Samuel Arbiser
La imperfecta realidad humana
Reflexiones psicoanalíticas
PRIMERA EDICIÓN
A la memoria de Esther, y a mis hijas, yernos y nietos
Agradecimiento
A la colega Fernanda Longo, por la esmerada y solvente lectura del manuscrito.
INTRODUCCIÓN
En este volumen presento una nueva colección de artículos producidos, en su mayoría, después de la aparición de mi libro El Grupo Interno. Psiquis y cultura. Me mueve primordialmente el propósito de reunirlos en una unidad que evite su dispersión en los diversos medios en que fueron publicados; y además –confieso– aspiraría a la optimista esperanza que conformen un conjunto articulado de ideas que merezca alguna atención a la reflexión psicoanalítica.
También puede que otra motivación se haya podido infiltrar en la decisión de emprender esta tarea; y no descarto que lo constituya la creciente conscientización del vertiginoso transcurrir del tiempo y del consecuente registro de la finitud de la vida. Y esta conscientización invita a ensayar miradas retrospectivas de nuestro devenir; no solo para hacer un balance “del haber y del debe”, sino además para tomar el envión necesario para proyectarse en el futuro y, más aún, atreverse al ambicioso propósito de dejar algún legado, alguna huella palpable de nuestro transcurrir por el maravilloso milagro de vivir. Y de paso, relanzar y reverdecer el trillado dicho de “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”.
Mantengo la convicción que el escribir constituye en sí una forma de metabolizar, en la solitaria intimidad de nuestra privacidad, la experiencia clínica y procesar, asimilando o descartando, los diferentes respaldos teóricos que nos legaron nuestros maestros. Escribir constituye también la ejercitación y la adquisición de las habilidades para transformar embrolladas situaciones vitales en secuencias de palabras que las representen, e incluso aspirar a algún goce estético cuando lo logramos. Es como ganarle terreno a lo “indecible”; y forma parte de la habilidad clínica y de la vocación terapéutica del analista proveerle al paciente no solo las palabras inéditas en su repertorio, sino del modelo identificatorio de esforzarse para lograr ampliarlo.
En cuanto al ordenamiento del libro decidí hacer una laxa diferenciación en secciones temáticas. Así, bajo la denominación de “Cosmovisiones” inicia el artículo que da el título del libro, y pretendo que delate el espíritu que guía mi pensamiento; le sigue otro trabajo escrito durante la “guerra del golfo” que intenta un comentario crítico al escrito de Freud “Por qué la guerra”; y finalmente un tercero sobre la “confidencialidad” producto de mi participación en las discusiones en el Comité de Ética de la API.
La sección bajo la denominación de “Teoría” contiene un conjunto de diversos títulos que son producto de la reubicación de algunos conceptos clásicos bajo el foco de mi visión “psicosocial” y “vincular” del psicoanálisis. Así revisito e intento reformular el Inconsciente, el Edipo, la Identificación, el Self Psicoanalítico, la Crianza y la Realidad.
La sección titulada “Crónicas” contiene trabajos derivados de mi pasaje por Asociación Latinoamericana de Historia del Psicoanálisis y por el Comité de Historia de la API. Precisamente las califico de crónicas en tanto carecen del sustento académico que la disciplina histórica exige y solo reflejan mi particular visión y valores como testigo vivencial del “mundillo” psicoanalítico a partir del “destape” cultural que se produjo en la Argentina luego de la llamada Revolución Libertadora de 1955.
