biografías asocian a Recabarren con la guerra civil de 1891, ubicándolo ya en el bando balmacedista, donde según Osvaldo López habría sido “procesado por revolucionario y absuelto”, mientras que otras lo sitúan en el congresista, donde habría sido sorprendido repartiendo un periódico favorable a Balmaceda y se habría librado de un seguro fusilamiento solo en virtud de su escasa edad (quince años)17. Fanny Simon, apelando al parecer nuevamente a las revelaciones orales de sus hermanas, entrega una versión algo más consistente, aunque también bastante novelesca. Según dicha autora, las simpatías conservadoras de su familia, demostradas por su formación en instituciones católicas, habrían hecho del joven Recabarren un decidido opositor al gobierno balmacedista. En ese contexto, habría impreso en compañía de un amigo un panfleto titulado El Opositor, el que habría intentado repartir entre las tropas gobiernistas. Sorprendido y procesado, su juventud lo habría eximido de un castigo mayor. Sin amilanarse, acto seguido habría procedido a enrolarse en el mismo ejército que antes había tratado de infiltrar, pero con la intención de desertar a la primera oportunidad para unirse a las fuerzas rebeldes. Aunque el fin de la guerra no le habría permitido llevar a efecto dicho plan, concluye la autora estadounidense, “su experiencia castrense había durado lo suficiente para distinguirse y obtener su ascenso a cabo”18. De esta curiosa forma, siguiendo esta vez a Alejandro Witker, se habría verificado el “dramático” despertar de Recabarren a la lucha política.
Su ingreso formal y definitivo a dichas lides, en todo caso, se produjo tres años después, cuando pasó a formar parte del Partido Demócrata, en el que militaría ininterrumpidamente hasta 1912. Recordando esa decisión cuando ya se había distanciado de la colectividad, Recabarren decía haberse sentido “atraído por la propaganda que se hacía, diciéndose que se trataba de un partido que buscaba el mejoramiento de la clase trabajadora y que por esa razón todos los trabajadores debían prestarle su concurso”. “Yo creí que era un Partido Obrero”, añadía, “y por eso ingresé al lado de muchos otros obreros a ayudar a robustecer ese ejército que se llamaba Partido Demócrata”19. El Partido Demócrata, en efecto, fue el primer partido chileno que se alineó explícitamente junto a los sectores populares, definiendo su objetivo central como la “emancipación social, política y económica del pueblo”.
Fundada en 1887 por jóvenes de clase media desencantados del Partido Radical y artesanos interesados en canalizar políticamente su crítica social, para la época en que Recabarren ingresó a sus filas, la colectividad se debatía en un dilema del que a lo largo de su existencia le sería imposible zafarse: defender sus principios de autonomía social o navegar las turbulentas aguas de las alianzas con los partidos oligárquicos que, tras la derrota de Balmaceda, hegemonizaron la vida política del llamado “Chile parlamentario”. La apertura política que acompañó la instalación de ese nuevo régimen efectivamente brindó al Partido Demócrata una oportunidad para insertarse en mayores espacios de poder, pero al precio de subordinarse, una y otra vez, a designios esencialmente ajenos a sus propios propósitos, y a los recurrentes vaivenes de un sistema caracterizado por la inestabilidad de sus combinaciones electorales. De hecho, el ingreso de Recabarren coincidió con la elección del primer militante demócrata, el abogado porteño Ángel Guarello, a la Cámara de Diputados. Tan auspicioso logro, sin embargo, había sido precedido por fuertes discusiones sobre la conveniencia o inconveniencia de entablar alianzas electorales con partidos “burgueses”, tensionando a la organización hasta el borde de la ruptura. Como se verá, esa agobiante y a la postre frustrante disyuntiva afligiría a Recabarren durante sus casi veinte años de militancia demócrata20.
