Florencia abrió los ojos y lo miró excitadísima. La decepción se apoderó de ella al toparse con unos ojos que no eran los de Fernando. Siguieron bailando con morbo a pesar de su clara decepción. Volvió a cerrar los ojos y se dejó arrastrar por el deseo de que fueran otros brazos los que la abrazaban. Nadie sabía lo que pasaba por su cabeza, y mucho menos Fernando; todo lo contrario, el pensaría que se encontraba muy a gusto con ese hombre. Se maldijo por ser tan idiota, al final ella también se estaba quemando con fuego y uno que ardía tanto que dejaba huellas imborrables y muy dolorosas. A pesar de todo, se permitió disfrutar de su imaginación, aunque eso le costara lágrimas de dolor más tarde. Andrés se percató de su desolación y la consoló con pasión desmedida. Él más que nadie comprendía el dolor de no poder tener a la persona amada y el dolor que conllevaba. Se percató de ello cuando vio la decepción reflejada en los ojos de Florencia cuando sus miradas volvieron a encontrarse.
Ana se acercó a Pablo y le dio un beso apasionado. Estaba tan sedienta que se tomó, de un trago, la bebida que Pablo tenía en su mano. Le volvió a decir que le encantaba que estuviera allí, que festejaran juntos sus despedidas. El baile entre Florencia y Andrés estaba cada vez más caliente. Pablo, que apostaba todas las fichas a su novia, la instó a ir y demostrarle a todos lo buena que era seduciendo a un hombre. Ana se acercó a la pareja de tortolitos y los separó interponiéndose entre ellos. Se paró frente a Florencia, apoyó una mano sobre su pecho y la obligó a dar unos pasos hacia atrás, como había hecho con anterioridad. Ambas se miraban divertidas. Florencia estaba fascinada con la actitud retadora de su amiga, no tenía dudas de que estaba empecinada con dar un punto final a ese juego. Ana quería bailar con Pablo, y para que eso pasara debía terminar el show, y para que eso pasara debía darles a las chicas lo que más querían y que no paraban de pedir. Una vez que dejó fuera de juego a Florencia, caminó hacia Andrés con movimientos felinos y pudo notar que, a pesar de mostrarse seductora, él no dejaba de mirar a Florencia con deseo. Ella era la única responsable, ya que los había separado abruptamente interrumpiendo su contacto estrecho. Era más que obvio que esos dos necesitaban desfogarse con urgencia y ella les daría la oportunidad.
Se meneó frente a él sin llegar a rozarlo, bailó a su alrededor tentándolo con sus movimientos y luego se posicionó frente a él. Las chicas la animaban a que lo tocara y ella se acercó a unos pocos centímetros de él y le habló al oído:
—Pienso quitarte los pantalones… —le dijo sin dejar lugar a réplica, a lo cual Andrés asintió—; luego, te sugiero que agarres a mi amiga y vayan a sacarse la calentura que ambos tienen encima —le dijo seria.
Andrés se quedó tieso, no podía creer que Ana le hubiera dicho eso. Cuando la miró, desconcertado, solo se encontró con una Ana riéndose a costillas de él. Sin dudas, se estaba vengando por haberle hecho creer que la llevaría presa. De todos modos, la sugerencia que le hizo le gustó, no veía la hora de estar a solas con Florencia, enterrarse en ella y aliviar el dolor que sentía en su miembro, que lo tenía duro como una piedra desde que Florencia le abrió la puerta. Como buen profesional, volvió a seducirla, le tomó las manos entre las suyas y la guió hasta sus pantalones. Sin dejar de contornearse, le dijo que tirara con fuerza. Ana hizo lo que le dijo y, con su ayuda, logró quitarle de un tirón los ajustados pantalones, dejándolo vestido con un slip diminuto que apenas contenía su erección. Todas las chicas, incluida ella, aullaron y dijeron miles de improperios, sin importarles que no estaban solas, al notar el gran miembro que se dejaba entrever debajo de la tela y que evidenciaba su clara excitación.
Ana, estupefacta por lo que acababa de ver, buscó a Florencia y la encontró sentada sobre las piernas de Pablo. La felicitó por el miembro gigante que se estaba comiendo y porque se había quedado corta al decirle que la tenía grande, porque esa no era la descripción adecuada. Ambas amigas se rieron como siempre lo hacían, aunque el motivo de su risa fuera el tamaño del miembro del stripper. Pablo, que estaba escuchando toda la alocada conversación, reclamó la atención de Ana. La quería solo para él y quería que le bailara como lo había hecho hasta ese momento. Le sugirió a Florencia que hiciera que el muchacho se tapara antes de que la fiesta terminara en problemas.
