a los secuestradores a las autoridades estadounidenses, y la pena por secuestro en los Estados Unidos es la muerte”. Mamá leyó la historia rápidamente, y le entregó el periódico a la abuela Edith sin decir palabra. La abuela también leyó la historia, y luego dijo:
–Si alguien se ha llevado a Marlyn, quizá… quizá esto lo convencerá para devolverla.
De repente, alguien golpeó con fuerza la puerta del frente. Rafa, una de las secretarias de la Misión, tenía una historia que contar. Había tenido la intención de orar toda la noche, según le contó a las dos mujeres, pero se había quedado dormida y había tenido un sueño. “Estaba en un campo donde había artemisa por todas partes, y muchos pozos en el suelo. ¡En el fondo de uno de los pozos estaba Marlyn! Entonces me desperté repentinamente. ¿Saben? Creo que el Señor me envió este sueño. Cuando le conté a mi hermana, se rio y dijo que soñé por tener indigestión. ¡Pero estoy segura de que está equivocada!”
La abuela Edith y mamá habían estado escuchando atentamente. Ahora permanecían en silencio mientras pensaban. Entonces, la abuela Edith dijo: “Es de Dios”.
–Sí –coincidió mamá–. Él te despertó justo después del sueño, para que no lo olvidaras. Así es como actúa Dios.
La abuela Edith tomó su cartera y se acomodó el cabello con la mano.
–Yo voy a ir, y voy a buscar en cada pozo de ese poblado hasta que la encuentre. Rafa, ¿vendrás conmigo? Pero Anita, creo que deberías quedarte aquí por si Monrad llama, así le podrás contar sobre el sueño. Eres la mejor para estar con Wanda y Frank y levantarles el ánimo.
Rafa y mamá asintieron.
Todavía sollozando, mamá abrazó con fuerza a la abuela Edith.
–Ve a buscar a Marlyn y tráela a casa.
El viaje en autobús hasta el poblado donde me habían visto por última vez parecía interminable, pero no tardaron mucho en llegar. Las noticias de la búsqueda rápidamente se esparcieron por el poblado, y los amigables lugareños se unieron. Lo mejor fue que María también apareció y se ofreció a ayudar.
–Señoras –les dijo–, hay una gran compañía aquí que hace ladrillos. Ellos hacen pozos en el suelo para obtener arcilla. Hay muchos campos llenos de pozos que han dejado los trabajadores. Sé dónde están todos los campos, ¡buscaremos juntas hasta que encontremos a la pequeña!
Con la ayuda de María, revisaron campo tras campo, corriendo de pozo en pozo bajo el sol abrasante, con bastones, y rodeando las matas de artemisa. María era rápida y no era fácil seguir su ritmo, pero la urgencia las hacía avanzar. El hombre desagradable con bigote fino también apareció, y dijo que quizá sabía lo que le había ocurrido a la pequeña.
–Algunos viajantes pasaron esta mañana en burros, y tenían a una pequeña que estaba llorando. Creo que podría haber sido la pequeña que están buscando –gesticuló desde donde la abuela y Rafa habían venido.
Le agradecieron al hombre, pero siguieron buscando en los pozos. Si el sueño era de Dios, como ellas creían, entonces estaban avanzando en la dirección correcta. ¡Y ese hombre no parecía confiable!
¡Tantos campos, tantos pozos, y ninguna pequeña! Ya era de tarde cuando, camino a otro campo más, se encontraron con un anciano.
–Estamos buscando a una niña de tres años vestida con un vestido rosado. Creemos que puede estar en un pozo en uno de los campos por aquí. ¿Tiene idea de dónde podría estar?
–Sí, señora –el anciano se fregó el mentón pensativo–. Temprano esta mañana vi a una mujer arrojar un saco de arpillera en un pozo. ¿Quién sabe? ¡Su pequeña podría estar en ese saco!
Y salió trotando por un sendero semicubierto de matorrales de manzanita. Las tres mujeres se esforzaron por seguirle el ritmo, a la vez que se agachaban para pasar por debajo de los matorrales. Estaban cansadas por todo un día de búsqueda, y cubiertas de sudor y polvo. Finalmente, terminaron de cruzar las manzanitas y se encontraron en un campo de artemisas y pozos. ¡Era exactamente como el que Rafa había visto en su sueño!
