Yanina Vertua

Amor predestinado


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podía ir con ese tipo y no volver nunca más a su vida. Florencia había trastornado su vida, la había puesto patas arriba. Solo tenía ganas de cargarla sobre sus hombros y salir pitando de allí para ir a un lugar más cómodo y más silencioso, donde podría decirle cuánto lo desconcertaba y todo lo que le hacía sentir, para luego perderse en esa boca y ese cuerpo que ansiaba con locura y que no lo dejaba razonar. Necesitaba hablar con urgencia con Florencia, que le contara si se conocían, si habían tenido algo, lo que fuera para comprender mejor qué le pasaba. De lo contrario, tenía que aceptar que se estaba volviendo loco y paranoico. En pocas horas todas las certezas de su vida ya no lo eran.

      Siempre pensó que Natalia era su verdadero amor y por eso le propuso matrimonio. Desde el día anterior dudaba de que fuera así y se replanteaba la decisión que había tomado. No le importaba ni siquiera él bebe que venía en camino y se odió por ello. Debía sentirse el hombre más feliz sobre la tierra, pero era todo lo contrario; se sentía el más desdichado. Solo tenía cabeza para pensar en Florencia y en los sentimientos que despertaba en él. Jamás una mujer había provocado en él ese tipo de reacciones. Con solo pensar en ella se sentía vivo y completo. Había dejado de sentir esa sensación de vacío y de pérdida que lo invadió por años, precisamente después del accidente. Cuando la sostuvo entre sus brazos para que no cayera en medio de la calle y luego sus miradas se encontraron, fue como si se llenaran todos los vacíos que había en su corazón.

      —Veo que no piensas decir nada… —le dijo a Fernando al ver que seguía sin decir palabra alguna después de su comentario sarcástico, y Florencia volvió a centrar la atención en Esteban; era lo mejor, Fernando la ponía nerviosa—. Esteban, si el problema principal con ese muchacho es que es una delicia, no te lo voy a discutir; es más, te puedo asegurar que es mucho más —le aclaró para que Fernando la oyera—, pero si el otro problema que tienes es que es un desconocido, lo podemos solucionar inmediatamente —propuso y se giró inmediatamente para llamar a su amiga—. Micaela, ¿por qué no haces las presentaciones, por favor? —Le gustaba ser traviesa. En ese momento se acercaron al grupo Ana y Pablo—. Llegan justo a tiempo, Micaela está por hacer las presentaciones correspondientes. —Pablo y Ana la miraron extrañados sin comprender qué pasaba allí, por qué sonreía con malicia.

      Micaela miró divertida a Florencia, que se corrió a un lado para dejarle espacio y que pudiera hacer las presentaciones formales como se había imaginado. Micaela atrajo a Andrés al medio de la ronda que se había formado y lo rodeó con un brazo por la cintura, gesto que molestó mucho a Esteban, quien la fulminó con la mirada. Ella trató de mantenerse seria; ya tendría tiempo de reírse por la cara de furia que tenían dos de esos tres hombres.

      —Andrés, te presento a Pablo, el futuro esposo de Ana… —Pablo le estrechó la mano y lo felicitó por su excelente trabajo, gesto que Andrés agradeció—. Él es Fernando, futuro marido de Natalia… —Andrés se acercó para saludarlo como había hecho con Pablo, pero Fernando lo miró con frialdad y no hizo amago de mover un dedo para estrecharle la mano que le extendía. A pesar de la incomodidad del momento, su reacción no le resultó extraña a Andrés teniendo en cuenta que su novia se comportaba con él como si estuviera en celo—. Y ahora te presentó a mi novio, Esteban —le dijo feliz porque al fin los había presentado. Esteban lo saludó educadamente como había hecho Pablo, pero no dijo nada—. Chicos, les presento a Andrés, el stripper… —dijo Micaela divertida y se aclaró la garganta para hacerse oír por encima de la música—, mi mejor amigo… —todos la miraron asombrado— y por si no se habían dado cuenta, el compañero de Florencia, el mismo que conoció anoche en el boliche —les aclaró.

      —¿Tu amigo? —preguntó Esteban sorprendido. Jamás se hubiera imaginado que su novia sería amiga de semejante espécimen.

      —Sí, amorcito, él es Andrés, el mismo del que tanto te he hablado —le recordó sonriente.

