H. P. Blavatsky

El holograma esotérico


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universal. Si el siete no tiene nexo alguno con los misterios del universo y de los seres humanos, entonces, a partir de los Vedas hasta la Biblia, todas las escrituras arcaicas: los Puranas, el Avesta y los fragmentos que nos han alcanzado, no tienen significado esotérico alguno y deben considerarse como lo hacen los orientalistas: un conjunto de cuentos infantiles.

      Es verdad que los tres upadhis del Taraka Raja Yoga son: “los mejores y los más simples”, según la explicación de Subba Row en su breve artículo: “La división septenaria en diferentes sistemas indos”; pero esto sólo en el Yoga puramente contemplativo. Y Subba Row agrega: “Aunque hay siete principios en el hombre, existen sólo tres upadhis distintos, en cada uno de los cuales su Atma puede trabajar independientemente del resto. El adepto puede separar estos tres upadhis sin matarse a sí mismo. Él no puede separar los siete principios, el uno del otro, sin destruir su constitución”. Decididamente no puede. Esto es válido sólo con respecto a sus tres principios inferiores: el cuerpo, su prana y linga sarira (que en vida) son inseparables. El resto puede ser separado por no constituir una necesidad vital, sino mental y espiritual. En lo referente a lo que Subba Row observa en el mismo artículo, objetando al hecho que el cuarto principio “está incluido en el tercer kosa, pues dicho principio es únicamente un vehículo del poder de la voluntad, que es sólo una energía de la mente”, le contesto que así es. Sin embargo, como los atributos superiores del quinto, (Manas), constituyen a la tríada original y sólo las energías, los sentimientos y los deseos terrestres son los que quedan en Kama loka, pregunto: ¿qué es el vehículo, la forma astral, que los transporta como bhoota hasta que desaparecen, lo cual puede tardar siglos? ¿Puede la “falsa” personalidad o el pisacha, cuyo ego está constituido, precisamente, de todas estas pasiones y sentimientos terrenales, quedar en Kama loka y, ocasionalmente, aparecer sin un vehículo sustancial, por etéreo que sea? ¿O deberíamos, quizá, abandonar los siete principios y la creencia de que existe algo como un cuerpo astral y un bhoot o un fantasma?

      Por supuesto que no. Pues, el mismo Subba Row explica, una vez más, cómo, desde el punto de vista hindú, el quinto inferior o Manas puede reaparecer después de la muerte, observando, muy exactamente, que es absurdo llamarlo un espíritu desencarnado. Pues, como él mismo dice: “es simplemente un poder o fuerza que conserva las impresiones de los pensamientos o las ideas del individuo en cuya composición entró originalmente. A veces llama en su ayuda al poder Kamarupa, creando para sí alguna forma particular etérea”.

      Ahora bien, esto que: “a veces llama en su ayuda” a Kamarupa y el “poder” homólogo, ya constituyen dos principios y podríamos llamarlos dos “poderes.” Después tenemos a Atma y a su vehículo, Buddhi, cuyo total es cuatro. Con los tres que han desaparecido en la tierra, obtenemos siete. ¿Cómo podemos, entonces, hablar del espiritismo moderno, de sus materializaciones y de otros fenómenos, sin recurrir al septenario?

      Vamos a citar a nuestro amigo y hermano, muy respetado, por última vez, pues él dice que: “nuestros filósofos arios han asociado siete poderes ocultos con los siete principios (en el hombre y en el kosmos) y estos siete poderes ocultos corresponden o son las contrapartes, en el microcosmo, de los poderes ocultos en el macrocosmo”, una frase muy esotérica. Es casi una lástima que las palabras inoportunas pronunciadas en una conferencia, por interesante que sea, se hayan publicado sin revisión.

      H. P. Blavatsky

      Reclasificación de los principios

      En la revista Theosophist del mes de mayo de 1887, encuentro la primera parte de un largo artículo explicativo de Subba Row, en el cual se ha tomado la molestia de analizar, minuciosamente, casi todo lo que he escrito en los últimos diez años sobre el asunto en cuestión.

