Raphael Honigstein

Klopp


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dibujo sobre el campo, pero siempre comprendimos por qué lo hacíamos». Klopp recuerda que Frank les pedía a los periodistas locales que no mencionaran demasiado la defensa de cuatro, porque sabía que tendría que dar muchas explicaciones en caso de que llegaran las derrotas. Aquella ruptura con el tradicionalismo fue vista con una buena dosis de recelo.

      A pesar del cambio radical en los resultados, el desastroso comienzo de la temporada 1995-96 hizo que la supervivencia no estuviera garantizada antes del último partido de la temporada, en casa contra el VfL Bochum. El Mainz tenía que ganar. El comentarista televisivo Martin Quast recuerda que cubrió aquel partido: «Había unas 12 000 personas en el Bruchweg, prácticamente todo el papel que se podía vender por entonces. Marco Weißhaupt marcó casi al comienzo. Ochenta y tres increíbles y tensos minutos después el Mainz se había salvado. Todo el mundo se puso a celebrarlo como un loco, alzando los puños al aire; pero Wolfgang Frank mostraba un semblante taciturno y andaba de un lado a otro, como un león en una jaula. No sabía qué hacer. Era una situación completamente desconocida para él. Había miles de personas celebrándolo como si no hubiera un mañana. Y Wolfgang Frank andaba titubeante por todo el campo, completamente alejado, como si alguien lo controlara con un mando a distancia».

      «Todo el mundo lo estaba celebrando, pero mi padre estaba completamente exhausto, incapaz de pronunciar una sola palabra y con un dolor de cabeza terrible», dice Sebastian Frank. Lo había dado todo. Wolfgang Frank era uno de esos entrenadores que vivía todo a mil por hora desde la banda, que ardía por dentro, pero que era incapaz de encontrar la forma de darle salida a toda aquella energía. «No buscaba ser el centro de atención», dice Sebastian, «no le gustaban los baños de masas».

      «De cara a la siguiente temporada no hubo cambios en el equipo. Y nadie sabía cómo meternos mano», recuerda, Heidel. «Por primera vez en nuestra historia, de buenas a primeras, éramos candidatos al ascenso». «Nadie se ha tomado en serio nunca a este club, llevan años abandonados, en tierra de nadie» publicaba en octubre de 1996 el Süddeutsche Zeitung. «Pero, hoy en día, son el único equipo de la segunda división capaz de jugar (y comprender) la defensa de cuatro en línea». El supuesto «equipo carnavalero» imponía, de repente, respeto y admiración por su giro radical. El presidente del 05, Harald Strutz, llegó a declarar en alguna ocasión que «la euforia se ha adueñado de nosotros». Se vivía un revuelo en toda la ciudad como nunca se había visto.

      Y el 05 siguió ganando. El equipo de Frank llegó al parón invernal de la temporada 1996-97 en segunda posición de la tabla, solo precedido por el 1. FC Kaiserslautern de Otto Rehhagel, quien, un año más tarde, alzaría el Meisterschaf.

      Pero, para Frank, los progresos no llegaban lo suficientemente rápidos. A la vez que introducía los cambios fundamentales en la estrategia del equipo, en enero de 1996 sorprendió a la directiva con la petición de contar con un mayor y más moderno estadio, además de mejores instalaciones para los entrenamientos. El Bruchwegstadion apenas contaba con torres de focos y marcador electrónico desde hacía unos meses.

      «Nos enseñó que debíamos tener ‘‘más visión’’ si queríamos lograr grandes cosas, fue decisivo», cuenta Strutz. «Nos preguntó sin el menor miramiento: ‘‘¿De verdad quieren ustedes jugar algún día en la Bundesliga?’’. No tengo del todo claro que ninguno de nosotros se hubiera parado a pensarlo en serio. En ese momento seguíamos los últimos de la Bundesliga 2». La idea de Frank era la de renovar el Bruchweg —el nombre (la traducción literal sería algo como camino roto) «le venía muy al pelo, entonces», admite Strutz—, además de pedir que se construyera una bañera de inmersión, una sauna y mejores campos de entrenamiento. «Wolfgang Frank era una persona única, peculiar. Una magnífica persona. Pero también era demasiado intelectual, espiritual. Volvió loca a la directiva del Mainz con tanta petición para poder mantener el éxito. Recuerdo que insistió mucho en la bañera de inmersión. Lo único que tenía el Mainz por entonces era una mugrienta bañera en la que el utillero limpiaba, de vez en cuando, las botas. Después de cada partido, el capitán se bañaba allí, así que nadie más podía relajarse. Frank insistió. Nuevos campos, nuevos vestuarios, ‘‘la sala de prensa no puede estar ahí, en mitad del edificio, en el mismo lugar que los jugadores’’, dijo. Para él, progresar tan despacio era lo mismo que ir en regresión. Todo cambio tenía que llegar a toda velocidad».