En un plano más personal, ese mismo año de 1894, cuando aún no cumplía los veinte, Recabarren se desposó con su prima Guadalupe del Canto, según Fanny Simon diez años mayor que él21. De ella tuvo dos hijos, Luis Hermenegildo y Armando, de los cuales solo sobrevivió el primero. Algunas versiones sostienen que esa unión se disolvió rápidamente, según Alejandro Witker “por la incomprensión de la esposa a su compromiso político”. Sin embargo, estando detenido en ١٩٠٤ en la cárcel de Tocopilla, Recabarren se lamentaba de no haber sido autorizado para recibir a su esposa e hijo, “lo que más amo en la vida, todo el idilio de mi hogar”, pese a que habían viajado desde Valparaíso exclusivamente para verlo. Y se desahogaba así: “Al pensar en la crueldad de aquel dolor que yo imponía a mis seres amados sufrí, sufrí por la vez primera de mi vida, por ellos, no por mí”22. Algunos meses más tarde llamaba a sus compañeros a fundar una nueva moralidad exclusivamente en base al “amor a la humanidad”, cuyo principio ejemplificaba a través de sus propios sentimientos hacia su familia: “Idolatro a mi compañera y a mi hijo”23. Como se verá más adelante, la supuesta “incomprensión” de Guadalupe del Canto tardó casi veinte años en manifestarse, y la separación efectiva no se produjo hasta el traslado de su esposo a Iquique en 1911. Sin embargo, los reiterados y prolongados desplazamientos de Recabarren a distintas partes del país y del extranjero, casi siempre sin la compañía de su familia, seguramente fueron erosionando la relación de manera irreversible.
Como militante demócrata, Recabarren participó en 1897 en la campaña electoral que llevó al sastre Artemio Gutiérrez a la Cámara de Diputados por el Departamento de Santiago, un nuevo avance en la ocupación del espacio institucional por parte del esforzado partido obrero. Al año siguiente, relata Osvaldo López, y en virtud de habérsele conocido “su amor por la santa causa de la Democracia”, se le eligió para “el difícil puesto de Secretario” de la agrupación capitalina. Ese mismo año aparece su primer escrito de prensa conocido y conservado, una carta al director del diario La Tarde. En ella fustigaba duramente a otra figura emblemática del naciente movimiento obrero chileno, Luis Olea, y a través de él, a las ideas de “socialismo exaltado” que según Recabarren promovía el futuro líder del anarquismo nacional. Asoman aquí tempranamente algunas de las diferencias que posteriormente ventilaría con esa corriente ideológica, la que como se sabe tendría una importante figuración en las luchas obreras de inicios del siglo xx24. Condenaba el joven militante demócrata en el futuro líder anarquista su “exaltación”, su “falta de afecciones de esposa, madre, hija o hermana” y su supuesta condición de “parásito”, afirmando que muchos de quienes lo habían tratado en persona lo consideraban derechamente un loco. Llevado tal vez por un exceso de ímpetu juvenil, mezclaba así descalificaciones personales con discrepancias políticas, cosa que él mismo criticaría posteriormente en más de alguna oportunidad a sus propios detractores.
Junto con ello, sin embargo, aparecía también en ese escrito una muy temprana identificación de lo que Recabarren entendía por “socialismo”, ideología a la que progresivamente iría ligando su propia identidad política y militante. Así, tras denunciar el “socialismo exaltado” de Olea, se cuidaba de reivindicar un “socialismo bien entendido” que sí apoyaba, expresado en ideales como la igualdad humana, la desaparición de las injusticias, el alivio de las clases proletarias, la nivelación relativa de las fortunas y la disminución de las grandes riquezas. Incluía también esa concepción un compromiso con la instrucción general y obligatoria para el pueblo, el fomento del ahorro popular y el combate a la embriaguez y al juego. Ese género de socialismo, concluía, que ciertamente no constituía “una amenaza para la humanidad”, se contraponía al principio destructor que en su opinión sustentaba el pensamiento protoanarquista de Olea25.
El estreno de Recabarren como periodista obrero, siempre siguiendo a Osvaldo López, se produjo apenas un año después, cuando ya concluía el siglo xix. Efectivamente, en enero de 1899 aparece como secretario del Comité Directivo del periódico santiaguino La Democracia, afiliado obviamente al partido del mismo nombre. En octubre de 1900 ya figuraba como su director, asociando dicho órgano periodístico a la “emancipación de las clases oprimidas” y asignándole “la hermosa misión de enlazar las manos encallecidas de los obreros, al clarear el alba del siglo xx”26. Tiempo después se explayaba con mayor detalle sobre lo que él entendía que era el deber de la prensa obrera, anunciando una “misión sagrada” que habría de acompañarlo durante el resto de su vida. Consistía tal misión en “contribuir a la ilustración y difundir la cultura en las costumbres de los pueblos”, llevando “palabras de enseñanza y de ejemplo” y rebatiendo las ideas contrarias