      —Así que tú eres el famoso Andrés —se rio. No terminaba de creerse que ese era el mismo tipo del que su novia le había hablado tantas veces y que deseaba conocer para agradecer que siempre estuviera al pendiente de ella.

      —Supongo que otro Andrés no hay en su vida, o al menos eso espero —le dijo divertido. Como siempre, Micaela se estaba divirtiendo a su costa y él no haría nada para arruinarle la diversión.

      —Vaya, creo que te debo una disculpa —le dijo Esteban arrepentido y más tranquilo por conocer lo buena gente que era ese hombre, aunque le costaba ensamblar al Andrés que se había imaginado con el que tenía enfrente—. Creo que se te olvidó contarme ese detalle importante —le dijo a Micaela. Su voz sonaba a amenaza, la cosa no iba a quedar ahí nomás entre ellos, iban a tener una larga charla, odiaba que lo dejaran en evidencia.

      —No pasa nada, comprendo que no te agrade que me contornee con poca ropa delante de tu mujer —le dijo Andrés con una media sonrisa. La cara de Esteban era una mezcla de emociones y le causaba gracia. No pensaba disculparse por su osadía, esa era la noche de las chicas y merecían divertirse.

      Las mujeres no aguantaron la risa y empezaron a reírse como poseídas. Las últimas palabras de Andrés fueron el detonante que necesitaban para liberar la risa reprimida. Esteban las miraba anonadado; había caído en la trampa que seguramente había orquestado Florencia con ayuda de Micaela. Solo ella era capaz de divertirse con el sufrimiento ajeno y Micaela, si bien era ingeniosa, no llegaba a tener las ocurrencias que le nacían espontáneamente a Florencia, que era toda una maestra en el arte del engaño y la diversión.

      —Amigo, les diste letra para divertirse a costillas tuyas por mucho tiempo —le hizo saber Pablo, divertido y riéndose también por su infortunio.

      —Ya lo creo —reconoció Esteban irritado. Ya no podía estar furioso con esas mujeres ni con Andrés. Si fuera un poco más relajado, no les daría motivos para burlarse de él.

      —Supongo que ya no tienes que preocuparte por mí. Andrés es de fiar, a no ser que no confíes en tu chica —le dijo Florencia acercándose a Esteban y abrazándolo por el cuello, como le gustaba hacer.

      —Espero que no les cobre por su trabajo porque ustedes lo hicieron todo —le dijo Esteban a Florencia.

      —Jamás podría cobrarles, y mucho menos a Florencia. Lo volvería a hacer solo para disfrutar de su compañía —intervino Andrés al escuchar el comentario de Esteban, y le guiñó un ojo a ella con picardía en su mirada.

      —Mejor que no vuelva a suceder. Con una noche ha sido suficiente —le dijo Esteban. Por nada quería verlo en paños menores y mucho menos meneando sus atributos frente a sus mujeres. Con esa noche había tenido suficiente.

      Todos se rieron. Florencia volvió a mirar a Fernando, que seguía impasible ante la diversión del grupo y con la mirada fija en ella. Su mirada le resultaba abrasadora, dolorosa y confusa. Empezaba a preocuparle su obsesión con ella; si seguía así, se darían cuenta de que allí pasaba algo extraño y lo que menos quería era dar explicaciones, mucho menos a Natalia, que para su fortuna solo tenía ojos para Andrés. Cualquier otra mujer se hubiera dado cuenta del interés excesivo que demostraba Fernando para con ella. No lograba entender por qué se mostraba tan posesivo y por qué no admitía que ya se conocían. Su comportamiento la confundía. Quizás sí se debían una charla después de todo.

      —¿Qué les parece si brindamos? —le dijo mostrándoles una botella de tequila para distraer su atención, además de que ya estaba necesitando una copa para enturbiar sus sentidos.

      —Ella y sus chupitos —dijo Ana, a su lado, riéndose de su amiga—. Andrés por si no te has dado cuenta, ese es el trago preferido de Florencia —le hizo saber sin dejar de reírse. El alcohol la tenía bastante achispada.

      —Me di cuenta anoche, fue lo único que tomó —le dijo, sabedor de sus gustos y, además, para ver la reacción de Fernando. No se le había escapado la manera en que la miraba y cómo se comportaba Florencia cada vez que sus miradas se encontraban.

      —Quiero brindar por la felicidad de mis amigos. Espero que hayan disfrutado de su fiesta; les aseguro que yo lo he hecho. —Se bebieron de un saque el trago fuerte. Después del comentario