Gustavo Jordán Astaburuaga

1891: Historia naval de la Guerra Civil


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previa a esta guerra, propiciada por primera vez en Chile por el Gobierno del Presidente Balmaceda, y el creciente nivel de violencia política alcanzado en el año 1890, también se analizan en el respectivo capítulo, por considerar su relevancia en los hechos que ocurrieron posteriormente.

      Pese a los miles de bajas ocasionadas en este conflicto, que equivaldrían hoy a casi 52.000 chilenos (guardando la proporción de la población existente en Chile en 1891 con la actualidad) la sociedad fue capaz, en un relativo breve plazo, y tras diferentes leyes de amnistía, de ir superando poco a poco estas profundas heridas existentes entre los chilenos.

      Las lecciones de esta Guerra Civil y la forma como los chilenos se reencontraron después de este conflicto, deberían iluminarnos para guiarnos en las disputas políticas internas actuales respecto de nuestro pasado reciente.

      En este conflicto, se comprobó una vez más, al igual que en todas las guerras sostenidas desde nuestra independencia, que Chile depende vitalmente del mar para su seguridad, y que quien controle nuestro mar, controlará a nuestro país. Consecuentemente, la Armada deberá contar siempre con fuerzas navales suficientes para disuadir a nuestros potenciales adversarios de atacar nuestro tráfico marítimo, territorio o población, afectando a la seguridad nacional.

      También se deduce que la clave del éxito está en el accionar conjunto de las Fuerzas Armadas, como lo fue en este caso entre la Escuadra y el Ejército Constitucional.

      Todas las guerras son extremadamente complejas y la Guerra Civil de 1891 no fue la excepción. Sin embargo, los autores del libro hemos tratado de presentar al lector este conflicto en la forma más simple y gráfica posible, haciendo uso de una amplia bibliografía e iconografía.

      CAPÍTULO I

      Tecnología y Estrategia Naval en 1890

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      Los grandes avances de las ciencias que tuvieron lugar en el siglo XVIII, trajeron como consecuencia lo que hoy conocemos como la segunda revolución industrial del siglo XIX, generándose cambios tecnológicos de gran magnitud en los ámbitos de los materiales, la propulsión, electricidad y precisión de las máquinas, que tendrían como efecto una mejora sustancial en el diseño de los buques de guerra y sus sistemas de armas, revolucionando la táctica, la logística y la estrategia navales.

      En la década de 1830, se inició la experimentación masiva con la propulsión a vapor en los buques, incorporándose posteriormente las hélices en aquellos a contar de 1842, fecha en que aparecen instaladas en el navío francés Napoleón. En 1840, arribaron a nuestro país los vapores a ruedas Chile y Perú, revolucionando el ambiente tecnológico y marítimo regional1.

      La aparición del telégrafo en esos años supuso una mejora sustancial en las comunicaciones y en las capacidades de mando y control de las fuerzas de militares. Por primera vez en la historia, fue posible transmitir hasta 50 caracteres por minuto a personas ubicadas a miles de kilómetros. El telégrafo permitió dirigir las operaciones estratégicas de la Guerra de Crimea desde Londres en 1853.

      También apareció el fusil con el ánima rayada o estriada, logrando hasta un 50% de blancos a 360 metros de distancia. En 1841, debutó la aguja percutora en las armas de fuego de los soldados, aumentando la razón de fuego de los fusiles de 2 a 7 tiros por minuto.

      A contar de la década de 1840, se amplía la difusión de los ferrocarriles y del telégrafo, revolucionando la movilidad en la guerra terrestre, lo que se verá directamente reflejado en la Guerra Civil de 1891. En este sentido, “la invención del ferrocarril constituye una revolución en sí misma porque cambiaron todas las concepciones anteriores acerca de los factores básicos de la estrategia: fuerza, espacio y tiempo”2. Es así como, en el año 1859, el famoso mariscal prusiano Helmuth von Moltke comprobó la eficiencia del transporte de las tropas terrestres, usando los ferrocarriles, logrando una velocidad promedio superior en 6 veces a la mejor velocidad lograda por Napoleón3.

