Raphael Honigstein

Klopp


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típico padre incapaz de mantener las formas en la banda cuando lleva al niño a jugar un partido. «Jürgen tiene el carácter de su padre y la serenidad de su madre», afirma Isolde Reich. Cuando más sentía lo inflexible y riguroso que era su padre era al practicar deportes individuales. Los enfrentamientos deportivos entre los dos Klopp resultaban dolorosamente desiguales, con un Norbert incapaz de ceder un solo punto. Jürgen acababa frustrado, furioso incluso, al verse barrido de la pista por un padre que, o era incapaz, o no tenía la más mínima intención de pronunciar una sola palabra de ánimo. Ninguno de los dos disfrutaba de estas primeras sesiones, pero Klopp padre las consideraba una parte necesaria de la educación deportiva de Jürgen. Más tarde formarían pareja de dobles en el club de tenis de Glatten. Su padre estaba tan obsesionado con la victoria que, en una ocasión, se negó a abandonar la pista a pesar de estar sufriendo una terrible insolación y violentos escalofríos. Tuvo que ser Klopp hijo el que pusiera fin a aquel partido y llevara a su padre a la cama.

      Esquiando, Norbert se limitaba a deslizarse montaña abajo, confiando en que el chico fuera capaz de seguir su estela. Hay un proverbio en suabo que dice «Nix gschwätzt isch Lob gnuag», la mejor alabanza es no decir nada. Norbert Klopp era la personificación de ese refrán. «Era su manera de hacer que me esforzara», contaba Klopp en una entrevista con Der Tagesspiegel. «Cuando hacía atletismo y saltos siempre decía que no saltaba lo suficientemente alto, que todavía me faltaba por cubrir el tamaño de un folio. Nunca encontraba nada bueno que decir. Su táctica resultaba más que obvia, me di cuenta muy rápido». Klopp añadía que tuvo que aprender a «leer entre líneas» para descubrir alguna traza de orgullo parental: críticas sin cesar, aprobación encubierta. «Si marcaba cuatro goles él decía que había fallado otras siete ocasiones, o empezaba a hablarme de lo bien que había jugado alguno de mis compañeros. Aun así, yo sabía que, en el fondo, estaba orgulloso de mí».

      Como al acabar las clases, por la tarde, le dejaban hacer lo que quería, Klopp seguía jugando al fútbol con Hartmut e Ingo, los hijos de Rath. El más mínimo trozo de hierba se convertía en un campo y, cuando se había puesto el sol, Klopp seguía jugando en el salón, tirándose sobre un sofá deteniendo tiros, o disparando a una portería diminuta que Norbert le había instalado. «La casa estaba siempre repleta de niños. Nuestra madre malcrió a Jürgen, hacía lo que fuera porque estuviese contento», cuenta su hermana, Isolde. Para que le cambiaran la pelota de cuero por una de gomaespuma fue necesario que rompiera un par de cristales de un armario. «Jugaba todo el día, hasta que se quedaba dormido debajo de la mesa en la que cenaban, rendido por el esfuerzo», ríe Ulrich Rath.

      En el polideportivo municipal utilizaban unas colchonetas azules como porterías, a falta de unas de verdad. Durante los setenta, Rath estableció una «hora deportiva» semanal para los chicos. «Hacíamos educación física, pero los chicos siempre querían jugar al fútbol», cuenta. Jürgen Klopp, al que apodaban Klopple (pequeño Klopp), solía ser el encargado de pedirle permiso a Herr Rath para jugar. «Jürgen era un buen jugador de tenis, pero siempre se sintió futbolista, en el fondo. Era rápido, dinámico y explosivo. Tenía que chutar a puerta cada balón, por mucho que alguno de los disparos se marchara desviado o muy alto. Su especialidad era el remate de cabeza. Durante unos cuantos partidos lo puse como líbero, pero no funcionó. Lo suyo era el ataque».

      «Fue de lo más idílico», le contó Klopp a SWR en el 2005. «En aquel pueblo, apenas éramos cinco o seis chicos [de mi edad], y formábamos el equipo de fútbol, el de tenis y el de esquí. Fue precioso, tuve una gran infancia».

      Ir al colegio no le suponía esfuerzo. Al menos, en el sentido más literal del término. Apenas tenía que cruzar la acera desde su casa para entrar en la escuela de primaria de Glatten. En tercero y cuarto, los hermanos Rath y él tenían que ir en autobús al pueblo de Neuneck, al sur. Corría un mito local, por entonces, sobre un burdel ilegal situado en el cuarto trasero de un pub. Pero todo intento de encontrar ese secreto templo rural del pecado resultó infructuoso para los fisgones escolares.

