es: estaba del todo claro que Jürgen, como director deportivo, estaba al mismo nivel que un director empresarial o de la persona a la que elegirías para dirigir tu negocio. Y esto lo dice alguien que se ha tirado veintisiete años de su vida como inversor, relacionándose con algunos de los mejores CEOs y directores de negocio de América y Europa. En ese punto, resultaba más que obvio que estábamos ante la persona adecuada. Así que decidimos hablar de números y en ese momento Jürgen pidió abandonar la reunión».
Mientras Kosicke se quedaba para negociar sus emolumentos, Klopp paseaba por Central Park. La caminata fue más larga de lo que esperaba. Al principio, ambas partes estaban bastante alejadas en cuanto a cifras, pero, por fin, encontraron un esbozo sobre el que alcanzar un acuerdo.
Cuando Klopp regresó a Alemania, Gordon le envió un mensaje de texto. «No hay palabras para describir lo emocionados que estamos», decía. En su respuesta, Klopp se disculpó por no tener, tampoco, el vocabulario adecuado. Pero sí que conocía una palabra que resumía a la perfección sus sentimientos: «¡¡¡¡¡Guaaaaaaaaaaaaauuuu!!!!!».
EN EL JUEGO DEL PADRE
Norbert Klopp abandonó el colegio en el verano de 1940. Su padre, Karl, empleado en las granjas y viñedos alrededor de la ciudad de Kirn, en la región de Renania-Palatinado, necesitaba que el niño —único chico en una familia con cuatro menores— comenzara a trabajar.
Atender los fértiles campos del sudoeste mantuvo con vida a los Klopp durante los años más oscuros de la historia de Alemania. Cuando el sol volvió a brillar, por fin, a partir de 1945, incluso el equipo de fútbol más famoso de la región, el 1. FC Kaiserslautern, dependía también de los productos locales para poder comer. Los diablos rojos, en cuyas filas estaba la superestrella Fritz Walter, prisionero de guerra recientemente liberado, disputaban docenas de amistosos contra vecinos de los pueblos a cambio de patatas y cebollas.
Norbert Klopp quería ser futbolista. ¿Quién no querría serlo? Durante la adolescencia había alcanzado una estatura de 1,91 metros, convirtiéndose en un sólido y ágil portero. Jugaba para el equipo local, el VfR Kirn, uno de los mejores de la región, y su incipiente talento era suficiente para que lo invitasen a hacer una prueba con el Kaiserslautern en 1952. «Me quedé de piedra», le contaría después el adolescente de dieciocho años a Ulrich Rath, amigo de la familia, «estaba en el mismo campo que todos esos jugadores legendarios…». El Lautern era la realeza. Habían logrado el campeonato alemán la temporada anterior y lo volverían a ganar en 1953. Cuatro de sus jugadores —Fritz Walter, Ottmar Walter, Werner Liebrich y Werner Kohlmeyer— alzarían la Copa del Mundo en Berna, en 1954.
Por mucho talento que tuviera, Klopp no estaba a ese nivel. De regreso en el VfR Kirn, que había ascendido hasta la primera división (dividida en regiones) enfrentándose a equipos como el Lautern y el Mainz 05, no pudo sacar de debajo de los palos a Alfred Hettfleisch, el portero titular. Como portero reserva Klopp era un Vertragsamateur (amateur con contrato). Este era un estatus contractual de reciente implantación, con el cual el profesionalismo llegaba a la Alemania Occidental a todos los efectos menos en el nominal. Pero ese escaso sueldo mensual, entre 40 y 75 marcos alemanes, hacía que los jugadores dependiesen en gran manera de las primas por puntos conseguidos (entre 10 y 40 marcos). Klopp tenía pocas oportunidades de llevarse una parte de esas primas pues, por aquel entonces, no estaba permitido hacer cambios, por lo que nunca pudo debutar con el primer equipo. Continuó en el equipo de reservas jugando contra otros amateurs, por pura diversión.
Karl Klopp insistía en que el chico debía «buscar un trabajo de verdad». Norbert entró como aprendiz en Müller y Meirer, una fábrica de pequeños objetos de cuero. Cerca de la mitad de la población de Kirn, unos 5000 habitantes, trabajaba en la industria del cuero y los curtidos a comienzos de la década de los 50, al tiempo que el milagro económico alemán hacía crecer rápidamente los estándares de vida. «Un artesano del cuero ganaba entre 250 y 300 marcos al mes; por entonces era un buen trabajo», cuenta Horst Dietz, de ochenta años, que trabajaba en el mismo departamento que Norbert Klopp, sentado en la fila detrás de la de este. Cada fila estaba compuesta por tres personas: un aprendiz, un «encolador» (normalmente una mujer joven), y un artesano; y cada nave contaba con unas veinte filas supervisadas por un controlador, situado frente a ellos. Era un trabajo a destajo: cada fila producía unas 100 carteras u objetos similares cada día, trabajando desde las 7:00 hasta las 17:00, con una hora de parón para comer.
