Mervyn Maxwell

Apocalipsis


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nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de todos los hombres!” (1 Cor. 15:17-19).

      Pablo, por así decirlo, apostó todo a la resurrección. Y lo hizo con toda confianza. Sabía que Cristo había resucitado. Algunas personas que conocía muy bien habían sido testigos de ello. “Se apareció a Cefas [Pedro]”, afirmó Pablo, “y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte [unos 25 años después] vive”, añadió, “y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término”, insistió con incontestable convicción, “se me apareció también a mí” (1 Cor. 15:5-8).

      En varias de las ocasiones que Pablo menciona, Juan estuvo presente y vio a Jesús. Y ahora tenía el maravilloso privilegio de verlo de nuevo, en su ancianidad, en la isla de Patmos.

      Juan lo oyó decir: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades”.

      Un día, muy pronto, Jesús usará esa llave para abrir las tumbas de todo hombre y toda mujer, de todo niño y toda niña que haya dormido “en él”. Yo creo que mi madre se encontrará entre ellos.

      ¡Esta seguridad es parte de la Revelación de Jesucristo!

       II. Jesús y su testimonio

      “Yo, Juan [...] me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Apoc. 1:9). Queremos saber qué quiso decir Juan cuando se refirió a la “Palabra de Dios” y al “testimonio de Jesús”. También queremos comprender todo lo que dijo en este capítulo acerca de Jesús.

      “El Testigo fiel”. El versículo 5 dice que Jesús es el “Testigo fiel”. Significa que podemos confiar en él. Tal vez no podamos confiar en la persona que nos vendió el auto, o en el agente que nos alquiló la casa, o en el diputado a quien le dimos el voto; y ni siquiera en nuestro esposo o nuestra esposa, pero sí podemos confiar en Jesús.

      En los tribunales, un testigo “da testimonio”, “testifica”. Jesús dijo a Pilato, durante el juicio previo a su crucifixión, que él había venido al mundo “para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37). Veremos, al examinar el Apocalipsis, que Jesús da un fiel testimonio al decirnos la verdad a) acerca de nosotros mismos, y b) acerca de las debilidades, los vicios y la violencia de la naturaleza humana. También nos dice la verdad c) acerca de Satanás, y la feroz oposición que mantiene en contra de Dios. Por sobre todo, Jesús da testimonio al decirnos la verdad d) acerca de sí mismo. El Apocalipsis es, en primer lugar, una revelación de Jesucristo.

      “El testimonio de Jesús”. Jesús dio su testimonio a Juan, quien lo recibió “en éxtasis” (“en el Espíritu”, RVR, versículo 10). Recordemos que uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. (Véase 1 Corintios 12:10.) Esto nos lleva a Apocalipsis 19:10, donde se nos dice que “el testimonio de Jesús” es “el espíritu de profecía”. Vamos a referirnos más ampliamente a esta definición cuando lleguemos a Apocalipsis 12:17.

      El Imperio Romano condenó a Juan al exilio en la isla de Patmos, “a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Apoc. 1:9). La Palabra de Dios es la Sagrada Escritura. (Véase, por ejemplo, Oseas 1:1, Joel 1:1 y 2 Timoteo 3:15 y 16.) En los días de Juan, el Nuevo Testamento todavía no había sido terminado, y la Palabra de Dios era mayormente el Antiguo Testamento. Los cientos de frases del Antiguo Testamento que aparecen en el Apocalipsis nos muestran cuánto amaba Juan la Palabra de Dios del Antiguo Testamento. Creía en sus profecías acerca de Jesús, y prestaba atención a sus Mandamientos contra la adoración de imágenes y otros pecados. Leal al Antiguo Testamento, evidentemente no estuvo dispuesto a adorar a una imagen del emperador Domiciano. Por eso, Juan estaba en Patmos “a causa de la Palabra de Dios”.

