Natalia Silva Prada

Pasquines, cartas y enemigos


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la categoría de enemigo capital para librarse de graves acusaciones, sumado a las amistades íntimas que tenía entre miembros del Santo Oficio. En primer lugar, su caso es parte de la “gran complicidad” que llevó a juicio a un importante número de portugueses residentes en Cartagena. Aunque Gómez Barreto fue uno de los más notables inculpados en este proceso de represión y llegó a ser torturado, resultó absuelto en el año 1638. Once años después, el inquisidor Pedro de Medina Rico demostró que su proceso debía ser revisado luego de revocar la sentencia absolutoria a favor del depositario y regidor de Cartagena debido a la parcialidad que en él mostraron los servidores del oficio y la ausencia de un examen médico que hubiera revelado signos de circuncisión en el acusado. En el proceso que se abrió contra Gómez Barreto en 1652 este fue condenado a abjurar, llevar el sambenito, la confiscación de la mitad de sus bienes y el exilio.143

      El concepto de enemigo capital no se usaba exclusivamente en la esfera jurídica. Hemos encontrado una carta de un obispo al rey en la que el concepto se usa para describir y contextualizar las profundas desavenencias con un gobernador al que pinta como ese diablo que describía fray Felipe Meneses, aquel que “busca oportunidad para dañarnos”.144

      En 1581 el obispo de Cartagena Juan de Montalvo acusaba al gobernador Pedro Fernández de Bustos de intervenir excesivamente en los asuntos relacionados con la Iglesia por una abusiva interpretación del patronato real de 1574. El 25 de enero de 1581, el obispo escribió una extensa misiva al rey que se abría con expresiones emocionales en la que contrastaba dicha y contento con decepción. Lo preparaba para darle noticias malas que en lugar de alegrarlo le informarían de “la corrupción de vicios en los españoles que acá viven”,145 sentimiento contrario al que hubiera deseado manifestarle. Cerrada esta introducción preparatoria pasa a acusar al gobernador de que “ha venido […] a hacerme enemistad tan capital146 y se reafirma hojas después en que el gobernador “no puede tomar mejor remedio que publicarse mi enemigo”.147

      El obispo describirá después detalladamente la forma en que esa enemistad capital se fue configurando, comenzando con molestias en temas personales para pasar a injerencias en delicados temas de administración de la Iglesia que involucraban el Patronato:

      Quitándome el servicio de los indios y usando de otras molestias maniosas, como son procurar que no sea bien tratado en las visitas y persiguiendo a los que me tratan bien y a los que me visitan y me hablan, hablando mal de mí, levantándome cosas que no he hecho ni dicho [y] no contento con esto, me ha querido perseguir en las cosas de la Iglesia.148

      Uno de los primeros pleitos que relató el obispo al rey fue el intento del gobernador de favorecer a un familiar suyo. El obispo propuso para ocupar la vacante a un sacerdote cantor al que el gobernador prometió ayudar con un sueldo. Pero una vez publicado el edicto no mantuvo su palabra, sino que buscó instalar en el cargo de sacristán a un barbero que cuando era niño había servido en la sacristía de Talavera. La indignación del obispo es tal que en su petición al rey expresa “como la voluntad de Vuestra Majestad se cumpla y la Iglesia no padezca tanto agravio que, pudiendo tener un sacerdote honrado, tenga por sacristán un barbero que no sabe leer una carta de excomunión”.149

      Las presiones contra el obispo continuaron y cuando Montalvo le pidió que no “estorbase” a un mayordomo que él quiso introducir para servir al Santísimo Sacramento le contestó que “fuese enhorabuena, más que entendiese que ni en esto ni en otra cosa yo no había de poder nada más de lo que él quisiese”.150 Al poco tiempo amenazó al mayordomo y le impidió servir al Santísimo Sacramento.

