Natalia Silva Prada

Pasquines, cartas y enemigos


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Instituto Jerónimo Zurita, 1949).

      93 Natalie Zemon Davis, Society and Culture in Early Modern France: Eight Essays (Stanford: Standford University, 1965); Teófanes Egido, Sátiras políticas de la España moderna (Madrid: Alianza, 1973); E.P. Thompson, “The moral economy reviewed”, Past and Present, 1971; Carlo Ginzburg, “La colombara ha aperto gli occhi”, Quaderni storici 13-38(2) (1978): 632-639; Peter Burke, Popular Culture in Early Modern Europe, (Nueva York: Harper & Row, 1978).

      94 Antonio Castillo Gómez, “Introducción. ¿Qué escritura para qué historia?”. En Culturas del escrito en el mundo occidental. Del Renacimiento a la contemporaneidad, dirigido por Antonio Castillo Gómez, 1-16, (Madrid: Casa de Velásquez, 2015).

      95 Natalia Silva Prada, La política de una rebelión: los indígenas frente al tumulto de 1692 en la ciudad de México (México: El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 2007), 27-82.

      96 Natalia Silva Prada, “El disenso en el siglo XVII hispanoamericano: formas y fuentes de la crítica política”. En Cultura política en América. Variaciones regionales y temporales, coordinado por Riccardo Forte y Natalia Silva Prada (México: Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, 2006), 20.

      97 Xavier Gil Pujol, Tiempo de política. Perspectivas historiográficas sobre la Europa moderna (Barcelona: Universidad de Barcelona, 2006), 412.

      98 Antonio Castillo Gómez, Entre la pluma y la pared. Una historia social de la escritura en los siglos de oro (Madrid: Akal, 2006), 9.

      99 Ibíd.

      100 Castillo Gómez, Entre la pluma, 12.

      101 Antonio Bolívar Botia, El estructuralismo. De Lévi-Strauss a Derrida (Madrid: Ediciones Pedagógicas, 2001).

      102 Una excelente reflexión metodológica e historiográfica sobre los derroteros de la historia de la lectura y de la escritura puede consultarse en Antonio Viñao Frago, “Por una historia de la cultura escrita: observaciones y reflexiones”. Signo. Revista de historia de la cultura escrita 3, Universidad de Alcalá de Henares (1996): 41-68.

      103 Natalia Silva Prada, “La escritura anónima: ¿Especie sediciosa o estrategia de comunicación política colonial?”. Andes. Antropología e Historia 16, Universidad Nacional de Salta, Argentina (2005): 223.

      104 Antonio Petrucci, “Pratiche di scrittura e pratiche di lettura nell’Europa moderna. Presentazione”. Annali della Scuola Normale Superiore di Pisa. Serie III 23-2 (1993), 382.

       Emociones y enemistad

      La historia de las emociones o de los sentimientos inaugurada por Lucien Febvre105 forma hoy parte de la nueva historia cultural.106 La historia como disciplina, y pese a algunos intentos primigenios, ha llegado más de un siglo tarde al reconocimiento de la posibilidad real de incluir a las emociones en el estudio de los procesos históricos. 107 Es solo en los primeros años del siglo xxi cuando los historiadores han comenzado a apropiarse con mayor seguridad de un concepto cuya definición sigue en discusión,108 pero que, en el conjunto de obras de las ciencias sociales, la neurociencia y la psicología posee ya una abundante gama de trabajos de investigación.109 Antes aún de que surgieran preocupaciones disciplinarias por el tema de las emociones, la conciencia de su importancia ya rondaba entre teólogos como el obispo y profesor decimonónico de la Universidad de Chile, don Justo Donoso. El autor del Manual del párroco americano se preguntaba: “¿Qué es la historia del género humano sino el cuadro de las pasiones humanas desenfrenadas?”.110 A pesar de que, al contrario de los filósofos antiguos, de los escolásticos y neoescolásticos, opinaba que en sí mismas las pasiones no eran buenas ni malas, afirmaba de forma radical que ellas eran la causa de las revoluciones, los asesinatos y las devastaciones. Creía que bien dirigidas podían producir felices efectos, aunque no explicaba cómo esto podía funcionar para pasiones como el odio y la cólera.

