Teresa Torralva

Saber acompañar


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es sumamente importante para poder acceder al mejor tratamiento.

      Ahora vamos a desarrollar las características de algunas de las enfermedades o condiciones que vemos más frecuentemente en nuestras consultas.

      Trastornos del ánimo

      Los trastornos afectivos son enfermedades de origen biológico que afectan nuestra habilidad de experimentar estados de ánimo normales. Se caracterizan por los cambios del estado de ánimo persistentes (gran parte del día) y duraderos (días, semanas o meses) que se acentúan a tal punto que producen repercusiones negativas y alteraciones en el nivel de funcionamiento general (físico, psíquico y social). El más frecuente es el llamado trastorno depresivo mayor.

      El trastorno depresivo mayor puede representar un serio problema de salud, ya que genera sufrimiento y entorpece la realización vocacional, el cumplimiento de proyectos y hasta la capacidad de cubrir las necesidades básicas. Quienes lo padecen atraviesan períodos de tristeza e irritabilidad, pérdida del interés y del placer por las cosas que antes le generaban motivación, dificultad para atender y concentrarse, disminución del nivel de energía, alteraciones en el sueño y el apetito, enlentecimiento psicomotriz, entre otros signos y síntomas.

      A la hora de reconocer los síntomas es fundamental saber que la depresión no es una fluctuación anímica normal frente a situaciones que nos angustian, sino una fluctuación sostenida en el tiempo y que provoca un deterioro funcional considerable en quien la padece. Puede ser medida a través de un espectro de severidad: existen cuadros leves, moderados y severos.

      Si bien no se puede determinar una causa para la depresión, se describen múltiples factores que aumentan el riesgo de padecerla. Entre ellos se encuentran los factores genéticos, las características predisponentes de la personalidad y todo tipo de eventos ambientales estresantes (tales como: el abuso sexual, dificultades socioeconómicas, escasa red social y familiar o pérdida de seres queridos). Las enfermedades crónicas, como las cardiopatías, el cáncer o cualquier condición que produzca dolor crónico, también aumentan el riesgo de padecer depresión; así como el abuso de alcohol y otras sustancias.

      Este es un cuadro muy frecuente en nuestra sociedad. Al presente continúa creciendo el número de afectados y representa una de las principales causas de discapacidad alrededor del mundo, en particular en países latinoamericanos.

      Trastornos de ansiedad

      Los trastornos de ansiedad son el grupo de mayor prevalencia en Latinoamérica, y representa alrededor del 13 % de la población, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS). No resulta novedoso saber que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos estado preocupados o temerosos por algún motivo, pues ambas sensaciones y respuestas son esperables y surgen incluso como una estrategia para anticiparnos a un futuro daño. La preocupación nos acompaña en situaciones típicas como el trabajo, un examen, el momento previo a una decisión importante, el inicio de nuevos proyectos, etc.

      La ansiedad, sin embargo, es una respuesta emocional displacentera y subjetiva provocada por el miedo. Cuando la ansiedad sobrepasa las posibilidades de adaptación puede volverse patológica y afectar nuestra cotidianeidad, configurando un desorden. Los desórdenes de ansiedad pueden presentarse con distintas particularidades. Los más frecuentes son: la ansiedad generalizada, la crisis de pánico y las fobias específicas.

      En la ansiedad generalizada aparecen preocupaciones excesivas. Si bien la preocupación es habitual en la vida (por el dinero, la familia, el trabajo y la salud), quienes padecen de ansiedad generalizada están extremadamente preocupados por estos temas, incluso cuando no hay justificación para estarlo. Esto les genera dificultades para controlar su ansiedad y focalizarse. Algunos de los síntomas asociados son: inquietud, fatiga, dificultad para concentrarse, irritabilidad, tensión muscular y trastornos del sueño (uno de los grandes motivos que llevan a la consulta). La prevalencia del trastorno de ansiedad generalizada se estima alrededor del 2 % según la OPS, y suele afectar más a mujeres que a hombres y a adultos mayores.

