Julio Alejandro Pinto Vallejos

Luis Emilio Recabarren


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de ellos en calidad de incomunicado. “De los pesares y alegrías que he experimentado aquí”, afirmaba, “he sacado un innegable provecho. Con ellos he fundido una coraza para mi corazón y cerebro que constituye un baluarte inexpugnable a los futuros ataques”. “Corazones que sufren con los martirios de una prisión”, continuaba, “saldrán templados para seguir con más ardor la lucha por la reivindicación de los derechos del pueblo, que constituirá una era de paz, de amor infinito y justicia eterna”. Lo que lo llevaba a concluir que, gracias al injusto castigo, “mis ideas se sienten hoy más arraigadas y profundas”61.

      Un ejemplo de ese mayor “arraigo” y “profundidad” puede haber sido la serie de veinte artículos titulada “El derecho popular”, enviada también desde la cárcel a La Voz del Obrero de Taltal62. Se trata de la primera producción intelectual de mayor calibre publicada por Recabarren, en la que a partir de un llamado al pueblo a conocer mejor sus derechos a través de la acción de “los proletarios más ilustrados” (como él), se enumeraban diversas razones para atraerlo hacia las filas del recién reunificado Partido Demócrata. Hasta la fecha, comenzaba, la burguesía se había cuidado de mantenerlo en la ignorancia de tales derechos, apelando a “cuentos religiosos y militares llenos de fanatismo aterrador”. En consecuencia, uno de los primeros pasos del naciente movimiento obrero debía ser el combate a esas supercherías religiosas o patrióticas a través de la instrucción popular, dando a conocer los principios organizativos del “gobierno de la República” y del papel estratégico que en ellos desempeñaba la facultad de elegir a las autoridades. Y siendo “la clase pobre” la mayoría de la nación, en sus manos estaba la posibilidad de adueñarse, a través del voto, de la administración general del país para su propio beneficio. “El derecho de sufragio”, enfatizaba, “es el arma más importante que debe poseer cada trabajador para castigar a sus verdugos”. En tal virtud, “esa arma popular no debe venderse ni darse al primer audaz que la pide”, como ocurría con tanta frecuencia a través del cohecho o la adhesión a candidaturas de origen burgués, que “sirven para desgracia del mismo que la vende”. En suma, “el voto electoral debe emplearse por los pobres para elegir a sus iguales a los puestos de la administración”, porque solo ellos, a través de sus propias miserias, estaban en condiciones de “conocer las necesidades de todos sus iguales y trabajar por su mejoramiento”.

      Establecido ese principio que, pese a su preferencia por la fracción más volcada hacia las luchas sociales, Recabarren habría de defender e impulsar durante el resto de su vida política, la argumentación se orientaba a establecer al Partido Demócrata como único representante genuino de la clase obrera, puesto que era “hoy día el único partido formado en casi su totalidad por trabajadores, que se preocupan en buscar prácticamente el mejoramiento de nuestra condición social y económica”. “Es un partido”, abundaba en otra entrega de la serie, “realmente revolucionario, puesto que pretende un cambio radical en todos los órdenes sociales del país”. Ese cambio radical se desglosaba en una serie de reformas específicas, entre las que se destacaba la democratización del régimen judicial a través de la elección popular de los jueces; la radicación en los municipios de las funciones desempeñadas por autoridades regionales designadas, como los intendentes y los gobernadores; la igualdad civil y educacional del hombre y la mujer; la necesidad de legislar en favor de mejores condiciones de trabajo y de vida, y otras.

      La serie concluía apelando eclécticamente a las dos almas que atravesaban al recién reunificado Partido Demócrata: “Los pobres no tienen sino dos armas para encontrar su salvación o sea para cortar la cuerda que la burguesía nos tiene en el cuello: la huelga, bien organizada, y el voto electoral”. Dejando el tema de la huelga para más adelante, insistía en su llamado a reconocer que solo su partido “da a conocer al pueblo sus derechos y lo llama a unirse para que entre en pleno ejercicio de ellos”. Fiel a esa convicción, a través de sus artículos había procurado “llamar al lado nuestro a todos nuestros compañeros de trabajo para que nos ayuden a unirnos y a fortalecernos, para resistir esta lucha por la existencia tan llena de amarguras y de peripecias sin cuento”. Esa unión, “la unión de todos los que sufren la explotación del capital y de la autoridad”, solo podía efectuarse en las filas de la Democracia, y por tanto “nos sentiremos satisfechos si las filas del partido”, gracias a su lectura, “han recibido algún aumento”.

