vestuario, logró hacerle cambiar de idea.
El sucesor de Frank fue un hombre llamado Reinhard Saftig. Un veterano y bigotudo entrenador con experiencia en la Bundesliga (Dortmund, Leverkusen) y Turquía (Kocaelispor, Galatasaray); alguien en quien se podía confiar. O eso pensó Heidel. «Desde luego, ficharlo fue uno de mis grandes logros», hace una mueca de dolor. «Saftig no tenía ni la más mínima idea, si he de ser sincero. No tenía ni idea de a qué jugar. Por supuesto, nos quedamos sin ascenso. La cagamos el último día de la temporada, en Wolfsburgo. Perdimos 5-4 y el Wolfsburgo fue el que ascendió en nuestro lugar. Un partido de leyenda, con un grandioso Jürgen Klopp». Jugando como lateral derecho, Klopp marcó un gol mientras los visitantes trataban de remontar un 3-1 con un hombre menos; pero también cometió un error calamitoso que selló la derrota del Mainz. Aquel partido fue, a todos los efectos, una final por el ascenso.
Por su parte, Frank se había ido a entrenar al FK Austria de Viena. Benjamin recuerda estar en el coche, con su padre, de camino al aeropuerto. «Apenas dijo una palabra. Todo lo que hizo fue memorizar los nombres de los jugadores del Austria. Quería sabérselos antes del primer entrenamiento».
El equipo vienés, un modesto grupo de trotamundos entre los que estaba el increíblemente hirsuto internacional búlgaro Trifon Ivanov, se quedó tan desconcertado con el sistema de Frank como Saftig lo estaba en el Mainz, equipo que todavía confiaba en el sistema de su predecesor. Todo intento de volver a una defensa de tres hombres con el recién fichado Kramny ejerciendo de líbero, acabó en fracaso.
Parece ser que a Saftig le gustaba tomarse una copa con los jugadores antes de los partidos. «Los pesos pesados del equipo, como Jürgen Klopp, temían sus invitaciones. Saftig siempre estaba sediento y tenía un gran aguante».
Después de cinco meses en el Bruchweg, Saftig fue reemplazado por el austriaco Dietmar Constantini. Había trabajado como ayudante del legendario Ernst Happel y le explicó a la desconcertada prensa local que la presión que ejercía el Mainz tenía «forma de gaita». En la práctica, esto significaba reintroducir la línea de cuatro de Frank, solo que con una diferencia muy importante: detrás de ellos también había un líbero, en la figura de Kramny. Heidel: «Así que ahora teníamos una línea defensiva de cuatro hombres, además de un líbero detrás de ellos. Esto acabó dejando a cuadros a Kloppo. Nuestra relación siempre se sustentó sobre la máxima confianza mutua. Vino a mi oficina y me dijo: ‘‘El entrenador no tiene ni idea de estrategia. No podemos jugar así. Defensa de cuatro y un líbero…’’. Aquel día me di cuenta de que algún día se convertiría en entrenador».
Constantini no perdió muchos partidos. Pero tampoco es que los ganase, apenas logró cuatro victorias de dieciocho. El Allgemeine Zeitung lo coronó como «El rey del empate». El último partido de Constantini, una derrota en casa por 1-3 contra el SG Wattenscheid 09 (equipo en el que estaba el delantero Souleyman Sané, padre del atacante internacional alemán Leroy Sané), a principios de abril de 1998, vio cómo el Mainz volvía a entrar en puestos de descenso. «Ninguno de los que vino después de Frank confiaba en la línea de cuatro», dice Kramny. «Consideraban que los jugadores eran demasiado lentos como para jugar con ese sistema y, en lugar de ello, salieron con todo tipo de memeces en el dibujo táctico. Pero el equipo no confió en ellas; básicamente, seguían confiando en la formación de Frank. Ese es el motivo por el que ninguna de nuestras tácticas dio frutos».
Constantini admitió ante Heidel que no era capaz de conectar con el vestuario. El director general del Mainz se tragó su orgullo y telefoneó al único entrenador al que veía capaz de llevar, de nuevo, al equipo a la senda de la victoria: Frank. Su compromiso con el Viena había seguido el curso natural y ambas partes habían acordado separar sus caminos al final de la temporada. Después de recibir la llamada de Heidel, quien intentó seducirlo hasta las tres de la mañana, Frank dejó su puesto de inmediato para echar el reloj atrás y salvar al Mainz del descenso por segunda vez. Gracias a una rápida inyección de moral logró la victoria en el primer partido, 2-1 contra el Stuttgarter Kickers. «Este hombre irradia tantísimo entusiasmo», les dijo Klopp a las cámaras tras el pitido final. «Si hay alguien que puede provocar un cambio así en apenas tres días, ese es él». El Mainz terminó en décima posición.