      En la década de 1850, el hierro sustituyó a la madera como el principal material de construcción de los buques de combate.

      En 1866, se instala el primer cable telegráfico sumergido en el océano Atlántico, uniendo a Europa con América. En 1876, Graham Bell patentó la invención del teléfono. Previamente, en 1852, se había iniciado la instalación de la telegrafía4 y, en 1880, se inicia la instalación de teléfonos en Chile5.

      Durante la segunda parte del siglo XIX, los buques de guerra recibieron constantes mejoras en su diseño, aumentando su capacidad de recibir castigo y su desplazamiento, alcanzando hasta las 15.000 toneladas. Su velocidad se incrementó gradualmente hasta alcanzar los 20 nudos6 (37 kilómetros por hora), mejorando sustancialmente sus capacidades artilleras.

      La propulsión naval a vapor generaría la necesidad de reabastecimiento de carbón como combustible, aumentando los costos de operación de los buques y creando la necesidad de contar con bases navales dotadas de aquel insumo o de buques de apoyo carboneros. En lo sucesivo, la guerra naval perdería gran parte de la incertidumbre que se generaba por la navegación a vela (que dependía de los vientos reinantes), aumentando cada vez más el valor de la tecnología en el éxito en los combates navales.

      En 1852, el industrial alemán Friedrich Krupp logró fabricar cañones de acero. Este nuevo material fue aplicado en diferentes áreas de la construcción naval, tales como en la fabricación de calderas y planchas de metal, utilizadas en los cascos y corazas de los buques. Entre 1850 y 1870, el precio del acero cayó a la mitad de su valor original, posibilitando su introducción en forma masiva en la construcción naval.

      Con la destrucción casi completa de la flota turca en la batalla de Sinope, en 1853, a manos de una flota rusa en la Guerra de Crimea, desaparecieron todas las dudas existentes acerca del efecto de los proyectiles explosivos: habían causado estragos en los buques de madera turcos.

      A partir de entonces, comenzó una competencia entre las corazas y la artillería: “primero fueron construidos buques de hierro y luego buques de acero, provistos tanto de corazas laterales como de cubiertas blindadas, con puentes y torres de artillería protegidas por gruesas planchas de acero. Fueron fabricados aceros especiales capaces de resistir los impactos de la artillería, al mismo tiempo que se trataba de producir mejores cañones aptos para disparar a distancias cada vez mayores proyectiles que pudieran perforar las mejores corazas de los buques enemigos. También fue mejorado el diseño y el compartimentaje de los buques, capacitándolos para soportar grandes castigos”7.

      En 1854, en Suecia, se desarrolló el primer cañón de retrocarga estriado experimental con éxito8, aumentando la precisión terminal y el alcance máximo efectivo de sus proyectiles9. Ese mismo año, Chile ordena construir su primer buque propulsado a vapor: la famosa corbeta Esmeralda, que comandaría Arturo Prat en el Combate Naval de Iquique10.

      En 1855, los franceses inventaron las calderas de tubos de agua, aumentando su eficiencia térmica. Como resultado, las plantas propulsoras de los buques de guerra británicos aumentaron desde 5.200 caballos de fuerza (hp), en 1861 a 14.000 hp en 1892. Al final del siglo XIX, era común la operación de calderas con presiones de hasta 250 libras por pulgada cuadrada en los buques de guerra11.

      Fragata francesa Gloire, grabado de la época. Colección particular.

      Derivado de los desarrollos anteriores, en 1858, Francia construyó el primer buque acorazado, el Gloire, de 78 metros de eslora y 5.600 toneladas de desplazamiento, de propulsión a vapor, con una velocidad 12 nudos (22.2 kilómetros por hora). Este nuevo buque marcó un antes y un después en el diseño de los buques de guerra: fue un cambio revolucionario, totalmente innovador, que dejó obsoletos a todos los buques de guerra construidos anteriormente.

      Al año siguiente, en 1859, Gran Bretaña construyó su primer acorazado, el Warrior, de 117 metros de eslora y con 9.000 toneladas