      Se reconvirtió la pequeña sala VIP de uno de los almacenes, que también hacía las veces de oficina, en una zona de descanso repleta de sofás para que los jugadores pudieran usarla durante la semana; se comenzó a hablar de contratar a un nutricionista. «Quería demostrar a los posibles fichajes que teníamos unas buenas instalaciones en las que entrenarse bien. Aquello era de lo más importante para él», cuenta Strutz. «Y cada día se sorprendía de que no se presentasen los bulldozers para comenzar con las obras». «En la directiva debieron de pensar que estaba como una cabra», admitía Frank años después.

      En la antología del club, Karneval am Bruchweg, los periodistas locales Reinhard Rehberg y Christian Karn escribieron que las negociaciones con el propietario del estadio, el Ayuntamiento de Mainz, fueron muy complicadas. Los políticos no veían que estuviera justificado gastarse tanto dinero en un club que, en los partidos en casa, apenas tenía una media de espectadores de entre 3000 y 5000 personas.

      Inmune a esas nimiedades, Frank siguió presionando al club hasta que el Mainz contó con una pequeña cantidad para invertirla en una pequeña ampliación en el estadio. «No era alguien fácil de tratar, ni como entrenador ni como persona», dice Strutz. «A mí, como presidente del club, me resultaba complicado lidiar con su personalidad. Tenía muchísima determinación. Quería que el club creciera muy rápidamente».

      En enero de 1997, los sorprendentes aspirantes al ascenso acudieron a Chipre para prepararse de cara a la segunda mitad de la temporada. Los hermanos Frank también asistieron, como jugadores del filial. «Algunos de los profesionales se meaban de la risa porque tuvimos que participar en los ejercicios de estabilización del core», recuerda Benjamin. «Nuestro padre nos decía ‘‘no os preocupéis de lo que piensen los demás, limitaos a hacer lo que debéis’’». (Siete años más tarde, los tabloides alemanes y los periodistas más curtidos también se rieron cuando Jürgen Klinsmann hizo que el equipo nacional realizara ese mismo tipo de ejercicios bajo la dirección de monitores de fitness americanos. Unos ejercicios que se convirtieron en práctica común entre los clubes después del Mundial de 2006).

      Cuando tocaban a su fin los diez días de concentración chipriota llegaron noticias de que en Mainz acababa de caer una nevada, por lo que Frank decidió que tanto él como el equipo se quedarían otra quincena, aprovechando al máximo las perfectas condiciones que la isla ofrecía para entrenar. Esto no les hizo gracia alguna a los jugadores, quienes querían estar en casa con sus familias. Pero el club estaba tan embelesado con el entrenador, el primero en su historia capaz de conducirlos a algo parecido al éxito, que accedía a todos sus deseos. «Íbamos segundos en la tabla. Mainz 05: segundo clasificado», exclama Heidel tratando de imitar la sorpresa. «Si Frank llega a decirnos: ‘‘para mañana, me derribáis el campanario de la iglesia’’, habríamos ido a la iglesia y habríamos acabado con la torre. Jamás habíamos estado en cabeza. Todo lo que decía era puesto en práctica, de inmediato».

      Después de la que, probablemente, ha sido la concentración invernal más larga en la historia del fútbol profesional alemán, el Mainz regresó y perdió el primer partido en casa, contra el Hertha BSC, 0-1. También cayeron en el segundo partido, 3-0 contra el VfB Leipzig. Y, después, se quedaron sin entrenador.

      Heidel: «Me tuve que quedar en Leipzig para asistir a un evento. Al día siguiente, mientras voy en un taxi, Frank me telefonea. ‘‘Christian’’, me dice, ‘‘solo quería decirle que va a tener que buscar un nuevo entrenador’’. Así que yo pienso, vale, en verano, porque su contrato terminaba a final de temporada. Pero, de repente, me di cuenta de que se refería a ese mismo momento. Volé de regreso a Mainz y en el estadio me esperaban cuatro periodistas. Para lo que nosotros estábamos acostumbrados, aquello era una multitud. Frank les había comunicado a todos que se marchaba. Así de simple».

      Durante el viaje de regreso desde Leipzig, Frank estuvo dándole vueltas a la