      En este capítulo vamos a detenernos únicamente en un ángulo mínimo de las posibilidades analíticas que ha abierto la historiografía “emocionológica”111 y es en el tema de las pasiones, específicamente en una manifestación de estas relacionada con el odio y con la ira, que, entre otras, conllevan a la enemistad.

      La pasión en cuanto afección es algo que se padece, ya sea desde el dolor o desde el placer. Para Aristóteles, la apetencia, el miedo, la ira, el coraje, la envidia, la alegría, el amor, el odio, el deseo, los celos y la compasión eran parte del espectro de la pasión. La diferencia entre pasión y emoción puede estar relacionada con su permanencia temporal. Mientras que la emoción se experimenta en un tiempo presente, la pasión puede proyectarse al futuro y convertirse en algo grave. Los sentimientos serían algo más duradero y definitivo.112 Sin embargo, los escritores antiguos no establecían diferencias entre la emoción y la pasión, pero sí consideraban categorías presocráticas opuestas como mundo sensible y mundo inteligible que en Tomás de Aquino serán reemplazadas por el apetito sensitivo y el apetito intelectual. Al apetito sensitivo corresponderían las pasiones y al apetito intelectual la voluntad, encargada de doblegar a las pasiones.113 En su obra Itinerario para párrocos de indios, el obispo de Quito, don Alonso de la Peña Montenegro (1596-1687), veía el origen de las pasiones en las potencias sensitivas. A su vez, siguiendo al médico Diógenes de Apolonia, relacionaba las pasiones con causas fisiológicas. La calidad de los humores, según las teorías médicas en boga, influía en la alteración de las pasiones, pero la acción del demonio era la que en última instancia podía ocasionar amor o aborrecimiento hacia el prójimo e interferir con el libre albedrío.114

      La aproximación a las pasiones producidas por la enemistad nos interesa en particular, en la medida en que las emociones y el lenguaje están íntimamente vinculados. Aunque la emoción o la pasión no son palabras, se propagan por medio de palabras.115 Vamos a tratar de entender qué tipo de pasiones específicas rodean a los conceptos de enemistad y de enemigo capital y qué uso se hace de esos conceptos jurídicos en la vida cotidiana y en medio de conflictos específicos. También trataremos de entender si en las sociedades americanas de los siglos XVI y XVII los enemigos y enemistades capitales producían similares reacciones y sentimientos en los casos en que se hacían presentes.

      Hemos llegado a los conceptos de enemistad y de enemigo capital de la mano de diversos expedientes de tipo criminal e inquisitorial en los que la afluencia de pasiones es un elemento común. El acercamiento a pleitos por injurias, libelos y asesinatos está colmado de la expresión “declaro que es mi enemigo capital” o “declaro que no es mi enemigo capital”, de donde nos parece de suma importancia entender su contenido y relevancia jurídica que al parecer ignoraba Manuel Tejado Fernández cuando se refirió al concepto de “enemigos capitales” como a un “manido apóstrofe”.116 Igualmente, tendremos que discernir si el concepto de enemigo mortal es igual al de capital o no y cuándo se usaba ese término alternativo. El mismo concepto lo encontraremos en el capítulo 3, donde hacemos alusión al “sangriento enemigo”.

      Los tratadistas jurídicos españoles parten a menudo de las Leyes de las Siete Partidas para su definición de enemistad capital o de enemigo capital, usando también a juristas reconocidos en la época como Eugenio de Narbona, Prospero Farinacci, Marco Antonio Blanco y Giacomo Menocchio.

      En las Siete Partidas, la enemistad capital es definida en términos generales como la “malquerencia con mala voluntad que tiene el hombre contra su enemigo por