. En ese movimiento, para desacreditar a Elena de White, el médico contó con un compañero influyente en A. T. Jones.
En abril de 1906, el asunto se había puesto tan serio que Elena de White hizo circular una carta dirigida “a los que están perplejos con respecto a los testimonios relacionados con la obra médica misionera”. Ella pidió a los dirigentes que le confesaran sus “perplejidades” en relación con su papel, a fin de poder responder a sus interrogantes (Carta 120, 1906).
Muchas de las dudas tenían sus raíces en conceptos erróneos de la inspiración. Algunos, por ejemplo, veían la inspiración como algo verbal o incluso mecánico, en la cual el Espíritu Santo dictaba cada palabra al profeta.
El doctor David Paulson, fundador del Sanatorio de Hindsdale, cerca de Chicago, tenía una cantidad de conceptos errados en relación con la inspiración de Elena de White. El 19 de abril le escribió lo siguiente: “Me vi persuadido a concluir y creer con toda firmeza que cada palabra que usted pronunció en público o en privado, que cada carta que usted escribió en cualquier circunstancia y todas ellas fueron tan inspiradas como los Diez Mandamientos. He sostenido esa idea con absoluta tenacidad frente a innumerables objeciones presentadas por muchos que ocupaban posiciones prominentes en la causa” (D. Paulson a Elena de White, 19 de abril de 1906).
“Mi hermano –respondió ella–, usted ha estudiado mis escritos diligentemente, y nunca ha encontrado que yo haya pretendido algo semejante, ni tampoco encontrará que los pioneros de nuestra causa jamás pretendieran eso”. Ella siguió explicándole que en la inspiración había tanto elementos divinos como humanos y que el testimonio del Espíritu Santo es “llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, pp. 27, 29).
Otros, incluyendo a A. T. Jones, declararon que si ella fuera una profetisa, sus palabras serían infalibles en el sentido de que sería imposible que ella cometiera un auténtico error. De nuevo, ella negó tal afirmación.
Jones también enseñaba que no era necesario examinar el contexto histórico y/o literario de un pasaje inspirado. De manera que él muchas veces torcía sus escritos escogiendo algunas declaraciones aquí y allí para hacerle decir a Elena de White exactamente lo opuesto de lo que ella había querido decir. Como podría esperarse, ella reaccionó enérgicamente ante esa conducta irresponsable. Una de las citas escritas por Elena de White que a Jones le gustaba interpretar fuera de contexto era una declaración que ella hizo en 1904, en la cual dijo: “No pretendo ser profetisa” (ibíd., p. 36). Para Jones, esta era la prueba definitiva de que ella no hablaba de parte de Dios. “En cuanto a que ella quiso decir otra cosa en lugar de lo que dijo –decía él a su audiencia–, deben preguntarle a ella. Pero en cuanto a lo que ella dijo, es suficientemente claro. Ella dijo: ‘No soy profetisa’. Yo lo creo” (Some History, p. 62).
La Sra. de White le contestó a Jones aclarándole que lo que tenía en mente cuando hizo tal declaración, era que no pretendía el “título de profeta o profetisa” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, p. 39). Y no lo hacía por dos razones: Primera, y más importante, su responsabilidad en guiar a la iglesia era mucho más amplia de lo que muchos consideraban que era la obra de un profeta, aunque incluía las funciones