      También se encontraba allí “a causa [...] del testimonio de Jesús”. Acabamos de ver que el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía. Los profetas del Antiguo Testamento fueron inspirados por el Espíritu de Cristo. (Véase 1 Pedro 1:10 al 12.) En los tiempos del Nuevo Testamento, muchas personas también recibieron el don del espíritu de profecía. Mateo, Marcos, Lucas, Pablo, Pedro y Juan mismo fueron inspirados por el Espíritu Santo para escribir el testimonio de Jesús en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas, o cartas, del Nuevo Testamento. El “testimonio de Jesús” dio lugar a una producción literaria viviente y creciente, destinada a revelar la verdad acerca de Jesús.

      Cuando Juan dice que se encontraba en la isla de Patmos “a causa [...] del testimonio de Jesús”, quiere decir que estaba allí porque creía y enseñaba la verdad que los autores del Nuevo Testamento, él inclusive, fueron inspirados a escribir acerca de Jesús.

      “El Primogénito de entre los muertos”. En el versículo 5 se dice que Jesús es “el Primogénito de entre los muertos”. No quiere decir que Cristo fue la primera persona que resucitó de entre los muertos. Antes de su propia resurrección Jesús volvió a la vida a la hija de Jairo (Mar. 5:21-43), al hijo de la viuda de Naím (Luc. 7:11-17), y a Lázaro de Betania (Juan 11). (Véanse las páginas 75 a 78.)

      Pero sin su resurrección, nadie más podría haber resucitado. Únicamente “en Cristo” puede alguien volver a la vida. (Véase 1 Corintios 15:22.)

      En los tiempos bíblicos, el primer hijo nacido en el seno de una familia recibía lo principal de la herencia, es decir, la primogenitura. (Véase Génesis 43:33 y Deuteronomio 21:17.) Los privilegios del primogénito eran tan notables, que la palabra primogénito misma llegó a ser sinónimo de “notable”, “el más importante” y “único”. A punto tal que en Job 18:13 se da el nombre de “primogénito de la muerte” a una enfermedad singularmente peligrosa.

      Jesús es “el Primogénito de entre los muertos” porque es, superlativamente, la Persona más importante que haya muerto y haya resucitado.

      “Al que nos ama”. Con cuánta sencillez se dirige el versículo 5 a nuestro corazón. Él “nos ama”. Cuán reconfortante es que en medio de su exilio Juan haya podido decir esto acerca de Jesús. Cuán bueno es que nosotros podamos saber que bajo toda circunstancia esto es verdad. ¡Cuán amable de parte de Jesús es hacérnoslo saber! (Véase Juan 14:23.)

      Estas tres áureas palabras: “Yo te amo”, no son solo para la ensoñación de los enamorados. Todos deberíamos decirlas. Deberíamos decírselas a cada miembro de la familia. Mamá besaba a sus cuatro hijos y prácticamente todas las noches, antes de ir a dormir, nos decía que nos quería. Al visitarla cuando yo tenía casi cuarenta años y ella ya no gozaba de buena salud, me repitió ese cariñoso ritual como cuando yo tenía seis años; entonces me di cuenta, repentinamente, de cuán excepcional era lo que ella había hecho todos esos años.

      ¿Ha abrazado usted a su hijito últimamente? ¿Le ha dicho que lo ama?

      “Al que [...] nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados” (vers. 5). El amor no se limita a hablar. El amor es especialmente hacer algo. Jesús pagó la culpa por nuestros pecados al abandonar el cielo para vivir una agotadora vida de servicio aquí, en la Tierra, abrumado de críticas, a las cuales no respondió, y al morir humillado en medio de intensos dolores sobre una cruz. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Pero “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom. 5:10).

      Nuestro hijo ingresó en un hospital a los quince meses de edad, y estuvo al borde de la muerte por cuatro semanas. Mi esposa y yo nos consolábamos al recordar que Dios, a quien orábamos constantemente, amaba a nuestro hijito aun más que nosotros. El Hijo de Dios murió por nuestro hijo. Nosotros no hicimos eso por él.

      “Y