Marlyn Olsen Vistaunet

Más allá de las cenizas


Скачать книгу

sido. El proceso había estado avanzando por varios años, pero nunca había sido un hombre que se quejara o bajara los brazos cuando había trabajo que hacer. Pero ahora era evidente para todos, e incluso para él, que si quería sobrevivir debía descansar y recibir atención médica. Finalmente hizo un pedido de licencia a la Asociación General. Su médico hizo eco al pedido, y escribió: “Se necesitará un gran esfuerzo para reconstruir su vitalidad y nutrición. Podrá hacer algunos trabajos livianos, pero necesitará al menos un año de cuidados para lograr el resultado deseado”.

      Entonces, un día papá recibió la carta que estaba esperando. ¡Su pedido había sido aprobado! De repente había mucha emoción en la casa; ¡nos estábamos mudando a los Estados Unidos!

      –¿Qué es Estados Unidos? –quería saber yo.

      –Es el lugar al que vamos –me dijeron–. Papá se recuperará allí, ¡y tú harás nuevos amigos!

      Doña Triné se sentó en el suelo con Wanda y conmigo y nos ayudó a revisar todas nuestras muñecas y juguetes para decidir cuáles amábamos lo suficiente como para llevarlos con nosotras a los Estados Unidos, y cuáles regalaríamos. Empacamos los juguetes y la ropa que nos quedaba chica y llevamos todo a Dorcas para regalarlo a personas necesitadas.

      Algunos hombres vinieron a casa y comenzaron a empacar cosas. No podíamos llevar mucho, porque estaríamos viviendo en un tráiler pequeño. Estábamos dejando la mayor parte de nuestros muebles para la familia que vendría en nuestro lugar. Pero yo estaba demasiado entusiasmada como para llorar por la pérdida de nuestras posesiones.

      Finalmente llegó el día en que los siete fuimos hasta la estación ferroviaria: mamá, papá, la abuela Edith, la bisabuela María, y nosotros, los niños: Frank, Wanda y yo. Doña Triné y nuestra ama de llaves, Doña Goyita, nos abrazaron una y otra vez, mientras se enjugaban las lágrimas. Yo estaba triste de dejarlas, pero también saltaba de emoción. ¡Nunca antes había estado en un tren! Trepamos los altos escalones y papá encontró un lugar donde sentarnos. Inmediatamente reclamé un asiento al lado de la ventanilla. El vagón en que estábamos temblaba un poquito, y me dio un temblorcito hermoso. El silbato sonó, el tren comenzó a moverse lentamente, y a medida que nos alejábamos de la estación empezó a acelerar. Miré las colinas, los poblados y las montañas Sierra Madre, pico tras pico… los más altos desaparecían en la niebla azulada.

      En las paradas, veíamos nativos vestidos con atuendos coloridos y con grandes canastas sobre la cabeza; insistían que compráramos comida o artesanías. La abuela Edith era muy buena negociando, y compró unos loritos y unas muñecas mexicanas para Frank, para Wanda y para mí. Por supuesto, papá dijo que podíamos quedarnos con ellos; les encontraríamos algún lugar en nuestra apretada nueva vivienda.

      Aventuras en National City

      A la mañana siguiente, los cinco volvimos a subir al tren para el último tramo, de ocho horas, hasta National City. Cuando el tren llegó a la estación, todos comenzaron a recoger sus pertenencias; mamá le dio algunas cosas a Wanda para que llevara y me dio otras a mí.

      Bajamos del tren a una estación repleta de gente, y allí nos esperaban el Sr. y la Sra. Moon. El cabello de ambos era plateado; y sus rostros, amables. Me cayeron bien inmediatamente. Ellos habían trabajado en México como misioneros por muchos años, así que nos entendían mejor que la mayoría de los estadounidenses. Y el hecho de que hablaran español era especialmente bueno. Nos llevaron a su casa y nos ayudaron a instalarnos en el pequeño tráiler en su propiedad.

      Esa primera mañana en los Estados Unidos me desperté, me estiré y miré por la ventana de nuestro tráiler. Pétalos de flores flotaban por el césped cubierto de sol, y algunas palmeras se mecían en un extremo. Palomas y aves trepadoras revoloteaban y trinaban con felicidad. Yo di un salto y corrí afuera. ¡Me gustaba nuestro nuevo hogar!

