por otro lado, dan luces sobre la difícil historia del período posterior a la Independencia de la América hispana.
La propuesta esbozada líneas arriba, que pone énfasis en el rol de las clases bajas y resalta las batallas ideológicas, solo puede lograrse si se presta estrecha atención a las propias luchas políticas. Con demasiada frecuencia en la América hispana el cambio vertiginoso de presidentes y otros signos de desorden que surgieron luego de la Independencia han conducido a los académicos a interpretar tal período como un mero caos o como simples maquinaciones de las élites y fracasos de las clases bajas. Las anécdotas sobre varios políticos que reclamaban la presidencia simultáneamente, o las estadísticas que muestran a una docena de presidentes en una década, sirven como símbolos de atraso político y social. Este libro, en contraste, busca esclarecer la lógica y naturaleza de estas luchas; si bien los caudillos pos-Independencia en gran medida estuvieron de acuerdo con la República como una forma apropiada de gobierno, a su vez incorporaron en sus programas trazas de federalismo, regionalismo e incluso revitalismo Inca. Incluso cuando tomaban el poder por la fuerza y aparentemente abandonaban la Constitución, se alineaban con los partidos políticos y creaban movimientos multiclasistas, como se apreciará en el análisis sobre el movimiento de Gamarra, que da luces sobre la complejidad ideológica y social de las coaliciones caudillistas.
En la búsqueda de las explicaciones se relacionan dos campos teóricos, el de la cultura política y el de la nueva historia cultural. Estas escuelas han revitalizado la historia política, pues analizan los cambios ocurridos en la conducta y el lenguaje políticos, en lugar de buscar simplemente ganadores y perdedores. Ambas —la cultura política y la nueva historia cultural— otorgan a la política cierta autonomía, viéndola bajo su propia luz en lugar de considerarla como un mero producto de procesos estructurales más amplios, particularmente el económico. También prestan atención al lenguaje, el discurso y la práctica, buscando patrones de conducta y perspectivas compartidas y enfrentadas sobre la práctica concreta de la política. 5 Los latinoamericanistas que leen estudios sobre la historia cultural europea sienten envidia por las fuentes de que esta dispone y se preguntan si sería posible realizar tales estudios para un período signado por desórdenes en una región que no siempre ha preservado cuidadosamente los documentos históricos.
La experiencia ganada en la realización del presente libro demuestra que tales análisis de política y cultura son posibles también para este período. Cuando ya habían transcurrido ocho meses de investigación en el Archivo Departamental del Cusco, uno de sus empleados mencionó que la colección Velasco Aragón estaba depositada bajo llave en una habitación contigua. Luego de limpiar una gran cantidad de basura acumulada, polvo y libros de todo tipo, descubrimos docenas de volúmenes encuadernados que contenían periódicos y folletos políticos del siglo XIX. Estas fuentes nos permitieron explorar la práctica y rituales de la política de los caudillos, observar cómo los gamarristas crearon y sustentaron una coalición en el Cusco, y cómo operaron en todo el Perú.6 No se trata solo de los levantamientos políticos de masas, tales como las rebeliones y las guerras civiles, sino también de elecciones, celebraciones y campañas militares. En medio de guerras civiles, aquellos que rivalizaban por el control del Estado, incluyendo un —sorprendentemente amplio— sector de la sociedad civil, disputaban por seguidores, expresando sus opiniones en las calles y en la prensa. No sorprende, entonces, que en toda la América española, los historiadores estén desempolvando antiguas fuentes y descubriendo otras nuevas que dan luces sobre la política, la cultura y la sociedad7; es necesario, entonces, vincular el estudio de rituales públicos tales como los desfiles y las elecciones y discursos, con las luchas por el poder que están en el centro de la política de los caudillos. Con demasiada frecuencia, los especialistas en la cultura política de Hispanoamérica han establecido una separación entre las prácticas políticas o los rituales, por un lado, y los intereses materiales y las luchas por el poder del Estado, por el otro. Esta perspectiva no solo pasa por alto los cambios que ocurren en la cultura política a través del tiempo, particularmente en la transición de la Colonia a la República, sino que también disminuyen el poder explicativo que las aproximaciones culturales tienen para entender la formación del Estado en el período posterior a la Independencia.8
