sus yernos y a un amigo a ver un partido de Jürgen con el Mainz 05. Lucía una camisa blanca, corbata y un jersey amarillo de cuello en V, «un poco al estilo de [el por entonces secretario de asuntos exteriores Hans-Dietrich] Genscher». Se detuvieron en una gasolinera, momento que Norbert aprovechó para pasar revista a la absolutamente inapropiada indumentaria de sus acompañantes: «el atuendo perfecto para ver un partido de fútbol en Mainz». Incluso en carnaval insistía en ciertos códigos de vestimenta: toda la familia se disfrazaría de payasos, con Jürgen, todavía echando los dientes, montado en un carrito. El señor Klopp se planchaba sus propias camisas y les cortaba el pelo a los niños. Las cejas de su hijo formaban una barrera natural que ni un milímetro de pelo podía traspasar. No afeitarse cuando correspondía estaba, igualmente, verboten (prohibido). «Norbert, que vestía de manera inmaculada en todo momento, solía discutir a veces con Jürgen por la ropa desenfadada y el estilo deportivo de este último», dice Rath. Una de las primeras cosas que su hermano hizo en cuanto se fue de casa fue «tirar a la basura la maquinilla de afeitar y el peine», añade Isolde.
Norbert consideraba importantísimo que sus hijos fueran testigos de los momentos históricos, como la llegada del hombre a la luna o los combates de Muhammad Ali. La familia se apiñaba en torno a un pequeño televisor en blanco y negro que había en el salón, reponiendo fuerzas con té y sándwiches. Si alguno de los niños se dormía, Norbert le metía un codazo hasta lograr que se despertara.
En apenas unos pocos años desde su llegada a Glatten, Norbert Klopp se había convertido en uno de sus deportistas más importantes. Jugó en el equipo de fútbol sénior del SV Glatten hasta que cumplió los cuarenta (mientras que sus hijos recogían las latas y envases vacíos que quedaban en la banda para ganarse unos pfenninge), entrenó al primer equipo durante una temporada y estuvo en el consejo directivo. Según le fueron pesando las piernas, su pasión por el tenis fue aumentando. Norbert fue crucial en la fundación de la sección de tenis del SV Glatten, así como para la construcción de una pista de tierra. De primeras, el club alquilaba una pista de cemento en una vieja cantera de Dornharn, después de que Klopp le pagara al reticente propietario la cantidad de 50 marcos para que este permitiera el acceso a los ciudadanos de Glatten. En invierno esquiaba con Ulrich Rath. A Isolde la llamaron así por la hermana de Rath.
Cada sábado, en honor al regreso al hogar del padre, se limpiaba la casa. Sin embargo, el pequeño Jürgen siempre hacía lo posible para librarse de esas tareas, diciéndole a sus hermanas que tenía que estudiar para el colegio. «Aunque, en realidad, lo que hacía era tirarse cómodamente en su cama, con la cabeza metida dentro de un libro», dice Isolde. Sus travesuras le recordaban a Emili Lönneberga, el rubio bromista de ojos azules de los libros infantiles escritos por Astrid Lindgren.
En una foto de su primer día de colegio se le puede ver con una tirita en una rodilla. Había salido corriendo de la casa, con el típico cucurucho de caramelo en una mano, y acabó tropezando. «¿Te das cuenta?», le regañó su padre de manera cariñosa, «si no hubieras corrido tanto no habrías aparecido en la fotografía con esa tirita». En otras ocasiones se cayó de su silla, haciéndose un corte en un párpado y se chocó contra un patinete, cortándose la nariz.
«El nacimiento de Jürgen fue un gran momento para Norbert», recuerda Rath. «Por fin tenía un auténtico deportista con el que compartir sus pasiones». La presión que ejercía sobre sus hijas para que se entregasen al deporte en cuerpo y alma desapareció, casi inmediatamente, en cuanto Jürgen vino al mundo. Por fin tuvieron tiempo para dedicarse a sus propios intereses, como el ballet y la música. Elisabeth, una cariñosa y tranquila madre que decidió que sus hijos tenían que ser protestantes como ella (Norbert era católico), tuvo que hacer malabares para adaptarse a todas las actividades de sus hijos.
Norbert era el monitor personal de su hijo en fútbol, tenis y esquí, y lo sometía a un régimen ultracompetitivo. «A primera hora de la mañana, lloviera o luciera el sol, me ponía en la banda del campo, me daba la salida, dándome un poco de ventaja, y después salía corriendo hasta adelantarme», contaba Jürgen Klopp en Abendblatt, en 2009. «Aquello estaba a años luz de resultar divertido». Aquel ejercicio se repitió, semana tras semana, hasta que Klopp fue más rápido que su padre. Norbert también lo apuntó al club de atletismo para hacerle mejorar sus capacidades físicas. Además, Jürgen se tiraba horas practicando los remates de cabeza, tal cual hiciera Isolde antes que él.
