Mijaíl Bulgákov

El maestro y Margarita


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que pensaba hacer a la noche en el Varieté.

      Stiopa dejó el teléfono y, al darse vuelta, pudo divisar con claridad en el espejo del vestíbulo, que la perezosa Grunia no limpiaba hacía mucho, a un sujeto extraño, con quevedos y largo como una vara. ¡Ay, si tan sólo hubiera estado allí Iván Nikoláievich! ¡Lo habría reconocido de inmediato! El sujeto, luego de dejarse ver en el reflejo, desapareció sin dejar rastro. Stiopa volvió a mirar hacia el fondo del vestíbulo y otra vez sintió un mareo, porque en el espejo podía verse ahora el reflejo de un gigantesco gato negro, que también desapareció un instante después.

      Stiopa se tambaleó y se le hundió el corazón.

      “Pero ¿qué es esto? —pensó—. ¿No me estaré volviendo loco? ¿De dónde salen estos espejismos?”. Miró hacia el vestíbulo y gritó asustado:

      —¡Grunia! ¿Qué es ese gato que deambula por acá? ¿De dónde ha salido? ¿Y con quién está?

      —No se preocupe, Stepán Bogdánovich —replicó una voz, pero no era la de Grunia, sino la del huésped desde el dormitorio—. Ese gato es mío. No se ponga nervioso. Grunia no está; la mandé a Voróniezh, su ciudad natal, pues se quejaba de que usted hacía tiempo que no le daba vacaciones.

      Estas palabras fueron tan inesperadas y absurdas, que Stiopa pensó que había oído mal. Consternado, corrió hacia el dormitorio y se quedó petrificado junto a la puerta. Sus cabellos se erizaron y en su frente aparecieron pequeñas gotas de sudor.

      El huésped seguía en el dormitorio, pero ya no estaba solo. En el segundo sillón estaba sentado el sujeto que se le había aparecido en el vestíbulo. Ahora se lo veía claro: los bigotes como plumas, en sus quevedos un cristal brillaba y el otro faltaba. Pero en la habitación había cosas aún peores. En el puf de la joyera, con actitud insolente, reposaba alguien más, a saber: un gato negro de dimensiones monstruosas que, en una de las patas, sostenía una copa de vodka, y en la otra, un tenedor, con el que había alcanzado a ensartar una seta marinada.

      La luz, ya de por sí débil en la habitación, se empezó a apagar del todo en los ojos de Stiopa. “¡Entonces así es como uno se vuelve loco!”, pensó, agarrándose del marco de la puerta.

      —Veo que está usted algo sorprendido, queridísimo Stepán Bogdánovich —le dijo Woland a Stiopa, a quien le castañeteaban los dientes—. Sin embargo, no hay de qué asombrarse. Este es mi séquito.

      En ese momento, el gato se bebió el vodka y la mano de Stiopa se deslizó por el marco.

      —Y mi séquito necesita espacio —continuaba Woland—, así que hay alguien que está de más en este departamento. ¡Y me parece que el que sobra es usted!

      —¡Son ellos! ¡Son ellos! —canturreó con voz de cabra el sujeto largo y a cuadros, refiriéndose a Stiopa en plural—. Es más, ellos se están comportando como cerdos últimamente. Se emborrachan, entablan relaciones con mujeres, aprovechando su posición, y no hacen un cuerno, ni tampoco pueden hacerlo, dado que no tienen ni idea de cómo realizar las tareas que les asignan. ¡Les toman el pelo a las autoridades!

      —¡Y hace uso personal de un vehículo de propiedad pública! —resopló el gato, masticando la seta.

      Entonces se produjo la cuarta y última aparición, justo en el momento en que Stiopa, ya por el suelo, arañaba el marco con su flácida mano.

      Del espejo salió un hombrecillo pequeño, pero extraordinariamente ancho de hombros, con un sombrero en la cabeza y un colmillo que le sobresalía de la boca, afeando aún más una cara ya de por sí repugnante. Y, para colmo, era pelirrojo como el fuego.

      —Yo —Se sumó a la conversación el nuevo sujeto— no logro siquiera entender cómo es que ha llegado a director —La voz del pelirrojo se volvía cada vez más gangosa—. ¡Si él es director, yo soy obispo!

      —Es lo que yo digo —dijo con voz gangosa el pelirrojo, y, dirigiéndose a Woland, agregó cortés—: messire, ¿me permite echarlo de Moscú y mandarlo al demonio?

      —¡Fuera! —vociferó de repente el gato, erizando el pelaje.

      Entonces la habitación comenzó a girar alrededor de Stiopa, su cabeza golpeó contra el marco y, ya perdiendo el conocimiento, pensó: “Me estoy muriendo…”.

      Pero no murió. Entreabrió los ojos y sintió que estaba sentado sobre algo de piedra. A su alrededor se oía un sonido. Cuando abrió los ojos del todo, se dio cuenta de que el sonido era del mar y, más aún, de que una ola le envolvía los pies. En resumen, estaba sentado al borde de un muelle; a lo alto brillaba un cielo celeste y a sus espaldas había una ciudad blanca sobre las montañas.

      Sin saber cómo se suele actuar en tales casos, Stiopa se incorporó sobre sus piernas temblorosas y empezó a caminar por el muelle en dirección a la orilla.

      Un hombre que estaba en el muelle, fumando y escupiendo al mar, le clavó una mirada torva y dejó de escupir. Entonces Stiopa hizo la siguiente jugada: se arrodilló ante aquel fumador desconocido y pronunció:

      —Dígame, se lo suplico: ¿qué ciudad es esta?

      —¡Caramba! —dijo el desalmado fumador.

      —No estoy borracho —respondió Stiopa con voz ronca—; estoy enfermo, algo me pasa, estoy enfermo… ¿Dónde estoy? ¿Qué ciudad es esta…?

      —Bueno, es Yalta…

      Stiopa suspiró despacio, cayó hacia un costado y se golpeó la cabeza contra la piedra caliente del muelle.

      1 Stiopa: diminutivo de Stepán. [N. de la T.]

      2 Según la tradición rusa, luego de beber una copa de vodka se suele comer un bocado. [N. de la T.]

      3 El nombre de Azazello proviene de Azazel, ángel caído o demonio que es mencionado en la Biblia y en la Cábala y en el libro apócrifo de Enoch. Según este último, enseñó a los hombres cómo forjar las armas de guerra, y a las mujeres, cómo hacer y utilizar los cosméticos. [N. de la T.]

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