Clases bajas y caudillos
Este libro se basa en los actuales esfuerzos por colocar a las clases bajas en el centro de la historia. Tomando ventaja de la gran cantidad de investigación de los “estudios campesinos” en las décadas recientes, especialistas provenientes de una serie de disciplinas están correlacionando historias locales o la “pequeña tradición” con procesos mayores tales como la formación del Estado.9 Así, exploran las formas como las tendencias locales, regionales, nacionales y transnacionales se entrecruzan y afectan una a otra. Al acentuar la naturaleza recíproca de esta relación, estos estudios demuestran que las tendencias nacionales no solo modifican a la sociedad local, sino que estas esferas locales o regionales influyen en la naturaleza política y en la creación de la identidad. Reconocen que “en la historia social ha sido frecuente que el traslado de la política estatal hacia el enfoque en el ‘pequeño pueblo’ haya ido demasiado lejos al punto de que el Estado quede borrado del mapa”.10
A lo largo del presente libro se mantiene la tesis de que la política “campesina” y la política caudillista no fueron ámbitos separados, sino que estuvieron íntimamente vinculados, pues los caudillos se apoyaban en los campesinos y estos a su vez se vieron involucrados en las luchas políticas. Sostenemos que solo vinculando estas dos áreas de estudios se puede entender el difícil camino hacia la estabilidad política y la formación del Estado en la América hispana, ya que, con pocas excepciones, las nacientes repúblicas estuvieron envueltas en torbellinos políticos. Así, a lo largo del continente, los jefes militares lucharon por el poder del Estado, en algunos casos formando alianzas contra los grupos políticos dirigentes —por lo general divididos en liberales y conservadores— y, en muchos otros, uniéndose a ellos mismos. Algunos rechazaron la subversión de las clases bajas, en tanto que otros estuvieron a favor de movimientos populistas. Algunos permanecieron en cargos públicos por décadas, en tanto que otros encabezaron movimientos locales pequeños y aislados. A través del análisis del caudillo cusqueño Agustín Gamarra, este libro intenta comprender por qué y cómo predominaron los caudillos.
Por mucho tiempo esta cuestión ha perturbado a los hispanoamericanos. Desde el estudio clásico de Domingo Sarmiento sobre Facundo Quiroga (1845), el análisis sobre los caudillos constituye una forma prominente de autoanálisis nacional, un género constante en la literatura latinoamericana que va desde el romanticismo novecentista de Sarmiento hasta el boom literario de los sesenta y aún más allá.11 Los caudillos son el sujeto de incontables novelas, biografías y ensayos de ciencias sociales, y han servido como metáforas vivientes de problemas nacionales reales e incluso potenciales.12 En este sentido, como símbolo de la política del “hombre fuerte”, el concepto de caudillismo no está limitado a los jefes prominentes del siglo XIX; su estudio aborda los constantes problemas de inestabilidad, fragmentación y desunión que sobrevivieron a los propios líderes militares.
Los especialistas han abordado el caudillismo en muchas formas. Richard Morse, por ejemplo, presentó al militar fuerte como un elemento clave de los esfuerzos posteriores a la Independencia por resucitar el patrimonialismo español.13 Otros afirman que tanto la falta de experiencia de autogobierno en las colonias españolas como los efectos nocivos de las largas guerras de Independencia obstaculizaron la estabilidad política y pusieron a los militares en condiciones de asumir la autoridad.14 Asimismo, es frecuente que los científicos sociales señalen que los problemas económicos del continente constituyen otra causa de inestabilidad política.15 Y, con el fin de explicar la dificultad para establecer instituciones políticas estables, así como el auge del caudillismo, algunos ponen el énfasis en los conflictos regionales, perspectiva finamente defendida por John Lynch, según la cual el caudillo surgió para representar política y económicamente a las regiones atrasadas amenazadas por el centralismo o para controlar la insurgencia de las clases bajas en este contexto de desorden político.16
Un elemento ausente en estos trabajos es un análisis detallado de cómo los caudillos erigieron alianzas, elaboraron programas y manejaron el Estado: pese a la importancia que el caudillismo tiene para