A los seis años entró al equipo de categoría «E» (benjamines, menos de 11 años) del SV Glatten, puesto en marcha, nuevamente, por el entrenador Ulrich Rath en 1973. En su primer partido Jürgen recibió una entrada, dando una voltereta involuntaria y rompiéndose la clavícula por el impacto. «La semana siguiente volvió al campo, con el brazo en cabestrillo, observando con desasosiego a sus compañeros desde la banda, corriendo cada vez que un balón salía del campo, para involucrarse de alguna manera en el partido», dice Rath. «Eso mostraba el interés que sentía».
Conduciendo a su visitante unos pocos peldaños más abajo, lo adentra un poco más en la historia local. El sótano de Rath es un santuario del SV Glatten. Como no puede ser de otra manera, el lugar de honor lo ocupa el equipo infantil en el que jugaban sus dos hijos y Jürgen Klopp; su tercer hijo, el hijo de todo Glatten. A Rath le disgusta, todavía, que la prensa se refiera a Klopp como Stuttgarter: «¡Pero si apenas estuvo una semana ahí, los primeros días nada más nacer!», sacude la cabeza mientras saca una fotografía. En esta, todos tienen nueve años y aparecen celebrando la conquista de un título en un torneo regional celebrado en Pfingsten, Pentecostés. Klopp, el delantero del equipo, diría más tarde, burlándose de sí mismo, que fue el único trofeo que logró como jugador. Desde entonces, cientos de futbolistas aficionados han ganado el trofeo Klopp, pero solo unos pocos son conscientes de ello. Fue idea de Norbert Klopp, recuerda Rath, improvisar un premio para el vencedor del torneo inaugural del abierto de Glatten en 1977: cogió una de las botas de fútbol de su hijo, la pintó con espray dorado y la pegó sobre una caja de madera.
Aquel mismo año, el Stuttgarter Kicker alevín acudió a Glatten a disputar un amistoso. Los chicos de la capital de Baden-Württemberg llegaron con sus tiendas de campaña y durmieron en los bosques cercanos, donde encendieron unas hogueras para asar cerdo. Aquel momento es muy recordado por un rafting que hicieron en el Gumpen, lugar en el que se juntan los ríos Glatt y Lauter. Muchos de los jugadores del Kicker se fueron al agua, entre ellos alguien que acabaría alzando la Copa de Europa. Robert Prosinečki, el que más tarde sería medio centro creativo del Estrella Roja de Belgrado y de la selección yugoslava/croata, jugaba con los suabos por aquel entonces, aunque acabaron considerando que no era lo suficientemente bueno. Regresaría a Zagreb dos años después, con diez años de edad.
Jürgen, como la mayoría de chicos de la región, era hincha del equipo rival —y de más éxito— de los Kickers: el VfB Stuttgart. Se presentó a una prueba para la cantera de ese equipo, con poco éxito, pero le regalaron un chándal rojo, el cual portó con orgullo hasta que Stefanie se lo destrozó en un incidente con la plancha. Puede que, en un intento de intentar arreglar aquella tragedia, su abuela, Anna, le tejió una estupenda sudadera blanca con un aro rojo y un número «4» a la espalda, el número de su jugador favorito, el internacional por la República Federal Alemana Karl-Heinz Förster. Lo lucía cuando asistía al Neckarstadion con sus amigos y su familia.
Klopp admiraba la calma que exhibía el duro central cuando se encontraba bajo presión, además de su gran dedicación. «Con el tiempo nos dimos cuenta de que teníamos los mismos ídolos deportivos», cuenta Martin Quast. «Förster, un hombre de gran visión estratégica, y Boris Becker, que era puro impulso y emociones. Kloppo me contó una vez que, si no le hubiera ido bien en el fútbol, habría sido uno de los ultras que pueblan las gradas y habría hecho que le implantaran un aro rojo en el pecho». Aun así, es posible que su amor por el VfB se fuera calmando un poco con los años. A Ulrich Rath le brotan las lágrimas al recordar el día en el que Klopp, entrenador del Mainz 05, se zafó de los entrometidos miembros de la seguridad y saltó sobre una valla publicitaria en el estadio del Stuttgart, en busca del grupo que formaban sus viejos amigos llegados de Glatten, que presenciaban el partido en la Untertürckheimer Kurve. «Le dije, ‘‘Jürgen, tengo un dilema, hay dos corazones latiendo en mi pecho. Uno lo hace por el VfB, el