El loft de la casa de Dietz en Kirn parece un pub deportivo. Camisetas enmarcadas y trofeos de sus días como jugador del VfR Kirn se alinean en las paredes; hay una foto suya con Franz Beckenbauer, una enorme pantalla para ver partidos en directo y una genuina barra de bar. De joven vivía en el campo, mientras que los Klopp vivían en el centro de la ciudad. Durante la semana laboral, Norbert solía llevarlo a su casa a comer. «Era como mi hermano mayor. Los Klopp eran muy conocidos, aunque su vida era de lo más normal», dice Dietz. «Entre sus principios estaba el trabajo duro». Si al final del turno quedaba algún artículo sin terminar se suponía que lo terminarías en tu casa. «Intentábamos que fueran nuestras abuelas quienes lo hicieran, porque con catorce, quince años, teníamos más ganas de ir tras las chicas y de salir por las tardes», sonríe. A diferencia de Klopp, que era tres años mayor que él, Dietz sí que consiguió entrar en el equipo titular del Kirn, como delantero, jugando durante varios años en la segunda división hasta que lo dejó por un empleo en la Coca-Cola. «Norbert era muy ambicioso, siempre quería llegar a lo más alto», recuerda Dietz. «Era muy osado, y no solo en el deporte. Era un tipo carismático que, allá donde fuera, conseguía ser siempre el centro de atención. Estaba lleno de energía y resultaba muy atractivo. Se podría decir que era un Don Juan. A menudo nos tirábamos el día entero hablando de fútbol».
En 1959, Norbert Klopp se mudó a la Selva Negra, a la ciudad de Dornhan, para trabajar en la cercana fábrica de cuero de Sola. Se unió al TSF Dornhan como jugador-entrenador, ocupando una gran cantidad de posiciones. Rath cuenta que sus disparos desde fuera del área levantaban pavor. Este elegante septuagenario —pelo gris engominado, ojos de mirada lúcida— había sido también toda una promesa futbolística, jugando en el equipo regional de Württemberg hasta que una triple fractura de pierna puso fin a su carrera deportiva. Ahora es el presidente de honor del SV Glatten.
Durante una boda en Dornharn —«por aquel entonces eran celebraciones públicas, no se necesitaba invitación para acudir», cuenta Dietz— Norbert conoció a Elisabeth «Lisbeth» Reich. La hija de la dueña de una cervecera era un buen braguetazo, añade Dietz. Tras su boda, en el otoño de 1960, Norbert Klopp comenzó a echar una mano en la empresa familiar Schwanen-Bräu, dirigida por su suegra, Helene Reich. El padre de Elisabeth había regresado de la guerra con un trozo de metralla alojado en la cabeza y murió poco después. El trabajo de Klopp en Schwanen-Bräu incluía ser el Festzeltmeister, la persona a cargo de montar las carpas cerveceras en las fiestas. El hermano de Elisabeth, Eugen, se puso al frente de la compañía hasta su cierre, en 1992.
Recién cumplidos los treinta, Klopp se reconvirtió a comercial, recibiendo clases nocturnas en la cercana Freudenstadt. Su nuevo empleo, como representante de Fischer, fabricante de sistemas de fijación, le hacía viajar por todo el sur de Alemania durante la semana. Alto, tranquilo y atractivo, Klopp «había nacido para vendedor», dice Rath. «Era simpático, sociable. Todo un animador que podía contar historias de todo tipo. Era capaz de hablar en suabo a la persona que tenía a su derecha y en perfecto alemán a la que tenía a la izquierda». Según decía la madre de Jürgen, Elisabeth, su marido era todo un orador: «No le costaba nada». «Era todo un maestro de la retórica», describe Isolde a su padre.
El padre de Martin Quast, quien también es de Kirn, conocía muy bien a Norbert Klopp. Jugaron juntos al balonmano a 11. «Me contaba que Norbert siempre estaba en el centro de todo. ‘‘Allá donde iba Norbert, siempre había risas’’. Cualquiera en Kirn que tuviera un mínimo interés deportivo lo conocía y se llevaba bien con él. Eso nos suena, ¿verdad?».
Norbert Klopp estaba obsesionado con su aspecto. «Se tiraba más tiempo en el cuarto de baño por las mañanas que nosotras tres», sonríe Isolde. «Siempre parecía