Gustavo Jordán Astaburuaga

1891: Historia naval de la Guerra Civil


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de las funciones que podrían desarrollar estos nuevos medios son: detección y ataque a buques y submarinos, retransmisión de comunicaciones, defensa antiaérea, vigilancia de superficie, recolección de inteligencia, detección de minas, protección de puertos66, etc.

      CONSIDERACIONES ACERCA DE LA ESTRATEGIA ANFIBIA Y ANTI-OPERACIONES ANFIBIAS

      “La flexibilidad anfibia es el mayor recurso estratégico que un poder marítimo posee”67.

      En Quintero se ejecutó, en agosto de 1891, una de las operaciones anfibias más importantes de la historia de Chile, desembarcando más de 9.300 soldados, que se enfrentaron al día siguiente con las tropas balmacedistas en la batalla de Concón. Es importante analizar los aspectos estratégicos que gobiernan las operaciones anfibias y las estrategias de la defensa en contra de esas operaciones.

      Las operaciones anfibias que son parte de las denominadas “operaciones de proyección”, aparte de ser ofensivas a nivel estratégico, involucran un cambio de medio ambiente para las fuerzas atacantes (pasar de estar embarcadas a estar operando en tierra), lo que las hace particularmente complejas y riesgosas68.

      Las grandes decisiones bélicas entre las naciones siempre han ocurrido en la tierra y a veces producto de un desembarco anfibio. Es un hecho que el 75% de los casi 7.500 millones de seres humanos que existen en el mundo viven a menos de 300 kilómetros de la costa. En este sentido, Corbett sostenía que “las operaciones anfibias correctamente ejecutadas podían ser realmente los medios mediante los cuales las potencias marítimas podían ayudar a resolver el resultado de las guerras”69.

      La principal ventaja de las operaciones anfibias está en su flexibilidad. Sus principales dificultades residen en las restricciones que imponen la geografía y el tiempo meteorológico marino. No es concebible efectuar una operación anfibia sin contar con el control del mar, debiéndose proveer de la seguridad adecuada a las fuerzas navales y terrestres propias durante el desembarco70. Para reducir las amenazas durante el desembarco anfibio, una de las opciones disponibles es efectuar operaciones de engaño estratégico para crear el convencimiento en el enemigo que el desembarco se efectuará en otro lugar.

      Mientras que los problemas estratégicos y tácticos de un desembarco anfibio son fácilmente imaginables, no lo son las dificultades logísticas asociadas. Históricamente, el atacante ha tenido que desembarcar todo lo que requiere una fuerza expedicionaria: el agua que beberán los soldados, su alimentación, municiones, armamento, vehículos, apoyo sanitario, combustibles, etc.71 Por estos motivos, “para el Ejército será siempre de interés fijar el lugar del desembarco anfibio tan cerca de su objetivo como sea compatible con un desembarco sin resistencia”72.

      Por otra parte, las minas navales continúan siendo una de las armas de mayor efecto en dificultar las operaciones anfibias. Los análisis históricos sugieren que las operaciones de contraminado de estas minas han afectado seriamente a las operaciones anfibias73. De esta manera, “las minas generan una significativa amenaza al control del mar en las operaciones en el litoral. En este sentido la amenaza de las minas puede negar la sorpresa estratégica, que es vital para efectuar las operaciones anfibias”74.

      Es fundamental para el éxito de una operación anfibia lograr la sorpresa. El desembarco anfibio más exitoso es aquel que se produce en el lugar y en el momento menos esperado por el enemigo, lo que permite desestabilizar estratégicamente al adversario y ganar un tiempo decisivo en favor de las fuerzas propias. Tanto la sorpresa como la velocidad de la operación anfibia son de particular importancia, dado que el atacante está peligrosamente expuesto y, si el enemigo reacciona rápidamente y moviliza sus fuerzas antes que las fuerzas de desembarco puedan consolidarse en tierra, el desembarco podría fracasar75.

