como el Mainz por uno de los pesos pesados de la historia de la liga. «Tampoco es que fuéramos de fiesta en fiesta en Mainz», sonrió. «Trabajábamos con mucha disciplina. Me siento más que preparado».
Por la ciudad corrieron los rumores de que, tanto algunos de los patrocinadores como algunas de las compañías involucradas en la reestructuración de la deuda del club hubieran preferido a un entrenador más sofisticado, un gran nombre con tirón internacional.
Puede que fuera por eso, para calmar los recelos, por lo que Klopp se puso chaqueta en la sala de prensa. Pero nada de corbata. «En secreto, sin hacer mucho ruido, ha trabajado durante los últimos meses para refinar su vestuario», publicó el Frankfurter Allgemeine Sonntags-Zeitung. Pero su indomable retórica era todo un homenaje al tan arraigado amor por el fútbol como entretenimiento visceral, como forma de identidad y experiencia casi religiosa tan típicos de esa región de clase trabajadora.
«Siempre hay que intentar hacer feliz a la gente, jugar con un estilo reconocible», prometió. «Cuando los partidos son aburridos, pierden toda lógica. Mis equipos nunca han jugado al ajedrez sobre el campo. Espero que podamos contemplar algo de juego rápido por aquí. No siempre lucirá el sol en Dortmund, pero tenemos la oportunidad de hacer que luzca más a menudo». Freddie Röckenhaus, periodista del Süddeutsche Zeitung que seguía al BVB, quedó muy impresionado con ese optimismo. «Si Klopp es capaz de dirigir al equipo tan bien como deja titulares, el Dortmund estará preparado para la Champions League muy pronto», escribió. «Le han bastado cuarenta y cinco minutos de su contagiosa verborrea para hacer que los hinchas del BVB se pongan en pie. Si alguna vez ha habido un entrenador cuya mentalidad casara tan bien con las pasiones que levanta el fútbol en el área del Ruhr, ese es Klopp». Y esa excitación no solo se ceñía a los seguidores del Borussia.
En la página web personal de Klopp un usuario dejó patente su aprobación. «Es fantástico que haya fichado por el BVB», escribió. «No es mi equipo, para nada, pero soy dueño de un buen número de sus acciones. Dada la confianza que tengo puesta en usted, y lo seguro que estoy de su pericia, no veo el momento de que mis bolsillos comiencen a llenarse de dinero». La confianza de aquel inversor anónimo resultó más que justificada. El precio de las acciones del Dortmund se incrementó en un 132 por ciento: de los 1,59 euros por acción de mayo de 2008 a los 3,70 euros el día en el que Klopp abandonó el club, justo siete años después.
EL CAMINO QUE LLEVA A ANFIELD
2012-2015
El 11 de abril de 2014 a las 22:00 Jürgen Klopp quedó con Hans-Joachim Watzke para tomar algo en el Hotel Park Hilton de Múnich y comunicarle que había tomado una decisión. No se iba a ningún lado.
Al arrancar aquel mismo día, antes de que el equipo saliera rumbo a un partido como visitante en el Allianz Arena del Bayern, el entrenador del Borussia Dortmund seguía sin decidirse. Había recibido una oferta tentadora y muy lucrativa desde el noroeste de Inglaterra, la oportunidad de tomar las riendas y revolucionar uno de los mayores clubes del mundo. «Primero nos reunimos en mi cocina», cuenta Watzke. «Sin entrar en detalles, fue una conversación interesante. Creo que dejó su huella, porque, en el avión, me dijo que teníamos que hablar otra vez aquella misma tarde. Yo me había comprometido a cenar con mi hija, que vivía en Múnich, así que solo me fue posible verlo a las 22:00. Directamente, me dijo: ‘‘No aguanto más esta presión. Les he dicho que no’’».
No mucho antes, Ed Woodward, vicepresidente ejecutivo del Manchester United, había volado a Alemania para reunirse con Klopp. La corta aventura de David Moyes en Old Trafford tocaba a su fin y Klopp era el favorito del United para reemplazarlo, para devolverle al juego de los diablos rojos su espíritu intrépido. Woodward le dijo a Klopp que el Teatro de los Sueños era «una suerte de Disneylandia en versión adultos», un lugar mítico en el que, tal y como sugería su apelativo, el espectáculo al que se asistía era de clase mundial y los sueños se hacían realidad. A Klopp no le convenció ese tono comercial —a un amigo le contaría que lo encontró «poco sexy»—, pero tampoco rechazó la proposición de manera directa. Tras casi seis años de trabajo en el Dortmund este podría ser el momento perfecto para cambiar de aires.