Respecto a la última sección denominada “Autores” hay una desigual dedicación a cada uno de ellos derivada, por un lado del azar, y por el otro de reconocer la inspiración de mi trayectoria en la influencia de alguno de ellos con los que tuve un mayor afinidad personal y de ideas. Reconozco a Enrique Pichon Rivière y David Liberman como los más influyentes en este último sentido. Con el primero mi relación fue fugaz en lo personal, pero caló profundo y en forma duradera en mi manera de pensar el psicoanálisis. David fue mi supervisor, gran inspirador y el que me alentaba con los trabajos que le leía para obtener su aprobación. Horacio Etchegoyen fue un gran amigo e inigualable interlocutor que respaldó muchas de mis ideas, aunque algunas veces no comulgaran con las suyas; y la continuidad y el profundo sentir de su amistad me honró hasta que lo acompañé en su último suspiro. El trabajo sobre Karl Abraham fue producto de un grupo de estudio sobre la historia de las ideas psicoanalíticas que Horacio impartía para un grupo de colegas. El escrito sobre Bleger en colaboración con Silvia Neborak y Natalio Cwik surge de un pedido para un Simposio de APdeBA sobre “El desarrollo psíquico temprano”. Algo similar al muy escueto trabajo sobre Ángel Garma referido a la “situación traumática”, merecedor de un mucho mayor reconocimiento por su polifacética obra.
1
LA IMPERFECTA REALIDAD HUMANA
Introducción
Estamos tan consubstanciados con la realidad que habitamos que solo en escasas ocasiones atinamos a preguntarnos y discurrir acerca de ella; sobre su origen, evolución, esencia y diferencias con otras “realidades”. En este artículo pretendo volcar algunas reflexiones acerca de este tópico –“la realidad humana”– en línea con mis esfuerzos de muchas décadas dedicados a delimitar y destacar una “vertiente psicosocial del psicoanálisis” (Arbiser, S., 2017d y 2018b); orientación que un sector muy creativo de pensadores y autores argentinos han propiciado y desarrollado y a la cual me interesaría en este artículo añadirle una perspectiva más amplia: “telescópica”, diría. Denomino así a visiones científicas distantes y abarcativas como las que nos pueden proveer la antropología, la historia o la biología evolutiva; disciplinas de las que me he servido, y refiero acotadas en esta mínima bibliografía orientadora: Leakey, R. (1981) y (2000); Reeves, H., de Rosnay, J., Coppens, Y., Simonnet, D. (1997), Jablonka, E. y Lamb, M. J. (2013).
Esta temática entronca también en la línea freudiana expresada en el último párrafo de “Psicoterapia de la histeria” (Freud, S., 1895, p. 309), cuando atribuye al “infortunio ordinario” el sustento del padecimiento neurótico, introduciendo de este modo en el nivel individual la dimensión de la “dramática”1 en la especulación psicológica. Y, en el nivel colectivo, en “El malestar en la cultura”, cuando enumera las tres fuentes del padecimiento del hombre: “la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad” (Freud, 1930, p. 85).
La realidad humana que hoy conocemos y nos maravilla fue construida2 precisamente para enfrentar, contrarrestar e incluso usufructuar tal hiperpotencia, también para atender a la fragilidad de nuestro cuerpo, y crear incesantes contratos sociales para ordenar y regular los vínculos recíprocos. A pesar de los alucinantes progresos que nos ofrece la presente realidad humana (siglo XXI), la naturaleza nos sigue desafiando con su inexorable hiperpotencia cuando desata sus incontenibles y furibundos cataclismos. Aunque contamos con prodigiosos recursos para obtener alivio a nuestras dolencias y nuestras vidas se prolongan en forma ostensible intentando burlar esa fragilidad, la reversibilidad de la materia viva de nuestro cuerpo finalmente sigue con obstinada puntualidad obediente al mandato químico de su degradación en lo inorgánico. Ni hablar de los copiosos e innumerables progresos en la convivencia provistos por los incesantes ensayos transformadores de las estructuras sociales, económicas y culturales, en constante evolución y perfeccionamiento que, sin embargo, no logran privarnos de las despiadadas guerras, los fanatismos religiosos e ideológicos, las intolerancias, la distribución desigual de los bienes. Ni tampoco de los conflictos cotidianos en la vida familiar y social donde trascurre el infortunio ordinario que nos enrostra en forma desafiante la insuficiencia, que la aguda intuición de Freud nos advertía.
En