anterior con Luis Olea27.
En lo sustancial, sin embargo, la temprana militancia demócrata de Recabarren se concentró en sus actividades políticas y electorales en la comuna Estación, destacándose su elección como delegado de la agrupación de Santiago para una convención extraordinaria en que el partido debía resolver su postura ante las elecciones presidenciales de 1901. En dicha instancia, para la cual fue elegido vicepresidente, se instaló una rivalidad que lo acompañaría durante el resto de su pertenencia a esa tienda política, al discrepar del líder partidario Malaquías Concha en su afán de apoyar la candidatura presidencial de Germán Riesco, que a la postre resultó vencedora. Su adhesión a una línea más autonomista encabezada por el médico y diputado Francisco Landa parece haberle atraído la animadversión de Concha y de la mayoría del directorio general del partido, quienes acusaron a su periódico de no representar fielmente la línea política de la organización. Tras una serie de confusas marchas y contramarchas en relación con la alineación electoral definitiva del partido, La Democracia dejó de aparecer en su edición número 64, del 30 de junio de 190128.
Las crecientes discrepancias partidistas, que como se dijo se venían arrastrando desde bastante tiempo antes, finalmente estallaron en la convención oficial celebrada en Chillán el 14 de julio de 1901, donde se materializó el quiebre en dos organizaciones paralelas, una dirigida por Malaquías Concha (la posteriormente denominada “reglamentaria”) y la otra por Landa (la “doctrinaria”). Recabarren se incorporó a esta segunda, en cuyo directorio figuró como secretario. Según una circular enviada a sus adherentes en septiembre de 1902, esta tendencia se definía como la legítima portadora del “querido estandarte de la democracia chilena”, como lo demostraba su opción por la autonomía total respecto de alianzas con partidos supuestamente liberales en las que se habían agotado “esfuerzos irreparables”, sin resultado alguno “que alivie la triste condición de los trabajadores”29. En la opinión de la naciente fracción “doctrinaria”, la verdadera vocación de “la Democracia” radicaba en la priorización de las luchas sociales (lo que Sergio Grez ha caracterizado como “una práctica más apegada a los movimientos sociales populares”30), sustrayéndose de un devaneo electoralista que a la postre solo acarrearía victorias intrascendentes, por su baja incidencia en la verdadera correlación de fuerzas al interior de las cámaras legislativas. Era en el mundo propiamente social, concluían, donde el Partido Demócrata debía concentrar sus mayores esfuerzos.
Como en un afán de ratificar su adhesión a tales juicios, durante ese mismo mes de septiembre de 1902, Recabarren participó en una convención o “Primer Congreso Social Obrero” convocado por diversas entidades gremiales y mutualistas articuladas en torno al Partido Demócrata, y presidido por el obrero gásfiter y (curiosamente) futuro parlamentario demócrata Zenón Torrealba. En representación de varias sociedades de provincias, entre ellas la de Socorros Mutuos de Tocopilla, la “Académica” de Antofagasta (así se llamaba) y la Federación de Obreros de Imprenta de Valparaíso, Recabarren sometió a la consideración de dicho cuerpo algunos proyectos de mejoramiento organizativo y social. Destacaban entre ellos uno sobre “reglamentación del trabajo de los reos”, otro sobre descanso dominical obligatorio –tema posteriormente recogido por los diputados demócratas “reglamentarios” para su transformación en ley–, otro sobre “gratificación a los obreros que le trabajen al Fisco o al Municipio” y un cuarto sobre supresión del pago en fichas31. Es interesante constatar que ya a esta temprana fecha Recabarren hacía gala de contactos formales con organizaciones obreras del norte salitrero, y auspiciaba iniciativas, como la última mencionada, que iban en beneficio directo de esas regiones. Se anunciaba así una ligazón que, como se verá, ocuparía un lugar trascendental en su futuro político.