El anciano hizo una seña con la mano.
–Prueben en ese pozo de allí.
Y entonces, simplemente desapareció. Rafa corrió al pozo que les había indicado y dio un grito.
–¡Aquí! ¡Hay algo en el fondo de este pozo!
La abuela y María corrieron y vieron a la pequeña en su vestido rosado, con arpillera enredada en sus piernas y pies. María, la más joven y ágil, bajó al pozo y levantó a la niña. “¡La niñita perdida fue encontrada!” El mensaje se esparció entre la multitud expectante.
“¿Está bien?” Esa era la siguiente pregunta. ¡Sí, todavía respiraba! Pero estaba inconsciente, y mi cuerpito estaba demasiado caliente.
La abuela Edith me llevó mientras corrían a la estación de policía para compartir las buenas noticias y pedir ayuda para transportarme hasta el hospital de la Misión. La policía encontró algunos trapos frescos para poner sobre mi cabeza, y entonces la abuela Edith, Rafa y yo tuvimos el privilegio de viajar a toda velocidad en un vehículo policial hasta el hospital de la Misión en Guadalajara, con las sirenas encendidas. Sin embargo, yo no pude disfrutarlo porque todavía estaba inconsciente: me habían drogado.
En el hospital, las enfermeras me pusieron en una bañera llena de hielo para bajarme la temperatura. El médico sacudió su cabeza, incrédulo. “Tiene una temperatura de 40,5 ºC, y sufre de un golpe de calor. Una hora más en ese pozo y la perdíamos. ¡Todo lo que puedo decir es que tienen mucha suerte de que esta niña esté viva!”
María, el sueño, el anciano… todo en el momento justo. La mano de Dios era evidente en todo. Yo había estado perdida, pero nunca verdaderamente perdida, porque Dios sabía dónde estaba a cada momento, y él le mostró mi ubicación a quienes me amaban.
Una y otra vez he perdido el camino y me he metido en circunstancias que podrían haber sido mi ruina. Pero nunca he estado perdida para Dios; él siempre ha sabido dónde estoy. Vez tras vez me ha atraído a él y me ha rescatado para una vida de servicio a su causa.
“El Señor me sacó del pozo de la destrucción; me sacó del barro y del lodo. Me puso los pies en la roca, en tierra firme, donde puedo andar con seguridad” (Sal. 40:2, PDT).
Capítulo 2
California, ¡aquí vamos!
Mamá rara vez me sacó la vista de encima en los meses posteriores a mi secuestro. No puedo decir que la culpe. Yo hubiera hecho lo mismo. Y parecía que la experiencia, incluyendo lo que fuera con que me drogaron, me había quitado el ánimo. Yacía inmóvil en el suelo o en el sofá. Luego de trabajar en la Misión cada día, mamá me masajeaba los brazos y las piernas, y preparaba comida especial para mí.
Tiempo después, la policía nos contó que la mujer de rostro dulce y el hombre desagradable eran dueños de una empresa de producción de ladrillos en Zapopan y, lo más importante, estaban a cargo de la banda de trata de niños en esa región. Aparentemente, el artículo del periódico los había atemorizado, y eso hizo que me tiraran en ese pozo y me dejaran allí para que muriera. Ellos desaparecieron repentinamente, y las autoridades nunca pudieron encontrarlos.
Mientras yo me recuperaba de mi estado letárgico, papá luchaba su propia batalla. En alguno de sus viajes había contraído disentería amebiana y no podía recuperarse. Él había estado enfermo muchas veces antes: había tenido malaria, fiebre de las aguas negras, y una vez, cuando dormía en el suelo, lo picó un escorpión de corteza y lo salvaron unos indios, que lo enterraron en el suelo para que el barro sacara el veneno letal. Con la ayuda de Dios, siempre había salido adelante.
Pero esta vez era diferente. La disentería no es divertida, pero en estos días no suele matar a las personas. Sin embargo, la ameba había ingresado al torrente sanguíneo de papá