      «Jürgen no es que fuera un tío puntual al 100%, pero como compañero podías confiar en él al 1000 %», cuenta Hartmut Rath, padrino de Marc, el hijo de Klopp, que nació en 1988. Cuando no estaban dándole patadas a un balón los chicos se entretenían en construir maquetas y hacer puzles. Klopp tenía «una vena artística», añade. «Tenía un gran interés cultural y escuchaba muchos vinilos y casetes de artistas del cabaret». Su favorito era Fips Asmussen, un cómico de esos que te cuentan miles de chistes por minuto y con un humor que, al principio de su carrera, era mucho más político y satírico (además de mucho más divertido). «Jürgen era genial contando chistes, hacía que todo el mundo en clase se riera. Era extremadamente popular, el alma y el corazón de la clase», recuerda Hartmut Rath.

      Jürgen Klopp dice que si logró aprobar su Abitur (examen final de bachillerato) fue gracias a Hardy. Puede que sea exagerar un poco, pero Hartmut admite que su amigo —a quien se le daban de maravilla la lengua y el deporte, pero iba más flojo en ciencias— se aprovechó de estar a su lado mientras hacían los exámenes. «Por entonces era mucho más fácil copiarse», ríe el más joven de los hermanos Rath. Ambos fueron al Pro Gymnasium (escuela gramatical) de Dorfstetten, compartiendo clase desde octavo en adelante. Klopp había ido a la misma clase que Ingo Rath durante los dos primeros cursos, pero, luego, los profesores le aconsejaron que diese «una vuelta de honor» —así es como se conoce entre los escolares alemanes a tener que repetir curso—. «Tampoco es que el colegio fuera lo que más le importaba», sonríe Hartmut Rath. «Estaba mucho más interesado en el fútbol y las chicas». Pero era un buen chico, respetaba a sus profesores y casi nunca se metía en problemas. Hardy calcula que apenas pasaban por el aula de castigo una o dos veces al año.

      Pero había otros pecadillos que traían consigo su propio castigo. Con catorce años Klopp y sus amigos participaron en un torneo social de fútbol. Se suponía que para poder participar había que tener cumplidos los dieciséis años; pero como Norbert Klopp era uno de los organizadores, hicieron la vista gorda con ellos. No fue su mejor torneo, lo que no evitó que se llevaran a casa el premio de los vencedores —una botella de whisky—, porque el equipo ganador no se presentó a la entrega de trofeos. Jürgen y los Rath dieron buena cuenta, fuera del recinto, de ese botín tan poco merecido: llegaron a casa hechos unos zorros.

      El apodo de Klopple cambió rápidamente por el de Der Lange, el largo, en cuanto se convirtió en el más alto de la clase y el equipo. Después del décimo curso, Hardy y Klopp asistieron al Eduard-Spranger Wirtschaftsgymnasium de Freudenstadt para preparar el Abitur. Jürgen tuvo un scooter a los quince años y un par de 2CV —Ente (pato), como lo llaman los alemanes—, de esos de color rojo Burdeos. Robert Mongiatti, uno de los mejores amigos de Norbert Klopp, le arreglaba el coche frente a la casa familiar. Jürgen heredaría más tarde un VW Golf amarillo chillón que había pertenecido a su hermana Stefanie.

      Un compañero de clase solía invitar a los demás a estudiar en un cobertizo aislado que tenía en el jardín. Como es de esperar, no siempre se adherían al plan de estudios. Los adolescentes organizaban fiestas en el sótano de los Rath y en el garaje de Norbert Klopp, jugando a la botella. Si los padres de alguien se ausentaban de la casa, las parejas sacaban buen provecho de los dormitorios. Aunque los detalles no están del todo claros, es bastante probable que los morreos formaran parte de los repasos de lengua. La clase de Klopp fue a la ciudad de Port-sur-Saône durante un intercambio escolar, donde solo podían hablar en francés durante las dos semanas de estancia. Los chicos se lo pasaron tan bien en Borgoña que regresarían el siguiente verano para pasar las vacaciones en un camping.

      «Jürgen era quien lideraba las actividades sociales», dice Hartmut Rath. «Era extrovertido, formaba parte del grupo de teatro del colegio. Le interesaban un montón de cosas de lo más variadas, la gente decía que era muy abierto de miras». A menudo, discutía de manera acalorada sobre política con su padre, quien tenía una mentalidad mucho más conservadora.

      En 1998, tres semanas antes de jubilarse, Norbert Klopp enfermó. Cáncer de hígado. Los doctores le dieron una esperanza de vida de entre tres semanas y tres meses. Aquel diagnóstico fue todo un mazazo para la familia. Norbert siempre había llevado una vida sana, activa. No fumaba. «Ese cáncer no podrá conmigo», prometió.