Teresa Torralva

Saber acompañar


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que está sucediendo: si tiene cura o no, cómo va a evolucionar, qué repercusiones va a tener en la vida cotidiana. Pero hay que comprender que solo con un buen diagnóstico podremos empezar a responder estas preguntas y a mejorar la calidad de vida de nuestro familiar junto con el equipo profesional a cargo.

      Entender y conocer el diagnóstico nos acerca a nuestras familias, a nuestros amigos, pero también resulta de crucial importancia para poder mantener un tratamiento. Cuando entendemos, estamos más cerca de aceptar; y cuando aceptamos que algo nos está ocurriendo o le está ocurriendo a nuestro ser querido, estamos más cerca de poder emprender el camino de un tratamiento y, en definitiva, de estar mejor.

      PARA RESUMIR

      ▶ Dentro de los motivos de consulta más frecuentes a profesionales de la salud se encuentran síntomas anímicos, ansiosos, psicóticos, cognitivos y conductuales.

      ▶ Los motivos de consulta pueden ser muy diversos, pero tienen en común la capacidad de afectar las capacidades de las personas para desarrollar las actividades de la vida cotidiana.

      ▶ Es fundamental consultar a un profesional de la salud cuando se detectan estos tipos de síntomas y así poder arribar a un diagnóstico y comenzar un tratamiento.

      ▶ A pesar de los temores que puedan surgir, tener un diagnóstico nos acerca a comprender qué está sucediendo y qué se puede hacer para mejorar la calidad de vida de la persona que está sufriendo y de su entorno, lo cual no es menor cuando se trata de un ser querido.

      BIBLIOGRAFÍA

      — Asociación Americana de Psiquiatría (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (5ª ed.). Washington DC.

      — Cetkovich, M., Rodríguez, C., Seré, L., Nielsen, M. G., Cardona, D., Lafaye, T., Torralva, T., Zelaschi, Y. & Abadi, A. (2009). Espectro esquizofrénico y otros trastornos psicóticos. En R. Alarcón, R. Chaskel & C. Berlanga Psiquiatría (4ª ed.). Vol. I. Lima: Universidad Peruana Cayetano Heredia.

      — Clark, D. M. (2005). A cognitive perspective on social phobia. En W. R. Crozier & E. A. Lynn (Eds.). The essential handbook of social anxiety for clinicians, pp. 193-218. Chichester, UK: John Wiley & Sons.

      — Grupo de Trabajo de la Guía de Práctica Clínica para el Manejo de Pacientes con Trastornos de Ansiedad en Atención Primaria (2008). Madrid: Plan Nacional para el SNS del MSC. Unidad de Evaluación de Tecnologías Sanitarias. Agencia Laín Entralgo. Comunidad de Madrid. Guías de Práctica Clínica en el SNS: UETS Nº 2006/10.

      — Labos, E., Slachevsky, A., Torralva, T., Fuentes, P. & Manes, F. (2019). Tratado de Neuropsicología Clínica (2ª ed.). Buenos Aires: Akadia.

      — Organización Panamericana de la Salud (2009). Epidemiología de los trastornos mentales en América Latina y el Caribe. Washington, D.C.: OPS.

      — Tandon, R., Nasrallah, H. A. & Keshavan, M. S. (2009). Schizophrenia, “just the facts”. Clinical features and conceptualization. Schizophrenia Research, 110(1-3), 1-23. DOI: 10.1016/j.schres.2009.03.005

      Capítulo 3

      ¿Qué le sucede

       a mi hijo?

      Andrea Abadi Médica psiquiatra infantojuvenil

      Cuando un niño presenta dificultades emocionales o psiquiátricas se genera un gran cambio en el funcionamiento familiar. La familia entera se moviliza y se preocupa, mientras recibe hipótesis y consejos de quienes están a su alrededor sobre lo que le puede estar pasando al niño.