      La Sra. Moon, que pronto se convirtió en “abuela” para nosotros, se acercó caminando por el patio. “¡Vengan a desayunar!”, exclamó. Al darse cuenta de que no habíamos tenido tiempo de ir a comprar comida, había preparado un desayuno maravilloso para nosotros: frutas, cereal, tostadas y huevos revueltos. El Sr. Moon, nuestro nuevo “abuelo”, nos contó sobre National City mientras comíamos.

      –Los llevaré a ver la iglesia y el hospital un poco más tarde. Y hablando de hospital, ¿has pensado en trabajar? Con tu preparación, Anita, podrías obtener un empleo en el hospital o en una residencia para ancianos. En realidad, podrías disfrutar más de la residencia para ancianos porque está aquí cerca y podrías estar cerca de los niños.

      –Por supuesto, yo puedo cuidarlos mientras trabajas, Anita –interrumpió la Sra. Moon–. No necesitas preocuparte por eso. Pero sé como es; te gustará estar lo más cerca posible de tus niños mientras trabajes.

      –Y una gran ventaja para ti es que siempre están buscando trabajadores que hablen español con fluidez –agregó el Sr. Moon.

      Mamá levantó la mirada de su plato y sonrió. Vi que le había gustado la idea.

      No tardamos mucho en ordenar las pocas pertenencias que habíamos traído. Mamá salió a comprar algunas provisiones, y Wanda y yo salimos a explorar nuestro nuevo hogar. ¡Era precioso! Una ardilla regordeta trepó un árbol a toda velocidad, paró a la mitad del tronco, movió su cola un par de veces, y siguió trepando. Las mariposas revoloteaban entre los iris y los lirios atigrados. Una suave brisa salada llegaba desde el océano.

      Un rato después volvimos al tráiler. Mamá había vuelto. Había colgado las jaulas con los dos loritos que la abuela Edith había comprado en dos ganchos al costado del tráiler, y ahora estaba colgando ropa en el diminuto ropero. La abuela Edith estaba sentada en la pequeña mesa, haciendo sándwiches para el almuerzo. Le pedí algo para beber, y mamá fue hasta el fregadero para buscarme un vaso. Pero para que llegáramos al fregadero, la abuela Edith y Wanda tenían que correrse, así nosotras podíamos pasar.

      Almorzamos apretados en la pequeña mesa. Yo me senté en la falda de mamá. Luego del almuerzo, las tres mujeres se levantaron para limpiar la mesa, pero pronto descubrieron que en este tráiler el trabajo de la cocina era para una persona a la vez; no cabían más en el lugar. Así que Wanda y yo volvimos a la zona del dormitorio y nos sentamos sobre la cama, fuera del camino de los demás. Las dos abuelas salieron a dar un paseo en el enorme patio, dejando a mamá para que limpiara la loza del almuerzo. ¡Vivir en un espacio así de pequeño requeriría mucha cooperación!

      Finalmente llegamos al punto en que si una persona necesitaba ir de un lado del tráiler al otro, los demás automáticamente nos corríamos a un lado y nos apretábamos contra la pared para que la persona pasara.

      Unos días después, papá y Frank regresaron. Papá, que se veía más demacrado que nunca, se dejó caer en una silla, exhausto. Pero Frank estaba entusiasmado por su aventura con papá.

      –Me desperté y papá la estaba apuñalando con su cuchillo. Yo tenía miedo de que se escapara, pero no. ¡Papá no la dejó!

      –¿Qué era? –preguntamos las niñas al mismo tiempo, como si lo hubiéramos practicado así.

      –Era así de larga –dijo extendiendo sus brazos un poco más de medio metro–. ¡Y tenía unas hermosas rayas rojas, amarillas y negras!

      –¿QUÉ ERA? –demandaron saber las tres mujeres.

      –¿Qué? Oh, era una serpiente.

      –¡Oh, no! –exclamó mamá–. ¿Era venenosa?

      –Era una serpiente coral –dijo papá suavemente–. Si te muerde, eres historia.

      Él estaba demasiado cansado como para saltar y gritar como Frank.

      –Así que, antes de acostarme en mi catre, pensé que sería mejor revisarlo también. Y allí, debajo de la almohada, había otra serpiente coral aún más grande. Fue una verdadera batalla cortarle la cabeza con mi cuchillo, pero al final pude.

      –No