Adriana María Suárez Mayorga

Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910


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no fue la principal beneficiaria de la esfera nacional, sino que adicionalmente debió lidiar con los problemas originados a nivel departamental, al convertirse, según se denunciaba en la época, en la imagen más acabada de la ideología regeneracionista.

      Hay que agregar, sin embargo, que tanto en el Concejo de Bogotá como en los ámbitos desde los cuales se fraguaba la opinión pública (fundamentalmente la prensa y la academia), hubo quienes se opusieron enérgicamente a dicha lógica, accionar que a la larga generó que la lucha de los capitalinos por desligarse del vínculo indivisible que unía a la ciudad con el Gobierno obrara como un motor de las demandas que se esgrimieron durante la Regeneración en lo concerniente a la necesidad de reformar la normatividad que regía a la esfera distrital.

      Interesa remarcar estos planteamientos porque las fuentes recopiladas demuestran que la sujeción a la que fue sometido el espacio local no fue fortuita, sino que se afincó en un principio nodal del accionar regenerador: el andamiaje institucional establecido en la Constitución de 1886 se asentó en la idea de Rafael Núñez de que el progreso moral (término entendido dentro de la estricta obediencia a la doctrina católica) era más importante que el progreso material, pues para el cartagenero la existencia del primero aseguraba tarde o temprano la consecución del segundo. Instituir “la estructura nacional íntegra sobre desnuda base de utilidad perecedera, a estilo de maquinaria destinada únicamente a cosas materiales” (Núñez, 1950, p. 57) era, a su modo de ver, conducir al país a un ambiente de anarquía e inestabilidad.46 “Muchas veces”, según lo expresaba, “la aparente riqueza material” era “origen de miseria” (Núñez, 1946, p. 179).47

      Vale acotar, empero, que dicha conceptualización no era inédita, sino que hacía parte de una “matriz ideológica” que se propagó en Colombia “en la segunda mitad del siglo XIX”, caracterizada por criticar “el progreso en forma más integral” (Melo, 2008, p. 4). En la terminología de Melo (2008):

      [Esa] crítica hace parte de una visión católica relativamente integral del mundo, que afirma que lo valioso para el hombre es la salvación y que la búsqueda de la felicidad en este mundo trae el pecado, [...] el demonio y la carne. Los valores espirituales son eternos, y no hay progreso en ellos, y es ingenuo buscar el progreso moral a través del avance de la organización de la sociedad. Transformar las instituciones es más bien un riesgo, porque amenaza la supervivencia de los valores católicos e hispánicos propios de la cultura nacional. La tradición, las costumbres y valores heredados son los que corresponden a nuestra manera de ser y deben ser defendidos. El progreso, la búsqueda de lo nuevo, las ideas extrañas y ajenas a la tradición, como el modernismo, el liberalismo, el protestantismo […] no constituyen un avance sino que son un cáncer que carcome la cultura y destruye el orden social. (pp. 4-5)

      Finalmente, el último tópico que se estima relevante de examinar, en aras de encarar los tres interrogantes atrás enumerados, es cómo se comporta el ordenamiento municipal “en relación con la existencia de regímenes federales o unitarios”, sondeo que resulta crucial para determinar cuál es “su incidencia en el cumplimiento de los roles locales” (Clichevsky, 1990, p. 501).48

      Indagar sobre este aspecto es fundamental para discurrir sobre el caso colombiano, porque permite dilucidar cómo estaban distribuidos los poderes en el sistema administrativo bogotano y cuál era el grado de intervención en el entorno distrital que la propia legislación le otorgaba al gobierno central.

      Lo que al respecto se quiere remarcar es que el ordenamiento político implementado con la aprobación de la Constitución de 1886 hizo posible que el recelo sentido en las regiones hacia la ciudad se erigiera en un componente primordial, tanto de los movimientos separatistas que aparecieron en la época, como de la petición realizada desde ciertos sectores de la opinión pública de regresar al sistema federalista. Las contrariedades suscitadas en razón de este devenir encarnan sin duda alguna un testimonio palmario de que Bogotá fue la principal perjudicada del centralismo regenerador.