La plantilla estaba feliz desarrollando, de nuevo, el sistema de juego con el que se sentían más cómodos. Después de hacerles regresar a una línea de cuatro y a la defensa zonal, Frank puso su atención en conquistar un espacio completamente diferente: el que hay entre las orejas de los jugadores.
«Consideró que debía trabajar en la fuerza mental del equipo», dice Strutz. «Llevó ese asunto muy lejos, introduciendo entrenamiento psicológico y la autogenia, una especie de técnica de relajación. Incluso contrató a un monitor de teoría autógena, quien —como descubrimos más tarde— había sido maquinista de ferrocarril. Había cambiado de trabajo».
Strutz, quien fuera saltador de triple salto y subcampeón en los campeonatos de Alemania de 1969 y 1970, considera que, en parte, fue culpa suya que Frank emprendiera ese viaje a las fauces del interior de la mente. «Le regalé un libro, Die Macht der Motivation, (El poder de la motivación), de Nikolaus B. Enkelmann, que a mí también me habían regalado en navidades, porque pensé que le gustaría. Pero él se tomó esa corriente psicológica a pies juntillas, le cambió la vida. Llegó al punto de hacer ejercicios respiratorios y repetir mantras. Todo aquello se puso demasiado esotérico».
La casa de Frank se llenó de libros y vídeos de Enkelmann, cuentan sus hijos. Cada mañana, se levantaba y daba clases de elocución. Pegaba pequeñas notas con frases auto sugestivas en el espejo del baño: «Cada día seré más y más fuerte», cosas por el estilo. «Los que no lo conocían bien llegaban a pensar que era un tipo un poco raro, incluso excéntrico», concede Benjamin. Durante la concentración invernal de 1998, nuevamente en Chipre, los jugadores del Mainz recibieron clases de logopedia en las que gritaban vocales repetidamente, entrenando sus cuerdas vocales, para diversión del equipo del Greuther Fürth, que dio la casualidad que se encontraba en el mismo hotel y pudieron escuchar toda esa cantidad de «aaaa» y «oooo» que venían del comedor. El portero austriaco Herbert Ilsanker vio una vez a Frank dando una entrevista en la sauna del equipo. Un sitio curioso para una entrevista, pensó. Pero, lo más extraño de todo era que la única persona sentada en aquella sauna era Frank, entrevistándose a sí mismo: para practicar la manera en la que se dirigía al equipo. «Su tono nunca era monótono. Cuando te hablaba, siempre estabas alerta», le contó Ilsanker al Allgemeine Zeitung. Y Frank hablaba muchísimo. Las reuniones del equipo duraban una hora, por norma general, y se celebraban a diario. «Algunos pensaron que las cosas se le habían ido un poco de las manos», dijo Klopp. «Jugadores que habían abandonado relativamente pronto los estudios aparecían, de repente, leyendo libros en el autobús cuyos títulos ni tan siquiera yo comprendía».
Strutz: «Nuestras prioridades cambiaron un poco. Frank quería que los jugadores mejoraran dándoles esa ‘‘personalidad estable’’, quería demostrarles que había mucho más que tácticas y carrera, que podías vencer a tu oponente gracias al poder de la mente». Más tarde, en el Kickers Offenbach, Frank ponía una pelota de pingpong sobre el cuello de una botella y les pedía a sus jugadores que se concentraran en hacerla salir volando. «¿Cómo puedo maximizar mi potencial mental? Esa será una de las preguntas decisivas», le contó al Frankfurter Rundschau. (Muy pocos le creyeron por aquel entonces, pero muchos de los mejores entrenadores de hoy en día están convencidos de que el entrenamiento cognitivo, y trabajar en reducir el tiempo de reacción, es vital para que la atención de los jugadores pueda seguir el ritmo de un juego que se vuelve cada vez más veloz. «Mejorar se traduce en comprender las cosas más rápido, analizarlas más rápido, tomar decisiones más rápido, actuar más rápido», dice Ralf Rangnick).
Era una persona que impartía disciplina, pero también un buen comunicador, recuerda Sebastian, muy diferente a esos entrenadoressargento que dominaban el deporte por entonces. «Nos trataba de tal forma que los jugadores acabamos pensando: anda, mira, hay otra forma de hacer las cosas», le contaba Klopp en el 2007 al Frankfurter Rundschau. «Además, ponía al ser humano por encima de todo. Nos caía realmente bien. Cuando perdíamos, teníamos dos cabreos que superar. El primero, que habíamos