      La validez de las operaciones anfibias ha sido una constante en la historia naval mundial y de Chile, concordando con lo que afirma el comandante Hardy, al sostener que “usar militarmente el mar sigue siendo el fin último de las armadas. Las formas de su uso han cambiado y se han ampliado bajo los nuevos escenarios globales. La proyección de fuerzas es hoy una herramienta de especial flexibilidad política y estratégica en el manejo de una crisis o en un conflicto militar y es una opción absolutamente válida y necesaria para el caso nacional. Chile requiere contar con la capacidad de proyectar parte del poder militar en forma conjunta sobre cualquier punto de un eventual teatro de guerra nacional y, en forma combinada, fuera de sus fronteras, en cualquier escenario internacional que afecte a los intereses nacionales. Usar el mar proyectando el poder militar de la nación es en la actualidad la mayor contribución que una Marina moderna puede brindar a una estrategia conjunta”76.

      LOS DILEMAS DE LA ESTRATEGIA ANTI-OPERACIONES ANFIBIAS

      “Todo el arte de la guerra está basado en el engaño”77

      Julián Corbett fue uno de los precursores del concepto de “la defensa contra la invasión” en la estrategia naval78 . Sostenía que “la guerra naval no empieza ni concluye con la destrucción de la flota de batalla enemiga: por encima de todo se halla la labor de impedir que pueda trasladar su Ejército por mar y la de proteger el pasaje de nuestras propias expediciones militares”79 y, en el caso de una amenaza de invasión, “el objetivo siempre ha sido el Ejército enemigo”80 y el “objeto de importancia primordial, ante lo cual debe ceder toda otra consideración, es impedir el desembarco”81.

      El dilema recurrente para la defensa anti-operaciones anfibias está entre establecer una defensa rígida en la playa o ejecutar una defensa flexible en profundidad, requiriéndose normalmente un compromiso entre ambas opciones. Teniendo presente que el momento de máxima debilidad del atacante es precisamente el momento del desembarco anfibio, es tentador que se desarrollen capacidades para atacar al enemigo en ese momento; por otra parte, las defensas estáticas en la playa se convierten en objetivos a batir por la fuerza atacante. Otra opción es concentrar fuerzas de reacción más alejadas de las playas y planificar contraofensivas al momento del desembarco. La tercera alternativa es efectuar una defensa en profundidad, por escalones, de manera de ir debilitando a la fuerza anfibia a medida que se interna en el territorio propio. Esta alternativa requiere múltiples recursos y una gran coordinación de la defensa82.

      Julián Corbett recomendaba retrasar al contraataque hasta que el enemigo estuviera comprometido “sin esperanza en la operación anfibia”83. Por otra parte, “la destrucción de los buques que conduzcan hombres, caballos o artillería, y no a los buques de guerra que los escoltan, debe ser la prioridad de la defensa anti operaciones de invasión”84. Estimaba que “las minas (navales) han favorecido casi exclusivamente a la defensa, al punto de hacer casi imposible un rápido asalto anfibio contra cualquier puerto de importancia”85.

      En otro ámbito, “la sorpresa y la velocidad de la operación anfibia son de particular importancia, dado que el atacante está peligrosamente expuesto y si el enemigo mueve rápidamente sus fuerzas antes que las fuerzas de desembarco puedan consolidarse, el desembarco podría fracasar”86.

      El atacante siempre se ha beneficiado de tener a sus fuerzas concentradas al momento del asalto anfibio y poseer un mando unificado, mientras que el defensor ha tenido mayores problemas que resolver en este ámbito. La movilidad de los medios navales ha probado ser, tradicionalmente, superior a la movilidad terrestre.

      Para la defensa, la estrategia terrestre más conveniente debería ser atrasar la decisión para lograr concentrar las fuerzas, enfrentando al enemigo con una superioridad de aquellas. Sin embargo, el contraataque podría ser naval, como lo manifiesta Corbett al afirmar que “ninguna expedición, por afortunada que haya sido en la evasión (del enemigo), puede estar al abrigo de interrupciones navales durante la operación del desembarco”87, otorgando así un tiempo vital para la defensa.

      En un sentido opuesto, para los atacantes es crítico y de la mayor relevancia lograr la decisión estratégica tan pronto como sea posible. Finalmente, el tiempo es vital, tanto para la fuerza anfibia como para las fuerzas de defensa del litoral88.

      Diagrama del acorazado chileno Capitán Prat. T. A. Brassey, The Naval Annual, 1891.

      El estratega norteamericano