Osvaldo Aguirre

La poesía en estado de pregunta


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la leyenda blanca del tesón, la ahorratividad y la rapidez para los negocios, llegó a amasar fortuna haciéndose de abajo. Como dato anecdótico, a fines de los 30 o principios de los 40, Evita hizo una publicidad gráfica para su producto más conocido, el pan de jabón Federal. Cuando Guereño murió, en 1961, las plantas fabriles de la empresa empleaban a más de mil personas en todo el país, procesaban 2.400 toneladas de sebo por mes y distribuían en el mercado cuatro mil toneladas de jabón. En el 92, como tantas otras empresas nacionales, fue absorbida por una multinacional; la planta de Villa Diego a la que hace referencia el poema sigue en actividad, pero con otra fisonomía y otra línea de productos. [2] En su ensayo “Poesía argentina de los años 70 y 80. La palabra a prueba” (“Cuadernos Hispanoamericanos” N° 517-9, septiembre 1993), dice Daniel Freidemberg, en relación a ese período: “Poemas que hablan de brillos a contraluz, siluetas entrevistas, muros, puertas que se abren o cierran, ruido de pasos, el rumor de la lluvia afuera. No hay casi menciones a la situación política del país ni reflexión sobre ella, pero algunos textos parecen dar cuenta de esa presencia insistente, a través de una colección de imágenes parciales o en escorzo hecha de campos minados, derrumbes, lugares donde hubo fiesta y ya no la hay, débiles lucecitas en lo oscuro, desperdicios, repentinos recuerdos que iluminan la atmósfera, mal olor. Como si se hubiera perdido la capacidad de imaginar, y hasta de ver con alguna nitidez. Podría detectarse, en buena parte de la poesía escrita en la frontera entre los 70 y los 80, el empeño en componer una mirada con restos o fragmentos y, con titubeos, silencios y cambios de tonos, una voz.” [3] Vale la pena citar este punto in extenso: “La división entre lenguaje poético ‘culto’ y ‘popular’ se ha resquebrajado hace ya muchas décadas en nuestro país. No obstante ello, son numerosos los autores que subordinan el segundo a la presencia tácita del primero, convirtiendo así a los poemas en ‘traducciones’ supuestamente vulgarizadas de contenidos más trascendentes. Por lo demás, siempre había un límite para el uso de los vocablos familiares, en el cual el poema necesitaba recurrir a un sinónimo ‘más lírico’. Esta poética está quedando cada vez más relegada en la poesía de Rosario. Debe destacarse además que los poetas más jóvenes mezclan el lenguaje coloquial con referentes fantásticos o mágicos, a la manera de muchas letras de canciones del rock argentino. Sus poemas connotan a menudo la traducción anglicista de las letras o de los títulos de letras de música beat. Probablemente esta postura no sea deliberada, sino que surja como consecuencia de utilizar el habla general de la generación”. [4] En septiembre de 1989 se desarrolló en Buenos Aires un encuentro de poesía con varias mesas de lectura y discusión; fue en una de ellas, “Barroco y neo-barroco”, de la que participaron Arturo Carrera, Freidemberg, Ricardo Ibarlucía, Darío Rojo y Samoilovich, donde se habló por primera vez de “objetivismo”. En esa mesa, que fue editada en el dossier “El estado de las cosas” en el número 14 del Diario (diciembre 1989), Darío Rojo arroja el término: “Yo creo que [el neobarroco] se contrapone con algo que es prácticamente simultáneo: el objetivismo; bueno, de alguna manera Samoilovich y Freidemberg son objetivistas a pesar de que ellos lo nieguen, como muchos neo-barrocos niegan ser neo-barrocos”. Transcribo una parte de la intervención de Samoilovich, donde acepta el término, pero con reparos: “No se puede pensar el arte como un envase cuya verdad y cuyo sentido están en su contenido. Más allá del éxito, de la fuerza de evidencia que esa metáfora tuvo, es hora de darse cuenta de que es sólo una metáfora, y posiblemente una no pertinente. Frente a la crisis de esa metáfora, la respuesta del barroco es una posible, no la única posible. Hay otras, como la que pasa por cierta detención ante las cosas y los sucesos, ante lo que Bruno Schulz llamaba ‘la consistencia mística’ de los materiales, especialmente de los materiales fuera de uso, ante la dificultad de ubicar un paisaje, una forma, un acontecimiento dentro de un discurso cualquiera. Esto debe ser lo que Rojo dice que yo no quiero decir y que sin embargo no tengo problema en decir: no me molesta que se hable de objetivismo, a condición de que me dejen poner un par de notas al pie: que objetivismo no se refiere a la presunción de traducir los objetos a palabras -tarea químicamente inverosímil-, sino al intento de crear con palabras artefactos que tengan la evidencia y la disponibilidad de los