los explotadores”. Es verdad que prácticamente todas las víctimas producidas por este choque pertenecían al contingente huelguista, pero ello no lo inhibía de señalar que “esos obreros no hacen más que botar del camino los escollos que obstaculizan la marcha de la humanidad hacia la sociedad moderna e igualitaria con que soñamos todos los que tenemos hambre y sed de justicia”. Y concluía, desafiante: “¡Que algunos cadáveres van a cobijarse bajo tierra! Todas las causas tienen sus mártires, y muchas veces es más dulce morir así, en defensa de un ideal sublime, que agonizar por veinte años para morir después de haber pasado la vista por un charco de inmunda miseria y lástima repugnantes”. Así como los mancomunados de Iquique, y más claramente aun en virtud de su martirio, los huelguistas de Valparaíso daban el ejemplo en que debían inspirarse “los obreros timoratos que se humillan ante la soberbia patronal”36.
Una vez recuperada su libertad, Recabarren participó en la organización del Segundo Congreso Social Obrero, realizado precisamente en Valparaíso en septiembre de 1903 para dar continuidad al celebrado un año antes en Santiago. En preparación de dicho evento, exhortaba a sus compañeros de clase a “abandonar nuestras timideces, indolencias y apatía” y confundirse en “una comunidad de hombres que abriguen una sola aspiración: la emancipación y el bienestar de las clases trabajadoras, para hacer imperar una era de verdadera justicia”. “Una vez que hayamos logrado organizarnos para hacernos respetar”, proseguía en clara alusión a la represión recién sufrida, “una vez que hayamos conquistado nuestro verdadero puesto en la vida humana, veremos si la burguesía explotadora se atreve a insultarnos, veremos si se atreve a pedir el aumento de la fuerza armada para ponernos a raya como dicen”37.
Ya inaugurado el congreso obrero, Recabarren fue elegido vicepresidente de la mesa directiva, quedando a su cargo uno de los discursos estelares y la presentación de uno de los proyectos sometidos a la concurrencia38. Según el periódico capitalino La Ley, en dicho evento se debatieron mociones que “tienden a llenar los vacíos tan lamentables de que adolecen las relaciones entre el capital y el trabajo, otras que procuran hacer cesar los abusos de que son víctimas algunas clases trabajadoras, y no pocas que tienen por objeto consolidar y perfeccionar la organización obrera que ha dado origen al Congreso mismo”. Especial beneplácito mereció de parte del citado órgano radical, y seguramente también de Recabarren, una propuesta aprobada por unanimidad sobre “abstinencia total de las bebidas alcohólicas”, así como otra de la célebre dirigenta Juana Roldán de Alarcón sobre educación laica femenina, causas ambas a las que el citado organizador consagraría innumerables jornadas39.
Fue en esa ocasión que Recabarren conoció personalmente a Gregorio Trincado, presidente de la Mancomunal de Tocopilla, quien lo invitó a esa ciudad a fundar un periódico obrero para “representar y defender los intereses de la Mancomunal y de los trabajadores a que pertenecemos”40. Como se dijo más arriba, Recabarren ya había tenido contactos con organizaciones obreras de ese puerto salitrero, pero esta invitación le brindaba la oportunidad de trasladarse en persona, nada menos que como editor de un periódico, a la región donde más fuerza había cobrado el movimiento mancomunal. Años después recordaría ese momento también como un ejemplo encomiable de autoilustración obrera: “Yo encuentro de una sublimidad majestuosa el pensamiento de estos obreros –peones, playeros, estibadores, cargadores, lancheros– que soñaban con tener una imprenta para desarrollar sus facultades mentales, viéndose huérfanos en esta sociedad, que no los ayudaba a instruirse, a ilustrarse”41. Recabarren iniciaba así la primera de sus varias estadías en la pampa salitrera, y junto con ello su etapa de verdadera consagración como dirigente obrero y social. Con veintisiete años de edad, y con un cargo que le permitiría conjugar la subsistencia material con el activismo político, podía finalmente materializar su entusiasmo por conocer y participar directamente de la experiencia mancomunal. A esa labor dedicaría los próximos dos años de su vida.