      La crisis de pánico es un episodio de miedo intenso que surge de manera espontánea. Quien lo padece queda sometido en forma inmediata a una intensa sensación de pérdida de control, acompañada de síntomas físicos como: incremento de la frecuencia respiratoria, sudoración, náuseas, dolor u opresión en el pecho, temblor, sensación de calor, mareos, sequedad de boca, dolor de estómago; junto a pensamientos catastróficos (que tienden a interpretar lo que se está percibiendo) como: “estoy descomponiéndome, estoy muriendo, estoy teniendo un infarto”, entre otros. La crisis dura entre 5 y 20 minutos, se presenta de manera recurrente, y entre los episodios se suele tener miedo a volver a padecerlos. Aunque no hay pruebas específicas de laboratorio o radiográficas para hacer su diagnóstico, es necesario descartar otras patologías físicas que tengan síntomas similares, como por ejemplo: infarto cardíaco, hipertiroidismo, síndrome del intestino irritable y asma.

      Cuando hablamos de fobias específicas nos referimos a un miedo determinado, exacerbado y que anula nuestra capacidad de actuar. La persona afectada experimenta un elevado grado de ansiedad cuando se expone al objeto que le provoca la fobia. Incluso puede presentar reacciones físicas, como sequedad de boca, mareos, palpitaciones, náuseas y sensación de desmayarse. Las fobias son claramente diferentes de un “miedo normal”. Comienzan en la niñez, y son persistentes debido a que solo un bajo porcentaje de las personas afectadas buscan tratamiento. Las más prevalentes son la fobia a las alturas, a las tormentas, al agua, a volar, a las multitudes, a los espacios cerrados, a la sangre, a los dentistas y a los hospitales. Como se puede observar, suelen ser estímulos y situaciones a las que nos enfrentamos a diario, de ahí lo inhabilitante de las fobias. Afortunadamente, existen tratamientos con alto grado de efectividad para este tipo de desórdenes.

      Enfermedades neurológicas

      Tal como mencionamos anteriormente, otra causa frecuente de consulta son los síntomas afectivos, ansiosos, psicóticos, cognitivos o conductuales secundarios a enfermedades neurológicas. Estos tienen un gran impacto en el bienestar y la calidad de vida de quienes los padecen como de su entorno.

      Un ejemplo podría ser el caso de la epilepsia, una enfermedad neurológica relacionada con la aparición de actividad eléctrica anormal en el cerebro. Las investigaciones realizadas a nivel mundial estiman que un 20-30 % de las personas con epilepsia sufren trastornos conductuales o psicológicos (de los cuales el 58 % son trastornos depresivos, el 32 % son agorafobia sin pánico u otros trastornos de ansiedad y un 13 % de psicosis). En relación al funcionamiento cognitivo, se ha reportado que un alto porcentaje de personas con epilepsia tienen compromiso en una o más funciones cognitivas, y entre las más afectadas se encuentran: la memoria, la atención, las funciones ejecutivas y el lenguaje.

      También podemos citar el caso de la esclerosis múltiple, una enfermedad en la cual, según las investigaciones publicadas, hasta el 70 % de los pacientes tienen comprometido el funcionamiento cognitivo, incluso en estadios iniciales de la enfermedad. También se han reportado trastornos depresivos y de ansiedad.

      Uno de los grandes desafíos de estos cuadros clínicos es que generan confusión para la persona que los padece, son difíciles de explicar o de poner en palabras. Para su entorno también es complejo tener una visión acabada de los cambios de conducta, de humor, rutinas de su familiar y, en consecuencia, poder contener y acompañar. Otra razón importante por la cual estas enfermedades ponen en especial alerta a la sociedad es que históricamente han sido estigmatizadas, e incluso algunas fueron conceptualizadas erróneamente como potencialmente peligrosas. Son frecuentes los sentimientos de culpa e incluso de vergüenza por sufrirlas.

      HACIA UN BUEN DIAGNÓSTICO

      Como hemos visto, es fundamental poder acceder a un diagnóstico. Este es parte de un proceso en el que los profesionales de la salud mental buscan comprender lo que le está pasando a la persona. Así podrán brindarle toda la información necesaria para buscar juntos las mejores alternativas de tratamiento.