      Notas

      1 El texto original referido por Almandoz es Briggs (1990).

      2 Gonzalo Aravena Hermosilla (2011), acudiendo a Eric Hobsbawn y a Tulio Halperin Donghi, señala que “la nación no precede a la formación del Estado sino que al contrario, se crea para darle sentido al mismo, durante una época y un contexto determinado” (p. 110). Según este mismo autor, los Estados nacionales modernos fueron producto de un proceso histórico que en el contexto latinoamericano primero supuso construir el Estado para luego proceder con posterioridad o paralelamente a inventar una unidad cultural para un mismo territorio político: “un Estado debía corresponder sólo a una Nación” (p. 110).

      3 Al respecto, ver López-Alves (2003, p. 167).

      4 Sobre este tema, véase Ortiz Mesa (2010).

      5 En concreto, las palabras del general Santos Gutiérrez fueron: “el país ha llegado a tal punto de decadencia, fruto de la intranquilidad más o menos absoluta de los últimos años, que es preciso empezar la grande obra de su regeneración por la rudimentaria base de restablecer su seguridad. Desde que la paz se considere como un bien cuya conservación depende de la honradez de los gobiernos y del apoyo de los pueblos, ella podrá resistir al embate de las pasiones y servir de base a una regeneración que reclama nuestro honor nacional y nuestra aflictiva situación” (Riaño, 1987, p. 14). La noción de regeneración política puede rastrearse hacia el año de 1811 en las cartas del canónigo Cortés de Madariaga. Al respecto, véase Martínez Garnica (2013).

      6 Historiográficamente existen diversas posturas sobre el espacio temporal que cubrió la Regeneración. Luis Javier Ortiz Mesa (2010) estima que se prolongó desde 1878 hasta 1902, es decir, desde la presidencia de Julián Trujillo (1878-1880) hasta la derrota liberal en la Guerra de los Mil Días. Jorge Orlando Melo (1989) considera que va desde 1885 hasta 1896, fecha en la que el conservatismo historicista consolidó su lugar en la oposición pidiendo una reforma a la carta magna. Frédéric Martínez (2001) opina que comenzó en 1888, luego de ocho años en los que Rafael Núñez se dedicó a “establecer las bases de la ‘regeneración administrativa fundamental’ que predicaba” (p. 469) y terminó hacia 1900, cuando se produjo el golpe de Estado perpetrado por José Manuel Marroquín. Eduardo Posada Carbó (2015) asevera que empezó en 1880 con la elección de Rafael Núñez para la presidencia y terminó en 1894 con la muerte del cartagenero. La tesis que aquí se propone es que la Regeneración comprendió los años que van de 1886 a 1910, pues ambas fechas encarnan tanto el comienzo como el fin de la lógica política que tipificó a los regeneradores: a saber, aquella basada en un centralismo a ultranza, que en el caso de Rafael Reyes se exacerbó al punto de adquirir la forma de un centralismo dictatorial. Este decurso no sufrió modificaciones sensibles (posiblemente por el personalismo que también caracterizó a su sucesor) durante el corto mandato de Ramón González Valencia. Una cronología más cercana a la que se formula es la que plantea Alejandro Pajón Naranjo (2011) con base en el estudio de las leyes y decretos de Alta Policía expedidas durante la Regeneración; para este autor, dicha etapa va desde 1886 hasta 1906.

      7 El concepto de letrados se emplea siguiendo los planteamientos de Ángel Rama (1984).

      8 El pseudónimo “U” corresponde al diplomático antioqueño Antonio José Uribe (1869-1942), quien fue un colaborador asiduo de La Opinión. Este periódico fue creado por José Manuel Marroquín mediante el “Decreto número 26 de 1900” (Diario Oficial, 1900a, p. 541); se autodenominaba semioficialista, aunque en la norma citada se identificaba como oficial.

      9 Melo (2008) asevera que en el país “los defensores del progreso no son un grupo homogéneo, con una teoría clara compartida por todos. Hay muchas posiciones diferentes, muchos diagnósticos distintos de las razones del atraso relativo de Colombia” (p. 3). No obstante, este autor también asevera que “entre 1886 y 1910 la idea del progreso pierde protagonismo, ante las dificultades para lograr un orden razonable y pacífico” (p. 6). Las fuentes consultadas ponen en entredicho este último planteamiento.

      10 En antítesis a lo que dice López-Alves (2011) para Latinoamérica, en esta pesquisa se demuestra que los líderes de la Regeneración, como ocurrió en los Estados Unidos,