La región a la cual llegaba Recabarren experimentaba por aquel tiempo el apogeo del ciclo salitrero, signado contradictoriamente por la acumulación de grandes fortunas empresariales (y también públicas, puesto que el impuesto al salitre otorgó al Estado parlamentario ingresos nunca antes vistos) y por igualmente grandes sacrificios obreros, originados tanto en los rigores del paisaje desértico como en la rudeza de un trabajo sometido sin contemplaciones a la lógica capitalista42. Había surgido allí, precisamente a causa de tales contrastes, un vigoroso movimiento obrero, encarnado principalmente en las mancomunales a las que Recabarren venía ahora a incorporarse como periodista. Ya instalado en Tocopilla, sin su familia, por cierto, el 18 de octubre de 1903 iniciaba la publicación de El Trabajo, un modesto impreso de cuatro carillas (un pliego) similar a la gran mayoría de los periódicos obreros que por aquellos años circulaban profusamente por el país43. Pese a su modestia, Recabarren aseguraba que había sido recibido “en medio del entusiasmo y la febril alegría del pueblo trabajador, que lo acogió como el Mesías de la redención social”44. En una veta similar, un colaborador de El Marítimo, órgano oficial de la Mancomunal de Antofagasta, identificaba al periódico dirigido por Recabarren como un “nuevo faro” en la zona y se refería a su editor como un “antiguo e incansable periodista obrero”. “Recabarren”, proseguía, “quien haya tenido el gusto de leer sus inspiraciones siempre basadas en el trágico luchar en defensa de sus hermanos los proletarios, se habrá convencido que su pluma de granito jamás se ha rendido ante las inclemencias de los agiotistas a quienes ha hecho temblar”. Y concluía: “su potente brazo y su amor por el bienestar de su país son timbre de estímulo con que el pueblo entero de Chile le distingue y por lo cual no dudamos que hará una nueva era de adelanto cortando de raíz la ambición corrompida de los capitalistas”45.
Los artículos de El Trabajo, en efecto, se convirtieron muy rápidamente en motivo de escándalo y preocupación para “agiotistas” y “capitalistas”. En las primeras entregas firmadas directamente con su nombre, Recabarren fustigó duramente las pretensiones gubernamentales de implantar un sistema de ahorro forzoso de dependencia fiscal para los obreros, señalando que “ese dinero acumulado sería una tentación para los ricos: se harían empréstitos entre ellos y lo harían girar en su beneficio”. Mucho más sensato era confiar en sus propios compañeros de clase asociados en las Mancomunales, “porque con las cuotas que paga tiene ahorros de sobra para atenderse en sus horas de desgracia”. Estas entidades de administración estrictamente obrera, agregaba, no solo brindaban beneficios materiales, sino también morales: “Todos los trabajadores que teniendo vicios antes de entrar a estas sociedades, una vez en su seno, los abandonamos y aprendemos a vestirnos con limpieza, nos acostumbramos a la sociabilidad culta, y las horas dedicadas al servicio social, son horas sustraídas a la embriaguez, al juego o a otros vicios”. Por tales “lógicas y poderosas razones”, concluía, la clase trabajadora debía rechazar de plano cualquier mecanismo de ahorro forzoso, “aun cuando se necesiten para aplicarlo centenares de cadáveres y ríos de sangre”46.
Con expresiones igualmente dramáticas, el periódico editado por Recabarren se contrajo a denunciar la ley de servicio militar obligatorio, “ley odiosa y despótica, que es un sarcasmo en la república y que por desgracia el pueblo ha soportado”. “Somos nosotros mismos”, decía en otra parte, “los que vestidos de soldados asesinamos a nuestros compañeros o los perseguimos por orden de los tiranos”. Por esa razón, la propaganda mancomunal debía encaminarse a que “ningún trabajador sea soldado, porque los jefes lo obligarán a convertirse en un verdugo de sus mismos compañeros”, y porque mientras hubiesen soldados, “los patrones cometerán abusos con nosotros”. Exhortaba finalmente a los soldados a desobedecer las órdenes de disparar contra los trabajadores, o derechamente a abandonar “ese infame servicio”47.
Generalizando a partir de esas y otras denuncias concretas, El Trabajo volvía una y otra vez sobre el “desprestigio natural que pesa sobre las autoridades, por la multitud de actos torpes y estúpidos y sus disposiciones déspotas e inicuas, que siempre gravitan sobre las espaldas del pueblo”. “El gobierno del país”, precisaba, “el Congreso y los municipios, las autoridades judiciales y toda la mazorca que constituye la llamada administración del país es formada, directa e indirectamente por las mismas personas que, dueñas