      Mi primer pensamiento fue el de no contestar a su “respuesta”. Sin embargo, después de volverla a leer detenidamente, he llegado a la conclusión que no sería prudente hacer esto. El artículo al cual me refiero es un manifiesto y ya no puedo sostener la impresión de que era sólo un aparente desacuerdo. Estos miembros y exmiembros de nuestra Sociedad que se han regocijado en las observaciones de Subba Row, han deducido que ellos tenían razón y yo no. Puesto que no admito, por lo menos en nuestro caso, que “una casa dividida en lucha consigo misma” debe caer, pues la Sociedad Teosófica nunca podrá caer mientras que sus cimientos sean fuertes, considero que este desacuerdo, aunque real, no tiene gran importancia ni es vital. Sin embargo, si no contestara a las censuras en cuestión, se deduciría, inmediatamente, que los argumentos me habían callado o, peor aún, que había expuesto una doctrina infundada.

      Antes de decir algo más sobre el tema principal, debo expresar mi sorpresa al constatar que el letrado autor hacía constante referencia a mí como su “crítica.” Nunca lo he criticado, ni sus enseñanzas, ya sean orales o escritas. Simplemente lamenté notar en la revista Theosophist, palabras calculadas, como pensé entonces, para crear falsas impresiones. La posición asumida por el orador de las conferencias sobre el “Bhagavad Gita” fue inesperada y también inédita para mí, y mis observaciones se proponían ser las más amistosas posible. Tampoco ahora soy inducida a escribir por otros sentimientos. Puedo sólo lamentar y nada más, que estos nuevos desarrollos de ideas surjan ahora, después de siete años de acuerdo tácito, si no efectivo.

      Tampoco encuentro, en la página 450 de la revista Theosophist del mes de abril, algo que implique, incluso remotamente y, aún menos, “probablemente”, que apruebo los puntos de vista según los cuales “la enseñanza original había sido criticada”. Simplemente dije que: “algunos (teósofos) argumentaron que parecía una crítica.” En cuanto a mí, siento demasiada reverencia por los maestros “originales” a fin de admitir que algo que se diga o se haga, pueda ser, jamás, “una crítica” de sus enseñanzas. Sin embargo, si se me considera, personalmente, como “la que expuso esto originalmente”, no puede haber crítica alguna. En el peor de los casos es un desacuerdo de opiniones personales. En la Sociedad Teosófica cada uno es libre de expresar plenamente sus ideas; yo también, entre el resto, especialmente cuando sé que estas opiniones son las del esoterismo trans–himaláyico, si no del brahmanismo cis–himaláyico, como se me dice claramente ahora, por primera vez. Por lo tanto, las siguientes palabras que escribí en la nota no se dirigían a Subba Row: “por supuesto, los que no se adhieren a la antigua escuela de adeptos arios arhat, no están para nada obligados a adoptar la clasificación septenaria”. Estas palabras se aplican, muy inocentemente y según lo que yo pensé, libremente, a cada miembro de nuestra Asociación. El por qué mi amigo T. Subba Row las haya aplicado a sí mismo es una de esas combinaciones misteriosas, indudablemente desenvueltas por mi karma y traspasa mi comprensión. Esperar que un brahmino, un vedantino (ya sea ocultista o no), acepte, en su significado literal, las doctrinas de los adeptos buddhistas (aunque arios), es como esperar que un cabalista occidental, un israelita por nacimiento y por manera de pensar, se adhiera a Buddha y no a Moisés. Acusarme, basándose en esto, de dogmatismo y de un deseo de desarrollar: “un credo ortodoxo” de las doctrinas que he tratado de explicar a quienes están interesados en el ocultismo buddhista, es bastante duro. Todo lo anterior me obliga a dilucidar mi posición pasada y presente. Puesto que la segunda porción de la respuesta de Subba Row difícilmente contendrá acusaciones más intensas de las que se hallan en la primera, pido el permiso de afirmar que:

      a. Ni los “fragmentos de verdades ocultas” originales, ni siquiera “el buddhismo esotérico”, se proponían exponer la filosofía brahmánica, sino la de los arhats trans–himaláyicos, como afirma correctamente Subba Row en su artículo: “El brahmanismo sobre el principio septenario en el hombre”, “es extremadamente difícil mostrar (¡a la profana H.P.B!), si es que los tibetanos derivaron su doctrina de los antiguos rishis de la India o si los brahminos antiguos aprendieron su ciencia oculta de los adeptos del Tíbet o si los adeptos de ambos países profesaron, originalmente, la misma doctrina, derivándola de una fuente común [...] Cualquiera que sea el caso, los antiguos adeptos de la India aprendieron el conocimiento de los poderes ocultos de la naturaleza poseído por los habitantes de la Atlántida