Mervyn Maxwell

Apocalipsis


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por su parte, es comparativamente común. No obstante, R. H. Charles,29 un erudito notable, ha demostrado que el griego del Apocalipsis no es necesariamente deficiente desde el punto de vista gramatical, sino, más bien, es no convencional; tiene su propia consistencia gramatical interna. Juan cita el Antiguo Testamento cientos de veces. Charles y otros han señalado el hecho de que, al hacerlo, en lugar de recurrir a la Septuaginta (LXX, la versión del Antiguo Testamento en griego, hecha en torno del año 200 a.C.), que era la traducción de uso corriente en sus días, prefirió trabajar directamente con el original hebreo o con las traducciones populares del arameo (llamadas “tárgumes”). De manera que Juan estuvo constantemente adaptando el griego en que escribía a los sonidos del hebreo y el arameo. También, varios eruditos han destacado el hecho de que algunas informaciones antiguas, como el Canon Muratorio30 del siglo II, sugieren que al escribir el Evangelio y las Epístolas, Juan dispuso del auxilio de colaboradores literarios que lo ayudaron a pulir su griego, pero que cuando escribió el Apocalipsis no disponía de esa ayuda.

      Para equilibrar estos desniveles lingüísticos entre el Apocalipsis y el Evangelio de Juan, encontramos algunas notables similitudes entre ellos, la más destacada de las cuales es el uso de la palabra Cordero para referirse a Jesús, que aparece 29 veces en el Apocalipsis y en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, con excepción de Juan 1:29 y 36.

      Aunque la duda acerca de si Juan fue o no el autor del Apocalipsis surgió en el siglo III, los cristianos de lengua griega que vivieron más cerca del tiempo y del lugar en que fue escrito el Apocalipsis aceptaban con entusiasmo que su autor era el apóstol Juan.

      De modo que los cristianos que vivían más cerca del lugar y el momento en que se produjo el Apocalipsis, creían firmemente que procedía de la mano del apóstol Juan.

      Por otra parte, el autor del Apocalipsis se identifica sencillamente como “Yo, Juan, vuestro hermano” (Apoc. 1:9). Sabía que se lo conocía lo suficiente como para que no se lo pudiera confundir con ningún otro Juan.

      De cualquier manera, no importa de qué Juan se trate, su mensaje vino de Dios, por medio del Espíritu Santo, y como una revelación de Jesucristo. (Véase Apocalipsis 1:1.) El Juan que recibió este mensaje fue inspirado.

      2. ¿Cuándo y de qué manera se dividió el Apocalipsis en capítulos y versículos? Los 66 libros de las Escrituras no fueron escritos originalmente con los versículos numerados con que los conocemos hoy. Esto es comprensible; la mayor parte de los libros no tienen versículos numerados.

      Pero, aunque la mayoría de los libros modernos tienen al menos capítulos, la mayor parte de los libros antiguos no los tenían; y tampoco las Escrituras. En la antigüedad el libro de los Salmos estaba dividido, por supuesto, más o menos como lo está hoy.Pero los Salmos no son capítulos; son poesías diferentes entre sí. Las Escrituras han sido estudiadas como no lo ha sido ningún otro libro, porque se le ha atribuido un valor que no se asignó a ningún otro libro. Por consiguiente, se han inventado diversos sistemas a través de los siglos para ayudar a la gente a encontrar los pasajes que buscaran.

      Los versículos del Antiguo Testamento, tal como los conocemos en la actualidad, son obra de una cantidad de rabinos judíos, conocidos como masoretas, expertos en el arte de copiar manuscritos. La familia de masoretas de Ben Asher dividió el Antiguo Testamento en 23.100 versículos alrededor del año 900 d.C.

      Los versículos del Nuevo Testamento, una modificación de varios sistemas previos, es obra de Robert Stephens. En 1551, Stephens estaba preparando una concordancia para el Nuevo Testamento impreso en griego y en latín, y necesitaba una forma precisa para que sus lectores pudieran encontrar en el Nuevo Testamento los textos mencionados en su concordancia. Su hijo dice que dividió y numeró los versículos mientras viajaba de París a Lyon, lo que nos explicaría por qué algunos de los versículos están divididos en forma tan extraña.

      Pero ¿qué podemos decir acerca de los capítulos? La fundación de la Universidad de París en el año 1100 dio como resultado un despertar del estudio de las Escrituras. Se hicieron y se vendieron numerosas copias de la versión católica de las Escrituras en latín, para hacer frente a la demanda. Más adelante, para facilitar el estudio de las Escrituras en ese momento, Stephen Langton, siendo profesor de la Universidad de París, dividió las Escrituras en los capítulos que encontramos no solo en el Apocalipsis, sino en todos los demás libros que la componen.

      Stephen Langton era inglés. Al salir de París, llegó a ser arzobispo de Canterbury, que ayudó a obligar al rey Juan a firmar la Magna Carta en Runnymede en 1215. Falleció en 1228.

      23 Juan, el apóstol, no dice en realidad que él estuvo presente cuando Juan Bautista predicaba, pero podemos deducir con claridad de que se trataba del discípulo mencionado, sin nombrarlo. (Véase Juan 1:35 al 40.) La humildad era una de las características de este hombre. Verifique cómo evitó nombrarse a si mismo en relación con la Última Cena, el juicio de Cristo y la resurrección. (Véase Juan 13:23, 18:15 y 20:2 al 5.)

      24 Tácito, Anales, 15.44.2-8.

      25 Dio Cassius, Epítome, 67.14. Véase Donald McFayden, “The Occasion of the Domitianic Persecution”, The American Journal of Theology 24 (enero de 1920), pp.46-66.

      26 Ibíd.

      27 Tertuliano, On Prescription Against Heretics, p. 36; ANF t. 3, p. 260 (Ante-Nicene Fathers). Nos preguntamos cómo se pudo evitar que el aceite se incendiara, circunstancia que Tertuliano no habría dejado de mencionar, si hubiera ocurrido. Tal vez el aceite solo fue calentado hasta una temperatura letal. En todo caso, recordamos que Dios libró a los amigos de Daniel de un horno de fuego. (Véase Daniel 3.)

      28 Para muchos de los comentarios que haremos en el consiguiente estudio del Apocalipsis, agradezco especialmente a Kenneth A. Strand, Interpreting the Book of Revelation, edición corregida y aumentada (Naples, Florida: Ann Arbor Publishers, Inc., 1970, 1972, 1976, 1979). Me he apartado de Strand en solo unos pocos detalles.

      29 R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation of St. John, 2 tomos, The International Critical Commentary (Edinburgo, T. y T. Clark, 1920), t. 1, cxvii-clix, páginas especiales cxlii-cxliv.

      30 El Canon Muratorio aparece en varias obras, como en Daniel J. Theron, Evidence of Tradition (Grand Rapids, Míchigan: Baker Book House, 1958), pp. 106-113. Afirma que Juan escribió su