Al momento de ocurrir estos hechos Recabarren se hallaba radicado en Valparaíso, hasta donde había debido trasladarse por razones económicas32. Desde allí escribió, firmando como secretario general del Partido Democrático y como director del periódico porteño La Democracia, su célebre carta al presidente de la Sociedad Mancomunal de Obreros de Iquique, Abdón Díaz. Elogiaba en dicha carta la labor general de esa organización, y particularmente la prolongada huelga que había encabezado entre diciembre de 1901 y febrero de 1902. El movimiento mancomunal, como se sabe, fue la primera experiencia chilena de asociación obrera más estable y masiva, y también de mayor alcance territorial, propagándose en su momento de mayor fuerza desde el norte salitrero hasta los puertos de la zona austral. Acogiendo en su seno prácticas mutualistas ya tradicionales junto a otras más propias de la lucha directa contra el capital (como las huelgas), las “sociedades mancomunales” otorgaron a la cuestión social una visibilidad mucho mayor de la que había exhibido hasta el momento, constituyéndose en un foco de atracción para las diversas corrientes en que comenzaba a alinearse la clase obrera organizada: demócratas, anarquistas, sindicalistas y protosocialistas33. Inspirado tal vez por esa circunstancia, e invocando explícitamente la frase de Karl Marx “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, Recabarren había escrito al presidente de la mancomunal iquiqueña precisamente para expresar su orgullo, “como obrero y como hombre de trabajo”, ante ese “movimiento omnipotente y poderoso que efectúan mis hermanos de trabajo en aquellas zonas tan apartadas del corazón del país”.
Distanciándose de la “mesura” que tanto había ensalzado solo cuatro años antes en su denuncia a Luis Olea, el joven periodista demócrata celebraba ahora la huelga ocurrida en Iquique como “el primer grito de rebelión que lanza el chileno, el primer grito de protesta arrojado al rostro de los capitalistas, que amparados por el gobierno y sus ejércitos, nos explotan a su inhumano capricho”, reivindicando de paso la eficacia de las huelgas como instrumento de emancipación obrera. Llamaba asimismo a luchar por la jornada de ocho horas, por el pago en moneda corriente, y por la elección de representantes genuinamente obreros ante el Congreso y las cámaras municipales. Y concluía, en un desplante abiertamente rupturista: “Nosotros debemos dividir la organización (social) en dos clases: ricos y pobres [...] El patrón es la hiena sedienta de sangre, que se lanza sobre nosotros para devorarnos; nuestro deber, si queremos conservar la vida, es defendernos y darle muerte a la hiena para evitar el peligro”. En su respuesta, junto con agradecer los conceptos vertidos y solicitar las columnas del periódico dirigido por Recabarren para difundir las actividades de su organización en el centro del país, Abdón Díaz concurría en el juicio de haber “sentado la primera piedra del templo de la Emancipación Social del obrero en Chile, mediante la unión y el compañerismo”34.
Según Alejandro Witker, Ximena Cruzat y Eduardo Devés, durante su residencia en Valparaíso Recabarren habría ocupado importantes cargos partidarios, identificándolo los segundos nada menos que como “presidente provincial” de la colectividad. Habría colaborado también, en una aparente inconsistencia con su alineación “doctrinaria” y su entusiasmo por las mancomunales, en la campaña que dio por resultado, en marzo de 1903, la reelección de Ángel Guarello a la Cámara de Diputados, así como la obtención de una mayoría de regidores demócratas en el gobierno municipal. Sin embargo, un aviso publicado por el partido en El Mercurio de ese puerto no lo nombra entre los integrantes de la directiva, lo que por otra parte sería consistente con su pertenencia a la fracción encabezada por Landa, derrotado en esas mismas elecciones en su re-postulación por Santiago. Sea como fuere, Recabarren resultó involucrado en una acusación judicial por presunta falsificación de actas electorales, lo que derivó en una prisión que los autores nombrados cifran en tres meses, en tanto que el biógrafo obrero Osvaldo López la reduce a dos. Si se descarta una experiencia análoga supuestamente sufrida con motivo de la guerra civil de 1891 (cuando solo tenía quince años), fue este el primero en una larga serie de carcelazos que jalonó su trayectoria política, pero que a la vez fue consolidando su imagen como militante consagrado a la causa.
En lo inmediato, sin embargo, la prisión privó a Recabarren de involucrarse personalmente en la gran huelga portuaria de mayo de 1903, que como se sabe derivó en la primera de las matanzas obreras que jalonaron lúgubremente las décadas iniciales del siglo xx35. Desde su calabozo, y retomando un discurso ya enunciado en la carta a Abdón Díaz del año anterior, el naciente agitador social saludó “el grito revolucionario de todo un pueblo