      En los nombramientos de los doctrineros sucedieron cosas similares y decía el obispo que el gobernador siempre le “trampeaba”151 sus candidatos y era él “más parte en las doctrinas”152 y “ninguna doctrina ha querido proveer ni presentar, diciendo que ya las doctrinas están adjudicadas a las religiones y que cuando vaca alguna, basta que los priores o guardianes envíen el fraile que les pareciere sin tener cuenta conmigo, llevando licencia del gobernador”.153 Esta actitud lleva a decir al obispo que “a mi ver tiene sabor a lo que hacía el Rey Enrique en Inglaterra”.154

      Los pleitos entre autoridad eclesiástica y civil alcanzaron tal nivel que ambos se desautorizaban mutuamente hasta el punto de alterar el orden público y de hacer pensar al obispo en excomulgar al gobernador: “Y a esta causa ha alborotado las religiones contra mí y les hace espaldas para que me desacaten en los púlpitos y en las calles y que me presenten escritos que contienen injurias y falsos testimonios”.155

      Un fraile franciscano al que Montalvo le dijo que no tenía ni la orden ni el derecho a administrarla porque era vacante aun, le contestó: “Que le picaba, que no me espantase que ellos me picasen en los escritos y peticiones”.156

      El obispo dijo, “Padre estáis muy sobrado, y si no os medís, os meteré en una canoa y os enviaré a vuestro prelado”.157 A esto altaneramente dijo el fraile: “Tráteme vuestra señoría bien, porque soy tan bien nacido como vuestra señoría y otra vez lo vuelvo [a decir] que soy tan bueno como vuestra señoría”.158

      Este altercado siguió con el intento de pedir que un juez conservador de Santo Domingo dirimiera el caso y no se pudo, pues “no había habido injuria manifiesta”.159 Con todo esto, el gobernador logró que un notario actuara como juez, el cual terminó por excomulgar al obispo y por perjudicar su prestigio y sueldo.

      A esa altura de la carta el obispo vuelve a enfatizar en el tema de la enemistad pública entre él y el gobernador, la cual ha logrado que la gente no lo respete, se le extorsione y se le niegue el sueldo que se le había asignado en una cédula real, la cual además le extraviaron.

      Después pasa a dar consejos precisos al rey de cómo mejorar el funcionamiento de los nombramientos y se queja de que las doctrinas están en tan miserable estado porque “no traen aquí otros religiosos sino los fugitivos y apóstatas que vienen de otras partes, y entre ellos mismos se trae por lenguaje que Cartagena es la isla de los apóstatas”.160

      Pasa después a insistir en los males que han causado los doctrineros, que para los indios se han convertido en algo peor que “los crueles seglares” hasta el punto de que, dice, “tengo por cosa ciertísima que, si hoy Santo Domingo y San Francisco vinieran, se postraran a los pies de Su Santidad y de Vuestra Majestad para que sus religiosos fueran excusados de doctrina”.161

      La carta termina con más consejos sobre la forma de mejorar la administración de las parroquias y de evitar abusos tales como el haberse hecho aparecer el gobernador como fundador del hospital real del cual no gastó ni “un real de su bolsa”, y “si Vuestra Majestad es patrón y el hospital es real, han de estar allí las armas de Vuestra Majestad y han de perecer las suyas”.162 El obispo pasa a la fórmula de despedida, reafirmándose en su verdad y expresando que su felicidad sería poder llegar a realizar la voluntad del rey.

      En la carta del obispo hay un uso expreso o intencional de las emociones para preparar al rey de las malas noticias que transmitirá con relación a la mala gestión del gobernador. Las acusaciones contra este pueden leerse en el plano individual como una persecución personal y en el gubernativo como un abuso de la autoridad civil sobre la eclesial y como una transgresión al patronato regio. Si bien el caso denunciado por el obispo fue desestimado como una injuria explícita, él tenía razón en usar el concepto de enemistad capital, pues en los actos del gobernador estaban implícitos los deseos de perjudicar a la contraparte (tráfico de influencias, obstrucción del gobierno eclesial), la calumnia, la pérdida de la fama (con injurias y falsos testimonios) y la ambición, al punto que lo comparó con Enrique VIII, el adalid histórico del despotismo, la arrogancia y la infamia. La mala reputación de Enrique VIII creció exponencialmente desde que en los primeros años de su reinado personajes de la talla de Erasmo de Róterdam lo describieron como un rey culto y magnánimo