Florencia hizo caso a Pablo y se acercó a Andrés, que estaba rodeado de un par de féminas que querían bailar con él, aprovechando que lo habían dejado solo. Lo tomó de la mano y lo sacó de allí sin dar explicaciones. Cuando pasaron caminando por al lado de Fernando, pudo sentir la tensión y el enfado que emanaba, por lo que evitó mirarlo a los ojos. Demasiado tenía con percibir esos sentimientos como para leer en esos ojos la desaprobación. Además, ya tenía suficiente con estar en el mismo lugar y que no dejara de mirarla. Desde que se había sentado en las piernas de Pablo, lo observaba de a ratos y cada vez que lo hacía él tenía la mirada fija en ella. Había algo en su mirada que la intrigaba, era como si estuviera furioso y desconcertado, era como si no comprendiera lo que le pasaba con ella y recordó cuando esa tarde le dijo que necesitaba que fuera clara. No lograba entender por qué seguía firme en su intento de hacerle creer que no se acordaba de ella y que no comprendía qué le ocurría. Por un momento, pensó que quizás había una razón, pero no pudo hallarla.
Cuando se alejaron un poco del grupo alegre, Andrés la atrajo contra sí y la besó con desenfreno, ya no aguantaba más las ganas de hacerlo. Desde el inicio del show había tenido que contener las ansias para no comerle la boca delante de todos. Florencia rompió el contacto de sus bocas para recobrar el aliento y, como atraída por un imán, miró hacia el lugar donde se hallaba Fernando. Si las miradas mataran, ella debería haber caído fulminada allí mismo. La mirada de Fernando era abrasadora y cargada de ira. A pesar de la distancia que los separaba, pudo notar como tensionaba la mandíbula y apretaba los puños haciendo evidente su enfado y malestar. Se sostuvieron la mirada por un momento, hasta que Andrés le habló al oído, sobresaltándola. Estaba tan enfrascada intentando comprender el motivo de ese comportamiento desmedido, que se había olvidado de que estaba en sus brazos. Desvió la mirada y se encontró con la ardiente mirada de Andrés. Deseó que esos ojos que la miraban con ardor y pasión fueran los de Fernando, e incluso esos brazos que la rodeaban con fuerza. Se dejó arrastrar por Andrés hasta el baño para terminar lo que habían empezado y que pudiera vestirse. Quizás, si tenía algo de suerte, lograba quitarse a Fernando de la cabeza por unos minutos.
9
Una Florencia más relajada y feliz salió del baño de la mano de su acompañante, que se vistió con unos jeans ajustados, de color negro y de cintura baja, y una remera blanca ceñida que acentuaba cada músculo de su ancho y duro torso, y de sus brazos bien torneados. Las chicas que estaban solas lo miraron con lujuria; incluso algunas de las que estaban en pareja también lo hicieron. Andrés era la personificación del pecado en estado puro. Los hombres lo aborrecieron con la misma intensidad que las mujeres lo deseaban. Sencillamente porque tenía un cuerpo que quitaba el aliento, aunque muchos de ellos no tenían nada que envidiarle; si bien no se gastaban cuerpos tan esculturales, a su manera eran hombres muy atractivos con cuerpos sexualmente irresistibles. Y aunque Florencia era la envidia de muchas por ser la acompañante de ese ser maravillosamente perfecto con un prominente bulto, ella hubiera preferido que fuera otra persona la que estuviera a su lado.
Su mirada se cruzó con la de Fernando, que la observaba con ojos oscurecidos por la furia, la indignación y el deseo. Era tal la intensidad de su mirada que sintió un cosquilleo bajo su piel y un estremecimiento le recorrió el cuerpo en su totalidad. Desvió la mirada inmediatamente, no quería que él notara cuánto la perturbaba su mirada y el poder que ejercía sobre ella a pesar de los años transcurridos desde la última vez que estuvieron juntos. Sintió un vuelco en el corazón y la realidad la embistió como un tren de carga, recordándole su triste lugar, al ver a Natalia acercándose a él y susurrándole palabras al oído. Por un momento, se había olvidado que ella era su futura señora y la madre de su hijo. Verlos juntos le recordó lo desafortunada que era en el amor y que gracias a él estaba inhabilitada para volver amar por lo que le restara de vida.
Respiro hondó para calmar el nudo que estaba naciendo en su garganta y se maldijo por su debilidad, por seguir cayendo con tanta facilidad en sus redes. Debía seguir con su vida y dejar de pensar en él, ya no era una jovencita indefensa, sin experiencia; tenía treinta y tres años y debía