ningún motivo tiene para celebrar el llamado 18 de septiembre”. Para este pueblo, concluía, la verdadera independencia seguía pendiente, y solo llegaría cuando una revolución “declare la propiedad y sus frutos en común para que todos por igual y según las necesidades y apetitos de cada cual disfrutemos de los bienes naturales que son universales”, por la vía violenta si el caso lo requería82.
El tenor de estos artículos, así como la referencia explícita en el último de ellos al anarquista francés Georges Étievant, ha llevado a Jaime Massardo a situar por esta época el momento culminante del acercamiento de Recabarren a la ideología libertaria, pese a sus bulladas polémicas del año anterior, en las cuales, fuerza es decirlo, se había cuidado de separar bien sus críticas al accionar concreto de los anarquistas chilenos de su admiración declarada al pensamiento que estos decían sustentar83. Juicio análogo podría pronunciarse a partir de su artículo celebratorio del 1º de mayo de 1905, en el que junto con saludar a “la aurora roja, hermosísima, del porvenir que inicia la libertad de los pueblos”, e invitar al “dios-pueblo” a inaugurar el reinado de la justicia, caracterizaba la efeméride conmemorada como un día “para el ajuste de cuentas que en bien exigirán los proletarios a los burgueses en una grandiosa, en una imponente huelga general universal revolucionaria”. Después de estos sucesos, auguraba, vendría “el primer día de la era libre, el primer día de la vida y del amor libres, día eterno en nuevo calendario para los hombres y las mujeres redimidas”84.
Tras estas efusiones de apariencia efectivamente filo-anarquista, la voz periodística de Recabarren entra en una etapa de relativo silencio, coincidente con la desaparición del órgano mancomunal El Trabajo, cuya redacción había motivado su traslado a Tocopilla. De dicho silencio solo vendría a sacarlo su campaña a la diputación por las circunscripciones de Tocopilla y Taltal, una acción plenamente congruente con su militancia demócrata, pero obviamente muy lejana de cualquier sensibilidad ácrata. Lanzado a la fama por sus combates y prisiones del año anterior, su candidatura –cuando aún no cumplía los treinta años– parece haber surgido de manera más o menos espontánea entre la Democracia antofagastina, según ya lo anunciaba en septiembre de 1905 el periódico “burgués” El Industrial85. Como era de esperarse, esta aventura electoral reafirmó en Recabarren su identidad demócrata, puesta nítidamente en primer plano por una serie de doce artículos publicados en El Proletario de Tocopilla donde daba cuenta de su excursión de propaganda por las pampas y puertos de esa provincia86.
Rodeado de antiguos correligionarios como Víctor Soto Román y empapado de confraternidad demócrata, Recabarren se dedicó a arengar asambleas partidistas y mancomunales para promover su postulación e inscribir nuevos militantes en los registros electorales. Especial emoción parece haberle causado su recepción en el salón social de la agrupación de Antofagasta, decorado con múltiples retratos de Francisco Bilbao y los socios fundadores del partido (entre ellos su frecuente adversario Malaquías Concha). “En hogar demócrata”, relataba a sus lectores tocopillanos, “fui objeto de atenciones tan delicadas cuyo perfume me embriagará en un constante recuerdo por muchos años”. Figuran también en estas crónicas palabras elogiosas para Pedro Reyes, presidente de la Democracia antofagastina y futuro militante del Partido Obrero Socialista, y para las dirigentas femeninas Carmela Jeria (“esa chiquilla, que aún no baja los vestidos, y que ya empuña, con un brazo de atleta, el hacha de la luz para derribar las montañas de sombras que entenebrecen la mente humana”), y la ya nombrada Juana Roldán de Alarcón (“intrépida luchadora que hoy desprecia las críticas grotescas y los prejuicios sociales”).