      Debemos tener en cuenta que las problemáticas de la infancia y de la adolescencia atraviesan todos los ámbitos de interacción de ese niño: la escuela, la participación en actividades recreativas y la propia familia. La rutina cotidiana se altera y el nivel de sufrimiento de la familia es sumamente alto.

      Los médicos pediatras deberían ser quienes dirijan las consultas y los tratamientos de los niños. Sin embargo, suele pasar que en la primera consulta con un profesional de la salud mental (psicólogo, psicopedagogo, terapeuta ocupacional, fonoaudiólogo o psiquiatra infantil), cuando les preguntamos a los padres: “¿Qué piensa el pediatra de lo que le sucede al niño?”, la respuesta más frecuente sea que no se lo mencionaron jamás o que nunca hablaron de estas cosas, porque en las consultas de control solo hablan del peso, talla y vacunas.

      Sabemos que muchas veces las indicaciones de hacer una consulta en el ámbito de la salud mental surgen de la escuela o de preocupaciones familiares, pues hay cierta idea generalizada de que los problemas emocionales no corresponden al ámbito del pediatra.

      Veamos cómo llegaron a la consulta los padres de Sebastián:

       Sebastián tiene 4 años y sus papás dicen que es un niño tranquilo. También, que es muy independiente, ya que aprendió rápidamente a abrir el refrigerador y buscar los postres que le gustan; que si quiere una galleta se las arregla para llegar a la alacena y elegirla. Tan autónomo es que ellos sienten que puede pasarse horas jugando con sus puzles de 100 piezas sin pedir ayuda a nadie. Los papás están asombrados por lo ordenado que es Sebastián, que juega a guardar los juguetes y se desespera si falta alguno. Come solo alimentos de color blanco, el padre dice que es culpa de la mamá por seguirle la corriente en todo, pero la madre dice que si no son blancos, Seba rechaza la comida y puede pasarse el día sin comer, y eso le preocupa.

       También refieren que su hijo recita el abecedario en español e inglés sin que nadie lo haya estimulado; lo ven muy inteligente. Consideran que en el jardín se aburre, porque cuando lo ven con los demás niños de su sala, él se encuentra a un lado acomodando bloques o autos. Tiene un lenguaje excelente y hasta sofisticado para su edad. Las maestras los citaron a una reunión y les pidieron que hagan una consulta con un especialista en trastornos del desarrollo. Los padres se preguntan si el colegio no estará exagerando la situación.

      ¿QUÉ ES ESPERABLE Y QUÉ NO?

      Antes de comenzar un largo periplo de consultas, se debe tener en claro si lo que le sucede al niño está dentro de lo esperable o no. Por ejemplo, los enojos o berrinches, los miedos, la ausencia de una conducta esperable (como el lenguaje o la incorporación de rutinas según la edad), las dificultades atencionales o los problemas en el aprendizaje son un motivo de consulta frecuente.

      Nuestros hijos pueden tener berrinches cuando lo que los inunda emocionalmente los supera y no logran expresarlo con palabras, algunas veces porque son muy chicos y otras, porque la complejidad de la situación los sobrepasa.

      Cuando algo no es como deseamos o imaginamos, se debería poner en funcionamiento la capacidad de espera hasta que se obtiene lo que uno quiere. A esta se la denomina tolerancia a la frustración. Aunque es un recurso muy conocido, a veces se hace difícil ponerlo en práctica. Muchos niños están habituados a que se les dé siempre lo que quieren, y entonces no se les permite desarrollar esta habilidad. A medida que los niños crecen, desarrollan la capacidad de autorregularse en situaciones de enojo, y eso les permite responder de otra manera ante las frustraciones, en vez de desplegar un berrinche. Sin embargo, no siempre este mecanismo de autorregulación se pone de manifiesto en la infancia.

      En líneas generales, podríamos describir tres tipos de descontroles conductuales o berrinches. El primero, que es esperable, se da por la falta de madurez del niño, que aún no puede manejar el desborde emocional. Es frecuente en menores de 5 años de edad. El segundo tipo de berrinche se da cuando los niños no