Conocedor del interés del United, Watzke intentó convencer a Klopp de que cumpliese su contrato, el cual habían ampliado hasta 2018 el otoño anterior. Dándose cuenta del conflicto que se libraba en el interior del entrenador, de cuarenta y seis años, Watzke cambió de táctica y optó por una estrategia más arriesgada. Aprovechando la confianza mutua y una conexión que había trascendido los negocios para convertirse en amistad, le dijo que no se opondría si quería irse al Manchester United. Tras darle algunas vueltas —y tras aquella conversación en la mesa de la cocina de Watzke— el entrenador del BVB llegó a la conclusión de que su trabajo en el Signal Iduna Park todavía no había concluido.
Pero en el United sentían que todavía era posible seducirlo. Cuando a Moyes le enseñaron la puerta de salida el 22 de abril, algo que hacía tiempo que era inevitable, los corredores de apuestas no dudaron en considerarlo el favorito para suceder al escocés. Los incesantes rumores que cruzaban el Reino Unido obligaron al suabo a publicar un comunicado en el Guardian del día siguiente y acabar con las especulaciones. «El Man. Utd es un grandísimo club y estoy muy familiarizado con su maravillosa afición», decía, «pero mi compromiso con el Borussia Dortmund y su masa social es inquebrantable».
Aun así, Klopp siguió levantando interés en la Premier League. Seis meses después de que hubiera rechazado a Woodward, el club vecino y rival del Manchester United, el Manchester City, realizó un acercamiento. También el Tottenham Hotspurs se interesó por sus servicios. A su vez, Klopp aprovechaba una entrevista realizada en BT Sport previa al partido de la Champions League que enfrentaría al Borussia Dortmund y al Arsenal, para anunciar sus intenciones a largo plazo. Preguntado si una vez que sus días en el Borussia tocaran a su fin vendría a Inglaterra, la respuesta no dejó lugar a dudas. «Creo que es el único país en el que podría trabajar, después de Alemania», asintió, «porque es el único país cuya lengua conozco un poco. Y necesito el idioma para poder desempeñar mi trabajo. Así que, ya veremos. Si alguien me llama, entonces hablaremos».
Como dice Watzke, había enviado su mensaje, alto y claro. El Dortmund atravesaba su primera —y única— mala temporada liguera desde que Klopp se hiciera con las riendas y, de repente, tomar rumbo a un clima más húmedo le debió de parecer mucho más atractivo que antes. Watzke: «Nuestra temporada ya se había ido por el sumidero y tuvimos esa sensación tan característica… Yo tenía muy claro que, después del Borussia, él no iría a ningún otro equipo alemán, sería incapaz de hacer algo así. Siempre dijo que no estudió inglés, pero estoy del todo seguro de que le sacó algo de brillo. Me di cuenta de que lo había hecho. Resultaba obvio que iría a la Premier League. Es donde mejor encaja su manera de jugar».
Romántico empedernido del fútbol, Klopp siempre fue un reconocido admirador de ese tipo de fútbol tan auténtico y libre de ataduras que se practica al otro lado del canal. Durante una concentración invernal en España siendo entrenador del Mainz, en 2007, devoró Fiebre en las Gradas, de Nick Hornby (además de perseguir a una lagartija por toda su habitación armado de su cepillo de dientes y frente a un equipo de televisión); en gran medida, su idea de fútbol físico y apasionado, además de ese empeño en que sus equipos se alimenten de la energía que emana de una grada llena de aficionados, provienen del país en el que nació este deporte. Tanto en Mainz como en Dortmund, los aficionados son capaces de entonar una aceptable versión del You'll Never Walk Alone, conjurando una atmósfera febril que se inspira, claramente, en las (idealizadas) tradiciones inglesas. «Me encanta eso que en Alemania llamamos «Englischer Fußball»: un día de lluvia, con el campo pesado, todo el mundo cubierto de barro hasta las orejas e incapaces de volver a jugar hasta dentro de cuatro semanas cuando termina el partido», le contó al Guardian en 2013. Aquel año, su joven Dortmund se había colado en la elite de la competición europea, aplastando todo a su paso rumbo a la final de la Champions League, mientras que él paseaba su gorra de beisbol con la palabra «Pöhler»: término jergal de la zona del Ruhr que describe