Una de las actividades en que le tocó participar fue un “meeting” organizado el 29 de octubre por la agrupación demócrata para repudiar la matanza ocurrida días antes en Santiago con motivo del “motín de la carne”, donde su discurso fue calificado por la prensa burguesa como un verdadero acto de proclamación87. Llama la atención que en sus propios escritos de esos días no figure ninguna alusión a esta segunda emblemática masacre obrera del siglo xx, en la que su partido había intentado ejercer un rol entre conductor y pacificador88. Tal vez no quiso enturbiar o comprometer su incipiente campaña electoral, la primera de mayor calibre en que le tocaba participar, con expresiones que podrían haber suscitado reacciones adversas en los círculos del poder, máxime cuando el juicio que se le seguía por los hechos de Tocopilla aún seguía pendiente. Sea como fuere, estando en Antofagasta también presidió la fundación de un periódico demócrata titulado La Vanguardia, cuya administración se le confió casi como un gesto predeterminado. Antes de concluir el año, y procurando obviamente hacer de este medio periodístico un instrumento central de su candidatura, Recabarren se embarcó hacia Valparaíso para adquirir los materiales necesarios para instalar la imprenta correspondiente. Poco antes de partir, y haciendo un balance de su gira por Antofagasta, aseguraba que “el entusiasmo entre la clase proletaria es inmenso. En los corrillos y en todas partes solo se habla de la actividad aplastadora que viene desplegando la democracia en Antofagasta”. “Es el despertar”, concluía con una figura verbal que le era característica, “de un pueblo que sacude su inercia para ocupar el puesto que le corresponde en las luchas del futuro”89.
Antes de dejar Antofagasta, Recabarren se trenzó en una nueva disputa doctrinaria con el anarquismo, representado esta vez por el joven secretario de la Mancomunal y redactor de su periódico El Marítimo Manuel Esteban Aguirre, calificado por el flamante candidato demócrata como “casi un niño, pero un bravo luchador”90. Como lo han señalado los estudios de Eduardo Devés, Sergio Grez y Javier Mercado, durante el año 1905 la Mancomunal de Antofagasta había experimentado un acercamiento hacia la doctrina libertaria, personificada en este caso por el nombrado Aguirre y por el propio Alejandro Escobar y Carvallo, quien se había trasladado durante el invierno de ese año a la nortina ciudad91. Hasta esa fecha, el anarquismo no había logrado echar raíces tan profundas en el norte salitrero como en las grandes urbes del centro, pero últimamente venía verificándose una migración sistemática de algunos de sus principales dirigentes hacia la región, seguramente por su innegable potencialidad proselitista92. Fue en ese ambiente que un Recabarren crecientemente volcado a su militancia demócrata debió lidiar una vez más con la oposición libertaria.
La polémica aludida tuvo su origen en los artículos publicados por Recabarren en El Proletario de Tocopilla bajo el nombre “Democracia y Socialismo”, en los que argumentaba conciliatoriamente a favor de la cercanía entre las ideas democráticas, socialistas y anarquistas. Manuel Esteban Aguirre, desde las columnas de El Marítimo, se ocupó en cambio de acentuar las diferencias, cavando un abismo político entre lo que denominaba socialismo “autoritario” o “parlamentarista”, en el cual situaba a Recabarren, y el socialismo revolucionario o anarquista con el que se identificaba. “El divorcio entre el socialismo evolutivo y el socialismo revolucionario ha sido tan profundo”, sostenía en una de las entregas, “que cualquiera persona que tenga el conocimiento más o menos completo del problema social que agita al mundo, comprenderá que esas dos porciones están divididas no por pequeñas diferencias, como dice El Proletario, sino que han llegado a convertirse en dos entidades completamente antagónicas”93.
Esta crispación discursiva no era sino un reflejo de las tensiones naturales entre una corriente anarquista que, como se dijo, iba en ascenso al interior de la Mancomunal, y un Recabarren prioritariamente focalizado en su campaña electoral, con todo lo que ello implicaba para quienes compartían la postura de Aguirre. De hecho, una vez verificada la votación, El Marítimo comentaría ácidamente respecto del ya electo diputado demócrata: “Poco esperamos de él, porque sabemos que en el mefito ambiente de la política las más sanas intenciones se corrompen”94. Esta misma circunstancia parece haber afectado la participación que le cupo a Recabarren en la gran huelga que se desató en Antofagasta entre fines de enero y comienzos de febrero de 1906, tercera gran instancia de agitación y represión social en la ya convulsionada historia obrera de comienzos del nuevo siglo. Los ribetes de “acción directa” que cobró este conflicto, propios de la conducción ácrata que lo caracterizó, no habrían resultado demasiado oportunos para quien había cifrado sus expectativas en unos comicios para los cuales faltaban escasas semanas, y cuyo desarrollo