objetos”. Eso en cuanto a Samoilovich: el poeta al que más se identificó y el que más se identificó con el objetivismo; el que más se desveló -como poeta y crítico- por diferenciarlo de un realismo y un coloquialismo ingenuos; pero su poesía objetiva más que nada la condición subjetiva de la percepción y los límites del discurso, en cierto punto es una poesía más intelectual que objetivista, con mucho de conceptismo a lo barroco: puesta en escena de la conciencia de la artificialidad del poema, etc. Pero la poesía de Freidemberg, salvo ocasionalmente, tiene poco de objetiva; Rojo se equivocaba al sindicarlo de objetivista; leyendo su ensayo sobre la poesía de los 70 y 80 queda en claro que Freidemberg se identifica con el poscoloquialismo de los 70, que le correspondió generacionalmente. Sin embargo, Freidemberg sería el crítico que más historió y describió el objetivismo en tanto tendencia poética; sus juicios y análisis no se pretenden partidarios, pero sin quererlo adquieren el valor de un manifiesto, si bien no disimula los aspectos que considera criticables o le generan sospechas de las obras que atraviesa la corriente objetivista. En “Poesía argentina de los 70 y 80. La palabra a prueba” primero parafrasea la idea de Samoilovich de que el objetivismo sería como un efecto contemporáneo antagónico de la misma causa que habría dado el neobarroco: “Gran parte de la poesía más novedosa que se está escribiendo en la Argentina [se refiere a los autores neobarrocos] se respalda en una operación ideológica que se presenta como ‘transgresora’: revertir la valoración negativa de conceptos como ‘superficial’, ‘digresivo’, ‘intrascendente’, ‘indiferenciado’ o ‘superfluo’. Según el poeta Daniel Samoilovich, el neobarroco surge como respuesta a la crisis de la metáfora de profundidad: a esta altura de la modernidad o la posmodernidad, la ‘profundidad’ ha revelado no ser más que una metáfora, pero el neobarroco no es la única respuesta posible. Otra sería el ‘objetivismo’, que Samoilovich presenta con una frase de Felisberto Hernández: ‘algo que esté allí y que mirado por ciertos ojos se transforme en poesía’. El objetivismo, sin embargo, no concibe al texto como ‘superficie’ sino como un registro del interés hacia las superficies de los objetos o del paisaje. El término remite tanto a ‘objeto’ como a ‘objetividad’: cierta neutralidad en el tono, cierta ausencia de juicios, por un lado, y por el otro el enigma y la inaccesibilidad de las cosas, o bien las operaciones de una inteligencia y una sensibilidad desafiadas por lo que se presenta ante sus ojos”. Y más adelante: “No casualmente, una novedad que aporta el ‘objetivismo’ es la apuesta a obtener significación poética sin violentar los códigos de uso general, o al menos a considerarlos un desafío. No creer ingenuamente en la transparencia o la comunicatividad del lenguaje no constituye, en este sentido, un impedimento sino una incitación, y si también es cierto que la palabra ha revelado su insuficiencia para captar lo real, el objetivismo supone que igualmente puede intentarlo o reflexionar sobre estos intentos. A diferencia de ‘lo maravilloso cotidiano’ de los años 60, ‘vale decir, de lo cotidiano forzado a rendir su maravilla por una mirada encantada’, ahora se trata de atender a lo que se presenta ante la mirada, y esa presencia ‘deja el saldo de una pregunta, no un encantamiento o un descubrimiento’, escribió Samoilovich. Su tercer libro, La ansiedad perfecta (1991), presenta un ir y venir de la mirada y del pensamiento en contrapunto con los objetos naturales y culturales. Un pensamiento que va a las cosas y rebota, y en ese rebote cobra entidad, se verifica, cuestionado por las cosas a la vez que las cuestiona.” Luego Freidemberg se impone un tono más crítico, que compensa con el reconocimiento de algunos méritos; en este párrafo aparezco yo, pero voló Taborda...: “Acaso el ‘objetivismo’ esté empezando a ocupar el lugar de un nuevo clasicismo, aburrido de viejos y nuevos desbordes. Probablemente pueda verse, en las diversas escrituras que de algún modo soportan el rótulo -Helder, Rafael Bielsa, Martín Prieto, además de Samoilovich- una opción por la alta vigilia intelectual y la precisión, a través de relatos o descripciones austeros y armónicos que remiten a una relación de inquietud hacia el mundo circundante, aun cuando no se crea mucho en él. De ahí también, sus diferencias y coincidencias con una nueva poesía urbana que surge en Buenos Aires, habida cuenta de la mirada ávida hacia la ciudad que tienden Juan Desiderio, Darío Rojo, Fabián Casas, José Villa, Daniel Durand, Rodolfo Edwards y Osvaldo Bossi, entre otros poetas, generalmente a través de un lenguaje directo pero atravesado por una actitud