      Esta larga profesión de fe doctrinaria se cruzó con una de las polémicas más conocidas de Recabarren durante esta etapa temprana de su carrera, como fue la que sostuvo con el todavía anarquista Alejandro Escobar y Carvallo. La literatura ha hecho bastante caudal de este episodio, calificándolo como uno de los primeros hitos de diferenciación dentro de un pensamiento obrero que hasta la fecha había combinado más o menos indistintamente elementos democráticos, socialistas y anarquistas. Jaime Massardo identifica esta etapa de la vida de Recabarren como la de mayor cercanía a la ideología libertaria, en tanto que Sergio Grez se inclina más bien a interpretarla como el inicio de un distanciamiento respecto de dicha corriente63. En consonancia con la lectura de Massardo, hay que reconocer que en el pensamiento temprano de Recabarren pueden identificarse algunas afinidades anarquistas, además de reconocimientos explícitos a próceres de dicha orientación como Tolstoy, Reclus, Kropotkin y Malatesta, por no mencionar a los mártires de Chicago cuya inmolación dio origen a la efeméride del 1º de mayo64. Sin embargo, y refrendando en este caso la interpretación de Grez, es un hecho que las primeras referencias concretas de Recabarren al anarquismo –descontando las diatribas de carácter no precisamente doctrinario prodigadas a Luis Olea en aquel lejano artículo de 1898– fueron precisamente las escritas en la cárcel de Tocopilla en agosto de 1904, cuya intención fue básicamente polémica.

      A propósito de ciertas denuncias formuladas por los ácratas luego de su exclusión de la convención realizada por las mancomunales del país en mayo de ese mismo año, Recabarren escribió a su correligionario Anacleto Solorza que sin perjuicio de convencerse de que “el ideal anarquista es realizable y es bueno”, y de considerar que “las aspiraciones ácratas son las mismas de los demócratas y socialistas y otros luchadores libres”, enfatizaba que su militancia demócrata le impedía ser anarquista. Precisando esta afirmación, y en consonancia con lo que escribía por esa misma fecha en su serie “El derecho popular”, señalaba que el llamado a valerse del “medio político”, entendiendo por ello la organización partidista y la participación en comicios electorales, era un recurso perfectamente válido para “hacer prácticas nuestras aspiraciones”.

      Para los anarquistas, sin embargo, esa opción era sinónimo de charlatanería, embuste y traición, y lo que era peor, expresaban tales juicios por medio de “insultos groseros y soeces, reñidos con la lectura y con el arte que encarna el ideal libertario”. De esa forma, en lugar de sumar fuerzas en torno a una causa común, caían en una labor divisionista y descalificatoria que le hacía el juego al enemigo burgués que por esa misma fecha arremetía contra el movimiento mancomunal. Tan triste papel en el plano ideológico se acompañaba además de una total esterilidad en materia de logros concretos en beneficio de la clase obrera: “Mientras en el Norte, con la acción de las mancomunales, se ha conquistado en dos años un 50% de comodidades y beneficios de todo orden”, y más aún, se había verificado “una verdadera revolución que ha conmovido todo el país y ha hecho temblar a los tiranos que aún temen”, los anarquistas solo podían exhibir a su haber “el desastre de los tipógrafos y los panaderos”, en alusión a movimientos huelguísticos recientemente derrotados. Y concluía: “Mancomunados del norte; todos los que habéis derramado sangre, los que habéis sido torturados, encarcelados, todos los que habéis sufrido por la inaudita persecución autoritaria en Iquique, Taltal, Chañaral, Coronel, Antofagasta, y aun en Tocopilla, perdonad a esos obreros anarquistas que nos insultan y nos calumnian, haciendo causa común con la burguesía”65.

      Por esos mismos días se desarrolló la polémica entre Recabarren y Escobar y Carvallo, publicada en el periódico Tierra y Libertad de Casablanca. Abrió los fuegos el segundo de los nombrados, criticando al encarcelado Recabarren por los juicios vertidos en contra de los anarquistas, y criticando las corruptelas de politiqueros demócratas y mancomunados oportunistas. “En cuanto a las Mancomunales en general”, fulminaba Escobar y Carvallo, “debo decirle que no valen siquiera lo que la